sábado, marzo 12, 2011

"Maniobras orquestales en la obscuridad" Driver.


Trescientas cincuenta toneladas de oxígeno líquido.
La cantidad exacta de combustible para elevar las sesenta toneladas del cohete, fuera de las Leyes de Newton.
Ni un gramo más, ni un gramo menos.
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Mi nombre es Tomaskinov, soy ruso, completamente ruso.
Desde pequeño las matemáticas no han tenido ningún misterio para mí.
Calculo de cabeza desde que tengo uso de razón.
Nunca me equivoco, por eso me seleccionaron.
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Durante ocho años me entrenaron para un trabajo muy concreto: soy cosmonauta, no astronauta.

Los cosmonautas nos diferenciamos de los simples astronautas, en la capacidad de cálculo para dirigir nuestras naves por el espacio.
Somos rusos, amamos las matemáticas y hacemos de las trayectorias orbitales un arte.
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Durante los años sesenta fuimos los primeros en llegar donde nadie había llegado.
El Cosmos.
Esa zona de la creación, donde si das un patada a un objeto sólido, sales lanzado a través de la ingravidez hacia la Conchinchinas Occidentales.
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A pesar de todos los pesares, a pesar de tenerlo todo calculado, solemos contar en el equipo con un experto en nada.
El experto en nada es un tipo que cobra por estar en el equipo de tierra, atento a la jugada general.
Y cuando nadie sabe qué hacer, se le pregunta a él. El experto en nada.
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Esta mañana me ha tocado montar una antena.
Enfundado en mi equipo de cosmonauta, he salido al espacio exterior atado con una soga de esparto (tenemos dificultades con el presupuesto).
Y allí estaba esa señora estupenda, la señora ingravidez.
Moverse a través de la ingravidez, es como cuando te cuentan un buen chiste. Te desplazas por el espacio de la risa, con seguridad, sin peso aparente.
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Estás donde estás, a unos doscientos mil kilómetros de la panadería más próxima.
La Tierra es una pelota azul y blanca, donde bulle un curioso fenómeno llamado vida. Excepcional.
El Sol, una tórrida sensación de luz, que sin orden ni concierto te aprieta unos fotonazos que no veas.
Los meteoritos, unas piedrecitas que sin orden ni concierto, te pueden mandar al infierno en cualquier momento. De la forma más maniquea que pensar puedas.
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Allí arriba todo parece perfecto, porque lo es.
Los objetos celestes son perfectamente esféricos, la ingravidez un resumen de filosofía pura, las distancias un ejemplo de relatividad absoluta.
No te quitas los guantes y empiezas a aplaudir, porque la descompresión te mandaría al carajo.
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Esta mañana me he quedado embobado montando la antena.
A pesar de haber sido entrenado para dominar mis emociones, el amanecer me ha podido.
Me explico.
Estar aquí es maravilloso, una oportunidad que pocos disfrutamos.
Pero observar la lluvia de fotones que rozan tangencialmente la atmósfera, en las latitudes polares, es lo más hermano. Auténtico Rock and Roll.
Si desde la Tierra la Aurora Boreal es un espectáculo divino..., desde la atmósfera es un cielo de sensación.
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Y ahí, justo ahí fue cuando la cagué.
Me quedé tan absorto, que no había manera de que me acordara de un aparatito que llevo en la muñeca y que se llama "FIN STOP O DOS", que como todo el mundo sabe, te marca el tiempo de oxígeno que te queda en la mochila.
Torradito me quedé con el espectáculo cósmico. Pasado de hora.
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Desde la Tierra me pegaron dos o tres bocinazos, a ver si se me quitaba la tontería.
Ni caso.
Apretaron el botón rojo "BOCINIG EXTRAORDINARIUS".
Nada. Yo a lo mío. Mirando el Cosmos.
Así que como no sabían qué hacer, le pasaron el marrón al experto en nada, monada.
El Sr. Experto en Nada bajó corriendo al parking, agarró unas cedés que llevaba en la guantera, y corrió hacia el control de vuelo, subiendo los escalones de tres en tres.
"Ponga esto", le dijo al técnico de sonido.
U DOS en vena. Sesenta decibelios. Los graves, bien gracias.
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El cosmonauta Tomaskinov recibió a través de los auriculares, tal potencia musical, tal ritmo frenético, tal entusiasta creación divina y musical, que despertó de su letargo.
Y como amaba las matemáticas, miró el relojito del oxigeno, la distancia a la nave y la cuerda de esparto que le unía a a ella, y calculó el tiempo que podía apurar todavía.
Desde Tierra le lanzaron un ultimatum: "Vuelve tío, vuelve ya".
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Tomaskinov, el cosmonauta que amaba las matemáticas, sabía perfectamente la duración de la canción y el tiempo que tenía para efectuar la maniobra de regreso.
Así que abrió el micro y se dirigió a Control Tierra: "En cuanto acabe la canción, me vuelvo".
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Cerró el micro y se pasó tres minutos y cuarenta y dos segundos viendo el espectáculo de las Auroras Boreales, que bailaban al ritmo de U DOS.
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