domingo, septiembre 30, 2007

Capítulo 33." Saliendo del laberinto. ¿ O entrando?.

Siempre que llegaba por la mañana al vetusto edificio en donde tenía su despacho, una viejecita aterida de frío y reducida al tamaño de un niño de apenas tres o cuatro años, parecía esperarle envuelta en mantas y refugiada en un portal que daba acceso a una zapatería. Al verlo llegar musitaba algún sortilegio reclamándole una limosna. Aquella mañana, al acercarse y ver las luces de galibo de una ambulancia encendendidas supo que no volvería a depositar unas monedas en aquella mano esquelética y temblona. Apenas media docena de enfermeros oficiaron el triste ritual del levantamiento de su cadáver. En la camilla conservaba la postura fetal. Debieron pasar unas cuantas horas desde que había muerto y el frío de la noche le había entumecido ya las articulaciones. Se santiguó instintivamente y recordó sus ojillos hundidos y vivos. Una oleada de pena y desconcierto le despertaron de su idea obsesiva en aquel día: llamar a Svetana. Sabía perfectamente la diferencia de certeza entre los pensamientos nítidos e incandescentes de la noche y las ideas húmedas y relativas de la mañana siguiente. Como nadando en contra de la corriente, como contradiciéndose a sí mismo se repetía tozudamente que tenía que seguir el plan que con tanta claridad había diseñado la madrugada pasada. Pensó en aquella mujer diminuta que retiraban de la calle. Acaba de terminar una historia que un día empezaría entre la emoción de una pareja y la ilusión de una nueva vida. Intentó imaginar cómo sería su último día.
En principio, tenía un día muy tranquilo, pues hasta dentro de dos semanas no daba comienzo el último curso del año. Sería a la última promoción del cuerpo de subinspectores de la policía del Estado. El programa era el mismo del curso de los Inspectores de la pasada primavera, pero un poco resumido. Por eso tendría tiempo en la soledad de su despacho para intentar localizar a la mujer que tenía que abrirle la primera puerta de aquel laberinto. Después de los saludos habituales comprobó que su único compañero de oficina tenía tarea pasando las últimas memorias. Cerró la puerta y tiró con fuerza de la persiana. Quizás con demasiada fuerza. Definitivamente estaba nervioso. Se dispuso a activar la llamada vía satélite que le podía poner en contacto con ella. Era la primera vez que utilizaba aquel reloj mágico. Pensaba que había olvidado alguna de las minuciosas explicaciones que ella le había dado cuando se lo regaló. Era la primera dificultad y de nuevo dudó si seguir con el plan. Cerró con fuerza los ojos y los puños para conjurar el fantasma del fracaso, ese diablillo que le susurraba al oído que siguiera la inercia de las cosas, que se dejara llevar a donde el destino le llevara, que se dejara seducir un poco más, hasta ver más de cerca el abismo.
Abrió el correo electrónico y borró unos cuantos mensajes de remitente desconocido. Se disponía a contestar un correo atrasado de su hijo cuando sonó el teléfono. Era ella. El artefacto había funcionado. Le habló de forma telegráfica y parecía preocupada. No pidió explicaciones. Se verían el fin de semana en un balneario al que ya habían acudido en alguna ocasión o ¿quizás fue allí donde la conoció? El tono y la brevedad de la conversación de apenas tres palabras le dejaron todavía más confuso. Incluso se arrepintió de la llamada. Ahora sentía de nuevo que hubiera preferido seguir como estaba. Aquellos breves instantes de conversación telefónica le habían introducido en un camino desconocido. Había roto la tendencia y el principio del fin había comenzado. De todos modos, hasta después del fin de semana no le diría nada a Ricardo. La escapada estaba justificada. Era un nuevo requerimiento de una mujer voraz. Como tantas veces. Ricardo no sospecharía nada de sus nuevos planes. Cuando le contase que no pasarían juntos el fin de semana, se sonreiría y le diría alguna tontería:”ten cuidado con los tirones musculares”, o “dile que tienes un amigo preparado como repuesto”. Intercambiarían una mirada pícara y cómplice y un “hasta el lunes”. Lo que ahora tenía que hacer es olvidarse de la nueva situación hasta que el viernes tomara el taxi de otras veces, con ese conductor enorme y silencioso que lo llevaría hasta donde ella hubiera dispuesto. Iba a ser una semana larga pues Ricardo, después de todo lo que habían vivido juntos, era capaz de detectar el más mínimo cambio de estado de ánimo.
Sonó de nuevo el teléfono. Era Ricardo.
- Cómo estas de curro.
- Buenos días Don Ricardo, te veo estresado.
- Déjate de coñas y dime si podemos vernos.
- Hombre, tú eres el que vives en las altas esferas y siempre estás ocupado, chaval. Yo soy un funcionario ocioso, buscando algún papel que cambiar de sitio esta mañana…
- Vaya, vaya… te veo de buen humor. Me alegro, pero espabila y cambia rápido ese papel y nos vemos dentro de media hora en el café del kiosko.

