sábado, enero 26, 2008

"SOY RESTAURADOR".


Soy restaurador.
Mi trabajo consiste en reponer mediante resinas sintéticas las cornisas y las molduras de los monumentos antiguos.
En estos momentos estoy trabajando en París, en la iglesia de La Madelaine, que se configura como un templo griego, emergiendo como un buque fantasma en medio de la ciudad de la luz.
Estoy colgado a 15 metros de altura, con mis arneses de seguridad y mi casco homologado, junto a dos compañeros.
Desde aquí arriba se ve Paris desde una perspectiva diferente.
Como no es fácil mantener el equilibrio, los tejados y las avenidas se mueven cadenciosamente al ritmo de una bella balada.
Este trabajo está muy mal pagado, pero a mí me compensa.
Estar tan cerca de estos monumentos me permite acariciarlos tiernamente cuando nadie mira.
Me emociona su tacto, imagino a los canteros que perfilaron las dovelas de los arcos, siento el olor a madera aserrada y resinosa de las cerchas que sustentan los entramados de las cubiertas, se me llenan los ojos con las sucesivas capas de encalados pigmentados que cubren las bóvedas.
…………………

Hoy, este curro de “colgados”, me ha regalado una perla.
Eran las seis de la tarde. La luz de París rielaba entre las nubes.
Era ese momento de la tarde, en el que las golondrinas se van a hacer la cena.
Me avisa mi compañero. Ha encontrado una extraña inscripción en la parte posterior de un alfeizar; un sitio inaccesible e invisible a los ojos de un mortal que se mueve a ras de suelo.
Pero nosotros estamos aquí arriba, y tenemos la oportunidad.
Limpiamos la piedra y leemos en un arcaico francés:

“Esta juventud está loca, no escucha a los dioses ni a los hombres. De seguir así, esta civilización pronto perecerá”

Praxímedes. 2.500 A.C.
…………………
Soy restaurador.
Un trabajo como otro cualquiera.
(Es una colaboración de Driver).

Tus pasos.

La sucesión repetida de movimientos coordinados e inconscientes que se produce al caminar nos desvela información escondida del paseante. Nuestra forma de caminar compone una danza sencilla y sincera, que acompaña y descubre la música oculta del alma.

La madrugada empieza a esfumarse con las primeras luz de un nuevo día. Míra aquella chica un poco despeinada, deseando quitarse los tacones, que después de la fiesta o la esperada cita. Ahora se abandona, sin compostura, relajada , olvidando repasar mentalmente su figura desde fuera, como hizo toda la tarde desde que terminó la raya de sus ojos y abandonó el espejo, comprobando al tacto que las llaves siguen en el bolso y buscando entre los coches que bajan por la avenida un taxi con el piloto verde encendido. Si miras un poco más, el gesto deja ver un ligero aire de desilusión y cansancio, como si no fuera la primera vez que las expectativas de una cita o una fiesta, no se hubieran cumplido. Ha bebido más de lo que hubiera querido, pero también eso ha ocurrido otras veces, y si están las llaves y el taxi aparece, todo está bajo control.

Es otro domingo soleado. Míra aquel tipo cincuentón de las gafas. Lleva las manos metidas en los bolsillos de su pantalón color crema de tergal, por debajo del elástico de su cazadora de ante marrón albero. Y aunque no se ven están tensas, lleva los puños cerrados aunque él no lo sabe. Pisa también con cierta rigidez, como apretando el suelo en cada paso. El gesto torcido, la cara exageradamente alta y los ojos mirando a ninguna parte. Comerán fuera para no ensuciar en casa. Otra vez llegó la misa del domingo y a la salida la frase de que le ha revuelto el estómago. Las rencillas absurdas que amargan la familia y sobre todo el cansancio de años aguantando impertinencias sobre su trabajo, sobre si su familia o la familia de su mujer. Por eso dijo que iba a comprar el periódico, cuando todos los que le escucharon sabían que se iría a dar una vuelta, porque estaba molesto, porque otra vez se había vuelto a hablar de eso que tanto le molesta. Y le han dicho que vale, que se ven ya en la comida, que no se retrase que a las dos esta reservada la mesa, que luego aquello se pone muy incómodo con tanta gente . Cansado, resignado. Y todo eso que hace el domingo tan incómodo hasta que por fin, empieza carrusel deportivo y los gritos del comentarista adormecen su alma herida, aburrida. El paso rígido y solitario al cruzar el paso de cebra esconde la amargura y la furia desgastada e impotente de cada domingo.

