sábado, junio 25, 2011

Alfred, adelante, estás en tu casa.

Hace tiempo que esperábamos la visita de Alfred Eric Leslie Satie. Si este lugar imposible, (residente en un nanorincón del ordenador de no sé quién, que me permite, no se por qué, escribir cosas al mundo desde hace cuatro años) tuviera que traducirse a música , me gustaría que sonase como una partitura de Eric Satie.

Resulta inexplicable como en cada compás introduce una auténtica sobredosis de misterio. Y siempre a partir de unas cuantas notas ordenadas en estructuras muy simples, casi infantiles e incluso, un poco mecánicas.

La música de este extraño pianista que se consideraba "fonometrógrafo" siempre me resultó erótica y simpática, descreída. Es curioso como una composición musical para piano puede expresar un fino sentido del humor de su autor, puede contener una sonrisa irónica frente al mundo.

El artista es alguien incapaz de ocuparse de algo que no sea su obra. No pueden ajustarse al modo común y regulado de comportarse en la vida, ¡ ya les gustaría ! Pero la próxima obra se asoma a su mente y, desde ese momento nace una obsesión, aparece una enfermedad, que es fuente de placer y de sufrimiento, tan intensos que todo lo demás desaparece.

Cuando sus allegados entraron en su apartamento, después de enterrarle, supieron que vivía en la misería más absoluta. Desde su posición superior, enajenado por la hipersensibilidad a la belleza propia de los genios, que les perturba y les hace vivir en otro mundo distinto al nuestro, al de los normales, algún día habló de la miseria a quien llamó "la muchacha de grandes ojos verdes". Eso fue muchos años antes de que Steven McCurry fotografiara la mirada de Sharbar Gula, la niña afgana que desde la portada del National Geografic nos mostró los ojos de Dios.


- Buenos días Alfred, estás en tu casa.

- Muchas gracias.

- La pregunta es un poco estúpida, pero no tanto: ¿cómo llegaste a la música?

- No me parece nada improcedente esa cuestión. Me lo he preguntado muchas veces, bueno no tantas. Porque encontré la respuesta. Así que, si tienes la respuesta para que vas a seguir preguntandote algo.

(...me mira con ojos de pillo. Como en sus notas, también en sus palabras comienza con lo convencional y, seguidamente, lo destroza con unas gotas de humor e ironía que corroen en un segundo lo que parecía inalterable...
Y me anuncia que sigue con su respuesta quitándose las gafas para hablar sin ninguna máscara)

- Cuando tenía seis años murió mi madre. Y todo lo que perdí inesperadamente empecé a buscarlo en las teclas de un órgano desafinado propiedad de un viejo alcohólico , mi maestro. Cuando un día me descubrió llorando mientras buscaba una melodía que me consolara un poco el dolor frío y profundo que sentía dentro, empezó a quererme como si fuera su hijo.
(...)
- He llegado a la conclusión de que a él le pasó igual que a mí. En algún momento de su vida encontró consuelo dibujando una melodía y ya no pudo hacer otra cosa. Él ponía su alma en cada clase. Se sentaba a mi lado encendido, sudoroso y, entonces asocié la música al mal aliento. Años después, entre el humo de los cabarets, el olor a sudor rancio, mezclado con alcohol malo y puta, me sentí feliz porque recordaba mi niñez y sentía otra vez sentado a mi lado a mi maestro. ¿ Te has fijado como huele mi música?

Me sorprende la pregunta cuando empezaba a pensar en Hilario Camacho... que un día me contó que cuando perdió a su madre, siendo muy pequeño, un tio suyo le regaló una guitarra y desde entonces la abrazó porque ya no podía abrazar a su madre. Iba a comentarle la coincidencia, pero con sus ojos me pide una reacción a su sugerencia sobre el olor de su música.

- Nunca lo he pensado. Nunca había relacionado olor y música. Pero es cierto. Las canciones de Leonard Cohen huelen a tabaco y wisky. Las de Hilario a cuaderno de anillas. Las de Dylan a cuero y polvo de un camino sin sombra. Los Beatles...depende. Macartney huele dulce, casi empalagoso. Lennon a limón...o más ácido aún...a limón mezclado con habitación cerrada. Harrison es pura canela...Los Rolling huelen a moto, a grasa de motor...Serrat a sardinas asadas...James Taylor a madera, y los Eagles huelen a la arena de la playam cuando se queda fresca de noche. Bach a incienso, Mozart a barniz de la madera y alfombra, Vivaldi a la tierra recien mojada...

Pero nunca he pensado a qué huele tu música.
Ahora que lo dices...me huele a aire limpio de una habitación recien arreglada, con las ventanas abiertas... y, un poco a cristal.

- ¿A cristal ? ¡Pero si el cristal no huele! Claro que, eso no tiene nada que ver: tampoco huelen mis obras.... es verdad que si oliera, puede que sea cierto que el cristal olería como alguna de mis obritas, ahora que lo dices. Quizas buscaba en las notas el aire y la limpieza que no tenía alrededor...qué curioso. Por cierto, Leonard Cohen escribió la canción que me hubiera gustado escribir para el amor de mi vida, Suzanne. Tienes que invitarla a venir. Te gustará y le diré que te regale un cuadro. Ese retrato que has puesto arriba me lo hizo ella, cuando me quería.

- Qué tal te llevaste con Debussy y Ravel.

- Los dos me gustaban cuando tocaban el piano. Cuando terminaba la pieza empezaba lo peor de los dos. Seguro que de mí dirían lo mismo. A Ravel lo conocí muy jovencito y le sobraba autoestima...Debussy hacía cosas que me gustaban y me quería mucho. Mira, ahora que lo pienso, también su música huele a cristal. Claro, ¡eso era lo que me gustaba!.

(No sé si habla en serio o en broma. Él tampoco, probablemente).

- Me tengo que marchar. No debe usted abusar de estas visitas de espíritus.

- Ya, lo sé. Me han dado algun toque ya. Un poco vale, pero sin pasarse.

Se mete la mano en el bolsillo de su chaqueta y me ofrece una cuartilla doblada. Lo abro y veo un dibujo extraño. Es un edificio, como de plomo, o algo así.

- Gracias.

- No sé a qué viene, pero ultimamente, además de disfrutar sobre el piano, tengo unas ganas irrefrenables de dibujar edificios de hierro, de plomo, de cristal...creo que es una premonición, pero esto no lo escriba usted en la entrevista que ya tengo suficiente fama de raro.

- No se preocupe (pero al tiempo de decirlo pienso que este hombre vió los ojos verdes de la chica afgana antes que nadie y dibujó los rascacielos un siglo antes de que existieran).

- Adios
- Adios Alfred.

Se levanta y camina erguido, en línea recta, sin un gesto propio, hasta dejar atrás esta Tierra de Nadie.




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