El café del kiosko era un pequeño bar, con un velador en la puerta, regentado por un hombre de raza árabe, alto, enjuto y eternamente serio. Nunca habían tomado nada allí, pues tenía un aspecto sucio y un poco lúgubre. Pero ese kiosko era donde quedaban muchas veces para empezar el rato footing, algunos domingos. También , por ser el kiosko más cercano al apartamento de Quijares era donde compraba tabaco. Vivía de los clientes que le prestaba una mezquita cercana.
Después de colgar, Quijares repasó sus propias palabras. Había actuado bien y dificilmente Ricardo se podía haber percatado de la tormenta que en su cabeza se estaba produciendo. Pero, después de repasar su actuación y darse una buena nota, recordó el tono de la voz de Ricardo y entonces se percató de que estaba realmente preocupado.
El té olía bien y estaba servido en un pequeño vaso de metal que disimulaba mejor la suciedad. El café tenía un aspecto horrible y olía a cualquier cosa menos a café. El vaso de cristal tenía restos que aplicándoles carbono 14 podrían aportar datos del paso de la civilización romana por aquella zona. Las moscas eran como las de cualquier sitio del mundo. Un poco más cariñosas y confiadas.
Quijares llegó primero y tuvo tiempo de tomar todos los detalles del lugar. Ricardo llegó medio corriendo y después de quitarse la gabardina se sentó apresurado.
- Cómo estás. Me he escapado y tengo poco tiempo.
- Tranquilo coño. No eras tú el hombre de los nervios de acero…Joder, vaya tugurio. Desde fuera promete, pero el interior supera cualquier pronóstico.
- Era el mejor sitio. Escucha.

Efectivamente Ricardo estaba asustado. No escuchó las bromas de su amigo y mirandose al reloj se puso a hablar. La interrupción del único camarero y dueño, fue el único momento en que detuvo su acelerado discurso.
- Ya te contaré más despacio, pero he escuchado al embajador a medias y no puedo ponerlo en pie. Pero de lo que he escuchado, me temo que nos han pillado o están a punto de hacerlo. El embajador decía algo así como “ahora lo entiendo todo” y “es gravísimo…”. Todo esto al teléfono, pero luego pasó el segundo y, auque si me descubren me la hubiera jugado, me metí en el lavabo de mujeres que linda puerta con puerta con el despacho del embajador. Y, aunque no lo he escuchado todo, creo que han hablado de un ordenador portátil y de un infiltrado…

Las palabras y sobre todo el tono y el gesto de tensión de Ricardo, alarmaron a Quijares, que intentando disimular. Quería jugar a ser el tranquilo en esta ocasión.
- Bueno, tranquilo hombre. Vamos a ver qué saben y qué no antes de ponernos nerviosos. Esta tarde te cuelas en su despacho, y confirmas las sospechas o, como yo creo, te aclaras y se te pasa la paranoia.
- Fernando, no es una paranoia. Estoy casi seguro.
- Tranquilo chaval.
- Pero déjame que termine.
- Sigue, creí que habías acabado.
- Falta lo peor. Después de que el segundo saliera, regresé con cuidado de no ser visto y ser acusado de voyeur a mi mesa. A los cinco minutos el Embajador apareció y, casi sin mirarme me dijo que quería en su mesa todo el expediente del incidente del etarra y todo lo posterior, que me olvidara de las funciones encomendadas sobre aquel asunto que pasaría a ser llevado por los Servicios de información.
Quijares palideció.
- Y terminó diciendo, “toda esa información ha sido clasificada, por tanto no puede comentar nada con nadie, ni siquiera con su amigo el policía de lo cursos”.
Quijares sintió un escalofrío.

sábado, septiembre 29, 2007

¡A POR EL MAR!