La semana discurre por el imperceptible e intrascendente martes. La ciudad funciona con todas las pilas puestas y todo sus mecanismos internos mueven cada engranaje sin descanso: el policía se aburre, la señora que vende fruta coloca las manzanas para que no rueden, el del estanco golpea el mostrador de madera al entregar al cliente la cajetilla de winston, la grúa de la obra gira sobre el cielo como si alguien debajo de la tierra pusiera en hora un minutero gigante. Entonces, al final de la alambrada, el jubilado cansado de observar la descarga de cemento sobre una cubeta, reinicia el camino hacia ningún sitio y su paso nos desvela que hace tiempo que los hilos que le unían al mecanismo escondido de este juguete que es la ciudad, se han desgastado y ya no lo controlan. Arrastra un poco los pies que dudan entre seguir hasta el parque o detenerse en ese banco que recibe los rayos del sol precisamente a esa hora.

Desde un lugar impreciso del pasado, hacia la incierta estancia de lo que nos espera, caminamos y en cada paso expresamos el fugaz misterio de lo que nos hace únicos.

jueves, enero 10, 2008

Nos queda la Palabra.


GRACIAS A ARTURO PEREZ REVERTE POR SU ARTICULO:
Cuadrilla de golfos apandadores, unos y otros. Refraneros casticistas analfabetos de la derecha. Demagogos iletrados de la izquierda. Presidente de este Gobierno. Ex presidente del otro. Jefe de la patética oposición. Secretarios generales de partidos nacionales o de partidos autonómicos. Ministros y ex ministros –aquí matizaré ministros y ministras– de Educación y Cultura. Consejeros varios. Etcétera. No quiero que acabe el mes sin mentaros –el tuteo es deliberado– a la madre. Y me refiero a la madre de todos cuantos habéis tenido en vuestras manos infames la enseñanza pública en los últimos veinte o treinta años. De cuantos hacéis posible que este autocomplaciente país de mierda sea un país de más mierda todavía. De vosotros, torpes irresponsables, que extirpasteis de las aulas el latín, el griego, la Historia, la Literatura, la Geografía, el análisis inteligente, la capacidad de leer y por tanto de comprender el mundo, ciencias incluidas. De quienes, por incompetencia y desvergüenza, sois culpables de que España figure entre los países más incultos de Europa, nuestros jóvenes carezcan de comprensión lectora, los colegios privados se distancien cada vez más de los públicos en calidad
de enseñanza, y los alumnos estén por debajo de la media en todas las materias evaluadas.
Pero lo peor no es eso. Lo que me hace hervir la sangre es vuestra arrogante impunidad, vuestra ausencia de autocrítica y vuestra cateta contumacia. Aquí, como de costumbre, nadie asume la culpa de nada. Hace menos de un mes, al publicarse los desoladores datos del informe Pisa 2006, a los meapilas del Pepé les faltó tiempo para echar la culpa de todo a la Logse de Maravall y Solana –que, es cierto, deberían ser ahorcados tras un juicio de Nuremberg cultural–, pasando por alto que durante dos legislaturas, o sea, ocho años de posterior gobierno, el amigo Ansar y sus secuaces se estuvieron tocando literalmente la flor en materia de Educación, destrozando la enseñanza pública en beneficio de la privada y permitiendo, a cambio de pasteleo
electoral, que cada cacique de pueblo hiciera su negocio en diecisiete sistemas educativos distintos, ajenos unos a otros, con efectos devastadores en el País Vasco y Cataluña. Y en cuanto al Pesoe que ahora nos conduce a la Arcadia feliz, ahí están las reacciones oficiales, con una consejera de Educación de la Junta de Andalucía, por ejemplo, que tras veinte años de gobierno ininterrumpido en su feudo, donde la cultura roza el subdesarrollo, tiene la desfachatez de cargarle el muerto al «retraso histórico». O una ministra de Educación, la señora Cabrera, capaz de afirmar impávida que los datos están fuera de contexto, que los alumnos españoles funcionan de maravilla, que «el sistema educativo español no sólo lo hace bien, sino que lo hace muy bien» y
que éste no ha fracasado porque «es capaz de responder a los retos que tiene la sociedad», entre ellos el de que «los jóvenes tienen su propio lenguaje: el chat y el sms». Con dos cojones.
Pero lo mejor ha sido lo tuyo, presidente –recuérdame que te lo comente la próxima vez que vayas a hacerte una foto a la Real Academia Española–. Deslumbrante, lo juro, eso de que «lo que más determina la educación de cada generación es la educación de sus padres», aunque tampoco estuvo mal lo de «hemos tenido muchas generaciones en España con un bajo rendimiento educativo, fruto del país que tenemos». Dicho de otro modo, lumbrera: que después de dos mil años de Hispania grecorromana, de Quintiliano a Miguel Delibes pasando por Cervantes, Quevedo, Galdós, Clarín o Machado, la gente buena, la culta, la preparada, la que por fin va a sacar a España del hoyo, vendrá en los próximos años, al fin, gracias a futuros padres felizmente formados por tus ministros y ministras, tus Loes, tus educaciones para la ciudadanía, tu género y génera, tus pedagogos cantamañanas, tu falta de autoridad en las aulas, tu igualitarismo escolar en la mediocridad y falta de incentivo al esfuerzo, tus universitarios apáticos y tus alumnos de cuatro suspensos y tira p’alante. Pues la culpa de que ahora la cosa ande chunga, la causa de tanto disparate, descoordinación, confusión y agrafía, no la tenéis los políticos
culturalmente planos. Niet. La tiene el bajo rendimiento educativo de Ortega y Gasset, Unamuno, Cajal, Menéndez Pidal, Manuel Seco, Julián Marías o Gregorio Salvador, o el de la gente que estudió bajo el franquismo: Juan Marsé, Muñoz Molina, Carmen Iglesias, José Manuel Sánchez Ron, Ignacio Bosque, Margarita Salas, Luis Mateo Díez, Álvaro Pombo, Francisco Rico y algunos otros analfabetos, padres o no, entre los que generacionalmente me incluyo.
Qué miedo me dais algunos, rediós. En serio. Cuánto más peligro tiene un imbécil que un
malvado.






Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua;
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

(Blas de Otero)

lunes, enero 07, 2008

Ahora.

