Perfidia
Lo supe antes de nada por el modo en que se quitó la chaqueta y me miró.
Estaba viendo la televisión y esperando que llegara para preparar algo de cena. Sonó la llave de la puerta y pasó. Me miró y no se qué dijo y , en ese momento se quitó la chaqueta.
Entonces lo supe: lo hizo con un gesto nuevo completamente distinto al de cada día. Se quitó la chaqueta como alguién que es feliz. Muy feliz.
Como alguien muy feliz que no puede expresar su felicidad y la esconde. La intenta esconder, porque lo cierto es que su radiante felicidad de enamorado se le escapa por todos los poros de su piel y se revela impudicamente en cada gesto del cuerpo, en cada movimiento de los brazos, de las manos, de los dedos... en el brillo inevitable de su mirada.
Estaba viendo la televisión y esperando que llegara para preparar algo de cena. Sonó la llave de la puerta y pasó. Me miró y no se qué dijo y , en ese momento se quitó la chaqueta.
Entonces lo supe: lo hizo con un gesto nuevo completamente distinto al de cada día. Se quitó la chaqueta como alguién que es feliz. Muy feliz.
Como alguien muy feliz que no puede expresar su felicidad y la esconde. La intenta esconder, porque lo cierto es que su radiante felicidad de enamorado se le escapa por todos los poros de su piel y se revela impudicamente en cada gesto del cuerpo, en cada movimiento de los brazos, de las manos, de los dedos... en el brillo inevitable de su mirada.
Me miró y lo supe con una certeza que solo tenemos las mujeres.
Él se dio cuenta, se sintió descubierto, y azorado dudo entre pasar y sentarse o abandonar la habitación.
Escuché que salió al pasillo y a mitad de camino se dio la vuelta y entró otra vez en la habitación para sentarse en el sillón, como cada día.
Nos miramos una segunda vez y ya sabíamos los dos lo que ya sabíamos los dos.
Entonces sonó a lo lejos la melodía triste y pegadiza de aquella canción.
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