Votaré. Y la ilusión por hacerlo es ya un primer motivo de felicitación y agradecimiento a Fernando Savater, Rosa Díez y a todos los que han tenido la idea y han sido capaces de crear Unión Progreso y Democracia.
Les admiro por su valentía para tener un criterio propio sin miedo a la etiqueta falsa y descalificadora que tantas veces les han puesto, como único argumento que oponer a sus demoledoras denuncias.
Fernando y Rosa, en su pueblo, se juegan la vida por decir lo que piensan y eso les convierte en héroes para mí. Héroes reales, manchados con el barro de lo cotidiano, implicados en la lucha por una sociedad más libre y más justa. Frente a las pistolas ellos esgrimen la Palabra, como arma letal frente a la cerrazón patriotera y la tibieza de los “relimpios”, tan educados ellos, tan perfumados, pero que enseñan a los niños a odiar al otro, que les inoculan el veneno del nacionalismo.
Fernando y Rosa, Rosa y Fernando y los que ya se han puesto detrás, entre los que quiero estar, encarnan hoy la pelea de siempre: la del Hombre que no se resigna, que no se quiere callar. Son la demostración de que aún queda espacio para escapar, para respirar, para tomar impulso y levantar de nuevo la voz.

Hace falta mucho coraje y mucha gracia para sobrevivir después de ponerse enfrente de ese monstruo de poder mediatico y político que ahora manda. Hace falta mucha claridad de ideas para salirse de la maniquea división entre los dos grandes artefactos que han terminado partiendo el bacalao y repartiéndose el pastel, después de treinta años de sistema democrático.

Ellos se creen lo que dicen y dan a nuestra Constitución el valor que tiene. No los imagino entrando en el cambalache, en la frase medida, en la doble moral, ni en el “y tú más” permanente y aburrido con el que nos humillan esos dos grandes, y cada día más clónicos partidos .

Estoy entre tantos otros acusados de indefinición, tibieza o cierto vedettismo.
Entre esos a quienes alguna vez nos han dicho que no nos conformamos nunca o que estamos peleados con el mundo. Que nos falta poner los pies en la Tierra, que nos vamos por las ramas.
El nuevo Partido Político, expresa gran parte de lo que hemos sentido muchos y nadie quiso escuchar. Por eso, nos ayudan a recuperar la autoestima y a disipar las dudas: no es indefinción, tibieza o inconformismo adolescente cronificado. Es hartura legítima y más que razonable ante el triste panorama político, que nos conducía cada elección a dudas irresolubles sobre qué opción era peor.
Comienza una larga campaña electoral.
Presiento que serán ignorados, malinterpretados, vilipendiados, ninguneados y ridiculizados. Dirán que sus votos no sirven para nada, que no son una alternativa real.
(Me paro para no dar ideas a quienes a esta hora ya tendrán el encargo de encontrar munición contra éstos advenedizos).
Espero ya el día de volver a votar con sentido y convicción:
- " Muy buenas, aquí estamos los disidentes."
Y luego a contar: a ver qué pasa.
Desde aquí les propongo un lema de campaña:
¡A por el mar!

A por el mar, que ya se adivina.

jueves, septiembre 20, 2007

Educación para la Ciudadanía. Bien.