Podrías saberlo todo de tí, si fueras capaz de parar, sentarte en algún sitio tranquilo y desmenuzar sin prisa, con detenimiento y cierto sentido del humor, lo que, en este preciso momento eres. El instante preciso del presente, el momento que vives, exactamente el tiempo que transcurre mientras lees éstas palabras, alberga dentro de sí la totalidad de tu Vida, la realidad de esa mezcla de química y misterio que nos define, el punto de equilibrio en esa inercia que comenzó el día que rompiste a llorar lleno de babas, colgado boca abajo mientras alguien te sujetaba de los pies y que se detendrá en un momento impreciso y seguro del horizonte.
La conciencia plena del presente explica el pasado y construye el futuro. Cada momento vives la misma vida entera. No es verdad que ayer ya no existe y mañana es una hipótesis por confirmar. Si algún artilugio diabólico lograra borrar nuestros recuerdos y arrancarnos los sueños, no quedaría nada. Apenas una forma parecida a la humana. Una mirada vacía, un gesto sin miedo ni esperanza. Un trozo de carne que ignora lo que fue y carece de intención para moldear lo que será. Sería otra cosa.
Cada sensación en el centro de tu pecho, la cercanía al dulce o al amargo en el sabor de tu boca, cada rasgo de tu rostro, ahora mismo, son resultado de lo que fuiste y anuncio de lo que serás. Inventarte cada día, ajustando el guión a tus más sinceros deseos es el origen último de tu condición, la actividad más propiamente humana, la explicación de nuestra historia y la garantía de nuestro futuro.
Solo si sabes sentir el contenido pleno de éste preciso instante, puedes decir que estas vivo. Sin el ahora entendido como única certeza, los recuerdos se desvanecen y falta la primera palabra de la frase que quieres decir. Solo quienes tienen la valentía y el cinismo de mirar a los ojos esa realidad al tiempo miserable, vacía, desconcertante, como sutil, prometedora, inexplicable y demoledoramente cierta que es el ahora, tienen el privilegio de encontrar respuestas sencillas y ciertas. El ahora, el momento concreto y preciso en que pasan tus ojos por estas pretenciosas palabras, esconde las claves para recuperar la decencia del Hombre solo, frente a la Vida. Adormecidos por el runrun de cada día, en medio de mundos previsibles y confortables, se nos escapan los días, los años. Luego, un tarde gris de noviembre, después de algunos análisis de sangre y tras distintas comprobaciones médicas, te dicen que en apenas unos meses vas a morir. Suele ser entonces, cuando comprendes lo qué significa la palabra Ahora. La conciencia se abre y entiendes por fin, más allá de equívocos del intelecto y espejismos del corazón, la gran Verdad: que estás profundamente solo, y que lo que fuiste y lo que serás palpita en un instante.

Por eso, estimado lector, escribo aquí esta tenue intuición: que podríamos entender algo, si fuéramos capaces de parar, buscar asiento en algún sitio tranquilo y desmenuzar sin prisa, con detenimiento y cierto sentido del humor, lo que ahora mismo está pasando.

martes, enero 01, 2008

Capítulo 38. "Más allá del bien y del mal".


