La suavidad de la naturaleza: Lou Reed y Laurie Anderson
Viene el Otoño a regalarte el atardecer entre los árboles y mientras atendía a sus enseñanzas, como las hojas que caen en un instante impreciso, murió Lou Reed.
Nos han dicho tantas cosas inútiles sobre la Vida y hemos leído tantas poesías sobre la inexplicable inmensidad de la Naturaleza que cuesta trabajo encontrar una idea nueva, distinta, de esas que contienen el peso cierto de la Verdad.
Miramos con tanta frecuencia las cosas, que se nublan los perfiles del mundo con la indiferencia y pasamos de largo delante del misterio, embotados y aburridos de tanto regalo inmerecido.
Laurie lo vio morir y en su despedida Lou susurró algo y le hizo ver la suavidad de la Naturaleza.
Ella nos lo contó en todos los teletipos y a mi me hizo mirar por la ventana del coche mientras atravesaba los campos de cualquier sitio. Entonces comprobé el acierto de la última percepción del músico maldito, sacerdote de lo más negro de la madrugada turbia y canalla de Nueva York.
Tuvo que ser él, mira tu por donde, quien lo expresara de la manera más simple y cierta.
Si miras el mundo con el propósito de abarcarlo todo en los ojos...lo más llamativo, es su perfecta suavidad. El tacto suave del aire, la continuidad de los colores y el susurro imperceptible de las cosas, ofrecen en conjunto una textura difusa, sin estridencias, caótica y armoniosa al tiempo, que invita a la caricia.
Intentando esa caricia imposible al mundo entero, que nos abarca y que no se ve ni se toca, murió en paz Lou Reed y el relato de Laurie nos deja un pensamiento para guardar en favoritos de lo que antes llamábamos alma y ahora denominamos nuestra nube o disco duro, depende.
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