Hace unos cuantos años, en estas tierras, lo bueno y lo malo estaba claramente definido por un código moral antiguo y muy extendido por el mundo, desde la lejanas islas Filipinas al último rincón de la Pampa Argentina. Se enseñaba sin oposición, con disciplina y alegría en las familias de cualquier estrato social, en todos los colegios y desde todas las instituciones públicas y privadas.
Esto es bueno y debe hacerse. Esto es malo y no debe hacerse. Quien lo haga será castigado. Así era.
Aquel edificio que parecía construido con el granito de las verdades inamovibles, en un par de décadas, puede considerase definitivamente derruido. Solo un sector minoritario de la sociedad mantiene y hace propio aquel viejo código de dios, patria y bandera.
¿Qué lo ha sustituido?
Nada.
La gran mayoría de la población tiene problemas para identificar qué es bueno y qué es malo en las distintas situaciones que la vertiginosa vida, de principios del siglo XXI le plantea. En cualquier semáforo encuentras un tipo que ha decidido que toda la calle escuche la música que a él le gusta. En cualquier edificio de lujosas oficinas el ladrillo de oro gobierna ayuntamientos y se amasan imperios burlando leyes y corrompiendo funcionarios. En cualquier televisión la peor cara de la naturaleza humana copa las horas de audiencia.
Nos falta una auténtica ética laica, civil. Principios sobre lo bueno y lo malo que sean compartidos por la gran mayoría y respeten la diversidad que nos informa. Atendida la falta de audiencia del párroco, nos falta por elaborar el compendio de reglas mínimas para poder convivir pacíficamente. Los pensadores encargados de buscar esos fundamentos se cuentan con los dedos de la mano. Para colmo, precisamente sus denuncias desde esa ética civil les convierten en malditos. Son vilipendiados, de una parte, por quienes quieren mantener el monopolio de la moral social, encantados con la situación (“cuanto peor, mejor”) y de otra, por una especie de cúpula civil dominante, instalada en la poca vergüenza, detentadores del cuarto y cada día más hegemónico e incontrolado poder. Así Savater, Eschotado o Marina, únicas aportaciones a esa ética laica que reclamo, son temidos y presentados a la población como extravagantes o iluminados.
Así las cosas, aparece la EpC como asignatura.
No conozco sus contenidos, pero la idea me parece un acierto.
Habrá que aprender a ser ciudadanos.
Primera lección: los demás existen.
Segunda lección: los otros son muy parecidos a ti.
Con esas dos ideas tenemos para un par de lustros, pero habrá que intentarlo.

sábado, septiembre 15, 2007

"La Gloria".