El monarca vecino del sur, con sus turbantes y sus cuentas en Suiza, su liderazgo religioso y su amor por esa ingeniero informática pelirroja, que gusta de andar descalza por palacio y amontonar vestidos de marca en su ropero, su reclamación territorial contra la monarquía a la que subsidiaron en los años del hambre, constituye el centro neurálgico de todas las contradicciones del este mundo. Para estar más allá del bien y del mal, aquellas estancias no son un mal sitio. En un palacio de paredes recubiertas de oro confluyen las tensiones norte y sur, este-oeste, cielo y tierra, bien y mal y todas las imaginables. Más aún, todas esas tensiones que explican el movimiento de mundo que vivimos conviven sin mayores dificultades en un espacio todavía más reducido: la mente privilegiada de un monarca capaz de convencer al sector más radical de los partidos fundamentalistas, que necesita para mantener viva la mentalidad medieval en las zonas y las gentes más pobres de su país, de su estricta heterodoxia, minutos después de haber despachado con sus asesores financieros, sobre la administración de su impresionante patrimonio. Es cierto que, con los privilegios de un monarca y en medio de todas esas fronteras, a la que se pudiera añadir la más interesante entre lo legal y lo ilegal, apoyado por un ejército de miserables sometidos a una religión y a la certeza de su infinita crueldad con los que intentan traicionarle, es más fácil hacer dinero.
En los primeros meses del año 2003, una delegación de turbantes del oriente más convulso, visitó al monarca. Después de varias jornadas encerrado en sus aposentos, aprobó el proyecto que le presentaron, les dio dinero y designó el grupo de hombres que le pedían a cambio de una minuciosa relación de todos y cada uno de los contactos y reuniones que durante los años anteriores habían mantenido con miembros de partidos radicales de su país, a los que él consideraba súbditos traidores. Aceptó sus planes y la dirección de toda la infraestructura por nacionalistas del norte de España, con la única condición de que un hombre de sus servicios de inteligencia estuviera entre los observadores, sin participación activa, pero con acceso a toda la información.
Cuando aquella delegación terminó su visita y se fue con los dólares y los nombres de cinco cédulas residentes en la capital de España, con capacidad para cumplir las órdenes que se les fueran dando, a cambio de pasar al tercer nivel de la estructura exportadora de hachís, es decir, a vigilantes y controladores de plantaciones, dejando la calle, el riesgo de entrar en prisión y con la vida resuelta como capataz de una finca propiedad de su Majestad, desaparecieron de sus domicilios habituales los seis líderes de partidos islamistas radicales que habían mantenido contactos con La Encarnación de la Yihhad. Los cocodrilos que adornan el parque temático de una de sus fastuosas mansiones dieron cuenta de sus cuerpos entre gritos desgarradores que el monarca no quiso escuchar. La noticia se difundió oportunamente y sin mayor sorpresa .Por fin para él terminó una molesta sensación de intranquilidad que, desde hacía casi un año se había instalado en un lugar indefinido del costado, cuando los servicios de inteligencias del amigo americano le habían advertido de visitas a su territorio de algunos de los más significados nombres del Enemigo del Mundo. Al tiempo, aseguró a los