miércoles, septiembre 01, 2010

No me lo creo.


A la imagen del hombre embarazado que ya fue traída a esta Tierra de Nadie como muestra de uno de los últimos logros en el empeño continuado de hacer desaparecer cualquier diferencia entre el género femenino y masculino en el ser humano, sucede en el día de hoy un avance todavía mayor, si cabe. Los diarios informan que ha caído una red de explotación sexual de hombres que eran obligados a prostituirse.

Difícil calibrar cual de las dos referencias resulta más disparatada e increible.

La imagen del hombre embarazado nos remite a una previa adaptación estructural de órganos y cabidades que termina llenando nuestra imaginación de visceras ensangrentadas. El ajuste de piezas internas es tan descabellado que nos aboca a la imagen de un estropicio orgánico cruel y especialmente desagradable.

Pero la idea del hombre obligado a prostituirse o la mujer que se va de putos plantea graves problemas para poder ser siquiera imaginada. El grupo de amigas entrando en el puticlub, los hombres charlando entre ellos al final de la barra y dirigiendo miradas lascivas a las recién llegadas aguanta en nuestra mente con cierto esfuerzo y provocando necesariamente una sonrisa. Pero lo que sigue a continuación encuentra problemas de tracción mecánica insalvables y nos remite a una mujer ávida de sexo con un extraño musculoso al que paga al final que resulta imposibe de traducir en imágenes creíbles.

Desde el punto de vista económico y financiero me comenta un amigo empresario que una casa de putos le parece un negocio muy arriesgado.

El sexo como vicio, culpa, divertimento, angustiosa necesidad, remedio para lesiones graves en la autoestima, explosión y vergüenza, se desarrolla entre humo, tenues luces de colorines, wisky malo, olor a moqueta sucia y rancia, "detras de la gasolinera donde llené", en un territorio exclusivamente masculino.


- Es que son travestis.
- Ah, eso es otra cosa.

“La verdadera otredad hecha de delicados contactos,
de maravillosos ajustes con el mundo,

no podía cumplirse desde un solo término,
a la mano tendida debía responder otra mano desde afuera, desde lo otro”

Julio Cortázar - “Rayuela”

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