Cuando tenía doce años, se rompió la cadena de
mi bicicleta.
Fui al único taller de coches que había en mi
pueblo, para que me la arreglaran.
Mientras el mecánico hacía su trabajo, me quedé
absorto, curioseándolo todo: bujías, llaves
inglesas, fresadoras, amoladoras.
En la parte posterior del taller, un descampado
albergaba una montaña de chatarra. Coches,
motocarros, camionetas.
Me quedé un rato mirando aquella montaña de
acero. Era fea. El óxido y la mugre campaban a sus
anchas. Y de pronto un destello. Junto a un pino
piñonero, había un coche que llamó mi atención.
El Ferrari. Un italiano se había pegado un leñazo
con su deportivo, el coche salió volando sobre la
curva de la estación, y tras dar más de veinte
vueltas de campana en el sembrao de D. Julián,
quedó tendido sobre su costado izquierdo.
Eternamente tendido.
Aquella imagen, por alguna razón, quedó para
siempre grabada en mi cerebro. El montón de
chatarra, el desorden, la destrucción, el tendido
eterno, y sin embargo, conservaba algo del álito
vital que , su diseñador, le había regalado. Tenía
el sabor de la gloria.
Antes de ser camionero, me busqué la vida de
diversas formas. El verano de 1988 trabajé en
Mallorca, en un chiringuito de la playa de Alcudia,
de camarero.
El viernes 14 de agosto libré, y como no tenía
mucho que hacer, me fui a la playa a pasar el día.
Junto al chiringuito donde trabajaba, estaba el hotel Meliá
Alcudia. Me tumbé en mi toalla y vi
pasar el mundo mundial. En el hotel se hospedaba
un grupo de alemanes, que en aquel momento
estaban jugando al fútbol en la arena.
A las dos de la tarde, apareció un grupo de
albañiles, inmigrantes en su mayoría, que vestidos
con sus monos de trabajo, acababa de
terminar de trabajar. Se quedaron en bañador, y se apoyaron
en el murete de piedra del paseo.
Cuando ves al personal en bañador en la playa,
desde lejos, es muy difícil distinguir si pertenecen
al primer mundo o al mundo real.
Me limitaré a contar lo que pasó. Abdhel El
Mushain, hijo de Bramin y nieto de Mustafá,
original de Tánger, se levantó por su cuenta, sin
contar con nadie; se dirigió al grupo de alemanes
y les retó a un partido de fútbol en la arena. Le
siguió Carlitos, hijo de Carlos do Gama y nieto del
mítico Carliños, originario de Rio de Janeiro; José
Sánchez, de padre desconocido, nacido en Barbate;
Victor Jastropech, hijo de los caminos de Europa,
nacido en Budapest y Pepe, que nadie sabía de
dónde era. En total cinco personas, todas con
nombre y algunas con apellido. Peones de la
Ferrovial en las obras del desvío.
Los alemanes pertenecían a un club deportivo, lo
que se traducía en que contaban con una larga
historia de entrenamientos, tácticas, preparación
física y motivación nórdica.
Los peones, por no tener, no tenían ni número de
la Seguridad Social. Eran la viva imagen de los
desheredados, la chatarra humana del primer
mundo. En teoría.
Abdhel El Mushain, hijo de Bramin y nieto de
Mustafá, original de Tánger, capitaneba a los
desheredados. Los alemanes les encasquetaron
diez goles hasta las cuatro de la tarde. A esa hora
se hizo un descanso de media hora.
Simplemente ocurría lo que siempre ocurre, ganan
los guapos, pierden los feos, y la belleza y la gloria
se van a tomar viento.
Los alemanes comieron yogures, bebidas
isotónicas y tenían un masajista que relajó
sus músculos.
Los desheredados un bocata de chopek.
Así que el destino me hizo intervenir. Me fui al
chiringuito, me pillé seis birras de litro de
la Cruzcampo, una para cada desheredado y otra
para mí, barrita de mojama, tomatitos y cuatro latas de
navajas.
La chatarra humana del primer mundo,
incluyéndome entre ellos, nos lo tomamos todo.
Entonces , Abdhel El Mushain, hijo de Bramin
y nieto de Mustafá, original de Tánger, miró
pausadamente al cielo, vió que no había ni una nube ,
que caía un sol de justicia, que los alemanes comían
a la sombra y que ellos comían al sol, y comprendió.
No sé exactamente qué, pero tenía cara de haberlo comprendido.
Los alemanes juegan al fútbol, con la
meticulosidad con la que fabrican coches. Son tan
precisos, que a veces se les olvida lo más simple.
Lo más simple es que nunca se puede
menospreciar la capacidad de lucha de un ser
eterno.
Cascarás, te convertirás en polvo orgánico, nadie
se acordará de ti. Pero si un día te miras al espejo
y ves el brillo de la belleza reflejado en tu pupila,
ese día sabrás que en ese brillo, y en el que
reflejen las pupilas de tus descendientes, está
condensado el sabor del orgullo. El sonido del
heroísmo. La esencia de la eternidad
.………………………………..
La Cruzcampo empezó a actuar, junto a la mojama
y el sol. Las ideas futbolísticas de los peones se
empezaron a desarrollar de forma ordenada.
Diez, dos. El sonido de Tánger se escuchaba a lo lejos
mezclado con la bruma de las olas. Diez, cuatro. El
ritmo brasileño encontró su acomodo en una playa
de Mallorca. Diez, seis. La Semana Santa de
Barbate aportó el latido de la tambores.
Diez, ocho.
Pepe, el hombre del que nadie sabía de
dónde era, encontró sus raíces en aquella playa,
diez, diez.
Siete de la tarde. El partido empatado. Yo no sé si
estaba un poco afectado por la cerveza, pero me
parecía que aquella gente marcaba los goles de dos
en dos.
Entonces ocurrió algo que nunca olvidaré en mi
vida.
Me vino a la cabeza la imagen del Ferrari eternamente tendido. Aquella imagen que me perseguía desde los doce años. La
mezcla de la destrucción, de lo cotidiano, de la desigualdad,
encerrando en su estructura la belleza eterna.
Aquella mezcla que me despertaba con preguntas
muchas noches.
Conforme la imagen se me hacía nítida, Abdhel El
Mushain, hijo de Bramin y nieto de Mustafá,
original de Tánger, cogió la pelota, corrió la
banda, se hizo varios autopases, y acabó sólo
frente a la portería alemana, el guardameta
mortalmente abatido.
Lo siguiente es muy difícil de describir con
palabras. No encuentro las apropiadas. Pero tengo
que decirlo.
Abdhel, cuando tenía en sus pies la oportunidad de
ganar aquella batalla, cuando a los alemanes se les
materializaba la peor de sus pesadillas, cuando yo
estaba abriendo la octava Cruzcampo. Abdhel hizo
otra cosa.
En vez de marcar el gol de la victoria, hizo algo
extraño. Cogió la pelota con ambas manos, se la
puso encima de la cabeza, y se puso a caminar
lentamente hacia la orilla. Se metió en el mar y se
bañó tranquilamente.
Se daba por satisfecho, no necesitaba más.
Y yo ví reflejada en sus pupilas
la esencia de la belleza.
Cascarás, te convertirás en polvo orgánico, nadie
se acordará de ti. Pero si un día te miras al espejo
y ves el brillo de la belleza reflejado en tu pupila,
ese día sabrás que en ese brillo, y en el que
reflejen las pupilas de tus descendientes, está
condensado el sabor del orgullo. El sonido del
heroísmo. La esencia de la eternidad.
ATENTAMENTE : DRIVER.
Es una colaboración de Driver.
Cuando un comentario es poesía, merece otro sitio.
Gracias Driver.

Nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio.

- Qué te pasa. Por qué me miras así.
- He ido a besarla y estaba fría. Está muerta.
- Pero, qué dices.
- No grites o vas a despertar a los pequeños.
- Pero...
- Está muerta.
- ...
- ¿Tú le habías dado la pastilla?
- ...
- Y por qué no me lo dijiste...sabes que siempre se la doy yo ¿ no?
- Habías salido ya y la vi encima de la mesa de la cocina. Se te había olvidado, la dejaste preparada, pero creí que se te había olvidado.
- Y por qué no me lo dijiste al salir. Que ya se la habías dado. Viste que volví a entrar.
- Dijiste algo de tus llaves
- Claro, dije que me había dejado las llaves, pero podías haberme dicho que ya le habías dado la pastilla
- Ya, pero no hacía falta..Yo había cogido la pastilla que tenías preparada y te darías cuenta que ya no estaba...era lógico que pensaras que se la había dado yo.
- No, no puede ser...
- Qué no puede ser.
- Ahora recuerdo...esa pastilla la deje allí después de darle la de esta noche.
- No. No me digas que ya se la habías dado, cuando se la dí yo. No puedo creerlo.
- Claro, pero...no puede ser. Dios mío, por qué, no puede ser, me quiero morir.
- Qué no puede ser, tranquilízate por favor.
- ...
- ...
- Luego le di otra. Olvidé que ya se la había dado, lo olvidé... por qué me quitaste la pastilla de donde la dejé. Eso me hizo olvidar lo que había hecho...Por qué lo hiciste...sabes que no tienes que tocar las pastillas, que eso es asunto mío. Diós mío, es injusto. Es tan injusto.
- Pero quería ayudarte, mi amor.... y creía que se te había olvidado. Estabas enfadada y pensé que habías olvidado a la niña, a la pastilla, quería evitar que ese problema empeorara las cosas.
- Cómo puedes reprocharme eso ahora...Tú eras el que estabas enfadado conmigo.
- ¿Yo?.Yo no estaba enfadado y tú lo sabes
- Es increíble. Acuérdate que dijiste al venir de la playa que te perdonara , pero que los primeros días de vacaciones eran como una descompresión del trabajo, o algo así, y que te salía el mal humor... tú mismo lo dijiste. No puedes ahora negarlo.
- Pero tu saliste sin decir nada y te pusiste a esperar fuera, mirando muy seria hacia delante...es tu típica forma de estar enfadada, tu tampoco puedes negarlo ahora.
- Ya, pero escúchame bien: la niña está muerta.
- No puede ser.
- Es.
- .............................................
- .............................................
- .............................................
- No ha sido ninguna locura, los pequeños nos necesitan. Que estemos los dos en la cárcel no va a arreglar nada ya.
- Prepárate para todo lo que viene.
- La niña no estaba. Solo tienes que pensar eso hasta que no tengas dudas.
- No sé si podré aguantar.
- Piensa en los pequeños, mi amor. Además es cierto. La niña no estaba ya allí.
- Tengo que ser fuerte.
- Piensa en los pequeños, mi amor. Tenemos que dar todo por ellos. Ellos no tienen culpa de nada. Piensa en ellos .
- Te quiero.
- Te quiero.

martes, septiembre 11, 2007

Simplemente mira, amigo.

Solo tienes que mirar. Ahí tienes a tu disposición los datos, las claves, la contundente y sencilla realidad de las cosas. Ya sé aquello de que ves lo que quieres ver, mezclado con lo que temes ver y con un poco de lo que esperas ver. Así nos muestran los magos las cartas que no quieren que veamos. Ya lo sé. Pero también te digo, amigo, hermano, que todo lo tienes delante de tus narices. Lo escondido no difiere gran cosa de todo lo que se exhibe con serena impudicia en las calles, en las plazas de tu pueblo.

Pregunté por el Juzgado en la ciudad más antigua de Europa, donde se encuentran las aguas del Mediterráneo y del gran Océano. Un tipo gordo desde una furgoneta de reparto me indicó el camino y estaba ya muy cerca. Entonces lo vi.