líderes que sustituyeron a los caídos, venganza sobre el invasor español que había humillado a su pueblo y sobre todo a su dios, en un pequeño islote de su costa. En aquel momento, el amigo americano le pidió paciencia y él aceptó a cambio de que le aseguraran silencio en su maniobra de contestación, cuando el futuro le ofreciera la ocasión de servirse su venganza, con la frialdad que ese plato exige. Tenía en sus manos la ocasión y después que le dijeran el lugar donde tendría lugar la coordinación definitiva de aquel interesante suceso para sus intereses, no tenía ninguna duda de que necesitaría utilizar la carta americana que en la crisis del islote se había guardado. El hermano americano nunca falla cuando ha dado la palabra y aseguraría el silencio necesario. El cuadro remataba con una conducción de gas y el desbloqueo definitivo de distintas operaciones financieras interrumpidas por los escrúpulos de monja del tipo del bigote que tanto daño estaba empezando a hacer, desde el día que anunció que no renovaría mandato. Sin dólares en juego al monarca no le merece la pena ni si quiera ponerse a pensar. Era una cantidad que empezaba a ser interesante y lo que nunca pensó es que la visita del joven socialista español, con su aire de delegado de clase de bachiller, tuviera un calado económico de tanta entidad. Detrás de aquel muchacho aparecía mucho más que un partido político centenario, eje de la estructura política de un país vecino y puente. Detrás de aquel buen muchacho aparecía toda una estructura financiera y empresarial, que se había propuesto alcanzar los primeros puestos en Europa y en el mundo y que había convertido aquel sueño de un presidente paranoico e iluminado creador del socialismo sociedad anónima, en una realidad. Una realidad que un gobernante pequeñito y con bigote había puesto en riesgo a partir del fundamentalismo propio del monje castellano que se había convertido en su único consejero. La prosperidad de todo un complejo entramado de empresas, dependía de un cambio de gobierno y aquella idea era la que aquel torpe líder novato quería trasmitirle entre frases entrecortadas y dubitativas. Él lo había comprendido perfectamente y la sonrisa del interlocutor al mirar a sus acompañantes entonces le pareció menos estúpida que al principio.
Así que después de unos meses un poco agitados, llegaba la primavera del año 2003. En una larga sesión de masajes, el monarca de los monarcas, tras un pesadísimo besamanos con motivo del aniversario del nacimiento de la nación, en el que le habían ofrecido su genuflexa humillación toda la cúpula militar y policial de su país, sonreía de satisfacción al comprobar que ,casi en la misma jugada, había resuelto el incómodo problema de sus opositores radicales, la espina clavada por aquel islote maldito, y el desatasco de la cuestión del gas y de algunos otros negocios que con un nuevo gobierno en el país vecino, sería una realidad. Al final del masaje, en la penumbra de la sauna, como estaba previsto, apareció ella. Cuando, despojándose de su albornoz se dirigía a su lado para acariciar su torso sudoroso, él dijo como pensando en voz alta: “lo que no entiendo es por qué en Tegucigalpa”. Ella se detuvo unos segundos hasta que aquella duda expresada en viva voz desapareció de su semblante y, entonces sentándose lentamente a su lado, le acarició.

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