En la parte trasera de un imponente estadio de fútbol, aprovechando el hueco de las gradas, se esconde la sede de los tribunales penales que hace un año inauguraron. Desde la cera de enfrente puedes ver un enorme letrero con el nombre del ilustre lugareño que da nombre al estadio. Un poco más abajo otro letrero grande y colorido, de letras más elaboradas identifica una cadena de grandes superficies de alimentación. El supermercado ocupa gran parte de la planta baja con escaparates a través de los que se adivinan las líneas de cajas. En medio de esas grandes lunas puedes ver una puerta pequeña y sobre ella, un círculo verde recuerda el logotipo de las instituciones de la Comunidad Autónoma. Así es, lo confirmas al acercarte. Es aquí, en la pared lateral de la puerta de acceso, en un folio sujeto con un celo y con letras mayúsculas aumentadas por el ordenador puede leerse: JUZGADOS. Están situados en la planta segunda y el pasillo principal, donde los testigos, acusados, abogados y funcionarios se agolpan, sin ventanas y con el techo inclinado te sientes en una buhardilla y recuerdas que estás debajo de las gradas del gran estadio de fútbol.
El tamaño de los tres letreros, la situación de la sede judicial y las condiciones penosas de sus recién estrenadas instalaciones expresan de forma clara, simple e indiscutible el papel que a principios del nuevo siglo atribuimos los tribunales de justicia.

Así es.

viernes, septiembre 07, 2007

Capítulo 32.- " Ya basta".



En medio de una calle abarrotada de gente de una gran ciudad, caminaba y podía verse así mismo, como si sobrevolara aquella situación, desde fuera de él, aunque sintiendo desde dentro, viviendo sus sensaciones Y entre todas ellas, por encima de todas las demás, resaltaba una percepción trágica. Presentía un peligro inminente. Primero como una preocupación aguda y difusa localizada en alguna parte central de su pecho. La gente caminaba sonriendo de una forma extrañamente generalizada y familiar. Todos parecían compartir un mismo chiste invisible y universal. Un gato fijó su mirada en él y aunque toda la gente alrededor le ignoraba, como haciendo por no mirarle, él sabía que hablaban de él, que se reían de él. Quijares les miraba aislado, desde un mundo descolocado pero propio. Todo era ajeno y el miedo paralizante le impedía afrontar aquella realidad fría y desconcertante. Si superando el pudor conseguía cruzar alguna mirada, percibía un cierto gesto de burla y compasión, jocosa e infantil. Al pasar caminando, en un banco, al lado de un parque, descubrió a Ricardo, estaba al lado del mar, en ese momento ya no existía la gran ciudad y entonces precipitadamente cambio su rumbo para llegar a su encuentro. Era la salida, él estaría de su parte. Al llegar a sus inmediaciones comprobó que se abrazaba con Colleen y sintió vergüenza. Quizás estaban desnudos. Se detuvo, dudó de su inicial propósito de pedirle ayuda o alguna explicación. Inmediatamente su rostro se volvió hacia él y esbozó una sonrisa misteriosamente idéntica a la de toda la muchedumbre que se había cruzado con él. Quiso entonces correr, ya no tenía otra posibilidad, pero el miedo le paralizaba, llegando a duras penas a otra acera. Otra vez estaba en la gran ciudad que ahora podía reconocer. Era Madrid, si la Gran Vía, llegando a la plaza de Callao. Toda la acera llena de gente, de la misma gente, frente a la que cada vez sentía más temor, vergüenza, culpa. Tenía que buscar un portal donde refugiarse de ese peligro indeterminado pero cierto que él sentía de forma cada vez más invasiva, paralizándole, las piernas, los brazos, hasta el punto de andar con dificultad, la lengua, la respiración cada vez más trabajosa. Entonces vio una gran grieta en un edificio y comprobó como poco a poco se hacía mayor, después otra grieta similar en el asfalto, y como si hubiera aprendido a verlas, descubrió otras muchas en los demás edificios, en los semáforos, en las ventanas, incluso en el rostro de alguna gente. Todo estaba a punto de desmoronarse, como un castillo de arena. Ahora ya sabía la razón de su desconsuelo, el motivo de su miedo que ya era terror atenazado a su garganta, como un grito retenido luchando por salir a un mundo que le rodeaba, pero del que se sentía separado, como si estuviera encerrado en una campana de cristal invisible. Arriba, por encima de los edificios, en un espacio lleno de luz, Svetana desnuda le hacía gestos invitándole a acercarse, insinuándose con besos al aire y movimientos sutiles y estremecedores. Miro alrededor, intentó impulsarse para volar, arañando el aire. Entonces el grito detenido en su garganta se hizo grande, oscuro y caliente, sintió como le quemaba y como hacía arder su cuerpo, ya empapado en sudor. El grito se hizo más grande y rugoso. Sintió unas ganas irrefrenables de gritar, de dejarlo salir, aunque para ello necesitaba implicar todas sus fuerzas, todos sus músculos, que se tensaron hasta conseguirlo: gritó y una milésima de segundo después escuchó su propio grito en el silencio y la oscuridad de su cuarto.
Se incorporó en la cama, empapado en sudor, con lágrimas en los ojos tanteando con su mano temblorosa, buscando con la yema de sus dedos que palpaban la superficie lisa y fría de la mesita de noche , la forma ovalada del interruptor de la luz.
Eran las cuatro y diez de la madrugada y podía recordar con todo detalle una pesadilla que, con algunas variaciones no esenciales, había vivido ya demasiadas veces. Pensó en abrir la mesita, sacar una micropastilla del blister medio acabado y salir otra vez así de la situación, pero decidió levantarse. En la madrugada profunda y silenciosa escuchaba su respiración agitada cuando supo con una certeza metálica y definitiva que tenía que poner fin a todo lo que estaba sucediendo: ya basta. Las palabras aparecían con claridad en su cabeza e inventó la conversación que tendría con Ricardo y Svetana, las dos personas que le acompañaban en su delirio desde hacía año y medio. Solo aparecería él como único responsable y justificaría todo lo ocurrido, como una locura de un viejo y fracasado policía que quiso por ser héroe. Asumiría su responsabilidad disciplinaria o, incluso penal . Solo pediría un poco de discreción y, entregaría todo los datos acumulados en todo ese tiempo y perfectamente ordenados en el ordenador portátil que había transformado su vida hasta acercarla demasiado a la pesadilla que acaba de volver a sufrir. Primero Ricardo, después Svetana. Miró el reloj que ella le regaló con la que podía avisarla en cualquier momento de peligro. Pensó pulsar la combinación de números y el botoncito que activaría el mensaje. No, sería mejor primero Svetana, después Ricardo.

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sábado, septiembre 01, 2007

Sobre el Nacionalismo.

Viene ocupandose TDN desde su primeros post del problema vasco y, en general del fenómeno del Nacionalismo. Ponemos hoy a disposición de Uds., queridos lectores, un documento auidiovisual capaz de aportar más claridad y rigor sobre la cuestión que cientos de páginas de sesudos ensayos.

Cuando sonreímos, se activan un grupo de neuronas denominadas "de Laseille" ( en honor del conocido neurólogo canadiense que las descubrió), que otorgan a cualquier reflexión o pensamiento, una mayor capacidad de explicación, una plenitud de sentido superior a la que nos ofrece la reflexión académica o doctrinal. Se trata entonces de un pensamiento libre de prejuicios, que toma en consideración no solo las "ideas" , como certezas oficiales y elaboradas que nos permiten una vida social normalizada, sino las "intuiciones" o certezas compartidas , pero negadas o mejor, silenciadas, en aras a una pacífica aceptación de estructuras sociales y psicológicas hegemónicas y todavía vigentes. De ahí la permanente maldición sobre el humor y la risa, desde los textos clásicos tomistas, hasta el reciente procesamiento de dos dibujantes del último semanario de humor, que sobrevive en nuestros días.

Es precisamente desde es cuchillo, dulce y ácido al tiempo, del humor, desde el que le ofremos ahora una nueva aportación sobre el Nacionalismo. Como todas las anteriores, pretende ser luz y terapia frente a la que ha sido y sigue siendo una de las causas de dolor entre los hombres, en todas las latitudes de la Tierra, a lo largo de su sangrienta historia.

Quede constancia y testimonio de nuestro agradecimiento a ese grupo de filósofos, protagonistas del video. Son naturales de la ciudad donde nació la democracia en España, y se esfuerzan con sus voces y sus manos, en hacernos entender los fundamentos de su profunda y venerable sabiduría.

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