jueves, junio 09, 2016

Tres días en Basilea





El Rin es un río poderoso y sensato que, como su nombre indica, fluye.
Demuestra a su paso tranquilidad y seguridad en sí mismo. Su presencia silenciosa y permanente ha trasladado a la gente que vive a su lado, su carácter discreto  y fuerte. El ribereño lo mira acostumbrado, sin apreciar ya su energía descomunal , incluso a veces lo ignora, aunque cuando no lo tiene cerca, lo añora. La gente quiere ser río y solo con bicicletas consigue parecerse un poco. Durante un rato, se mueven impulsados por una fuerza continúa y describen trayectorias de esfuerzo, movimiento y llegada, como si fueran ríos.
 
Los visitantes escuchan mensajes antiguos y secretos que susurran sus corrientes trenzadas en la superficie, al rozar el pilar de un puente. Que todo pasa y se queda, que somos nada al lado de la fortaleza y la hermosura de un río, que  la Tierra es un ser vivo que se mueve y respira, que la nieve de las montañas, el mar infinito  y la lluvia tienen un acuerdo de colaboración  y gracias a sus buenas relaciones, al mirar por la ventana cada tres meses todo cambia su aspecto y su color.

Los ríos grandes y responsables terminan criando ciudades a su lado.
Basilea empezó a aparecer un buen día en una curva del Rin y ahora es un pueblo con niños que van al colegio, un Ayuntamiento rojo, cientos de bicicletas, ancianos jóvenes, parques con cuervos deprimidos y desconfiados, hospitales sin enfermos, llenos de médicos relajados que se pasan la vida en un comedor y en unos jardines esperando que llegue algún enfermo o lo traigan por la tarde en helicóptero, El río hace que la gente sea silenciosa y educada, pero con una gran fuerza interior y por eso trabajan sin angustia el tiempo preciso para seguir siendo tan ricos como siempre lo fueron.

Un patio de suelo empedrado y portalón sombrío, sirve para dar luz a las ventanas interiores de unas casas centenarias, construidas en la segunda fila de la ribera.Por allí sale de trabajar una mujer joven, un poco preocupada, que camina como si de pequeña andará siempre de puntillas. Ha llegado hace unos meses a aquella ciudad, tiene su mente fatigada por culpa de un idioma que ordenó las frases al revés. Vive en ese territorio de incertidumbre que va desde el día que dejas atrás la casa de tus padres el que puedes abrir la puerta de la tuya...   y ese día viene su padre a visitarla.

El río que lo notó porque sabe las cosas importantes que ocurren en la ciudad  y la casualidad que rige con minuciosidad matemática las ocasiones irrepetibles, cambiaron el clima y las temperaturas en una zona indeterminada de unos veinte kilómetros a la redonda en el momento en que su padre la vio sonriente acompañada de su bicicleta al bajar del autobús del aeropuerto. Así coincidieron lo de dentro y lo de fuera en los días que estuvieron en aquella ciudad el padre y su hija, su padre y la hija. El río les acompañó y les regalo un pato para una foto.Pasearon las calles antiguas y empinadas, llegaron con las bicicletas hasta el final de las vías, donde quedó olvidado el último tren oxidado, disfrutaron de la sensación de haberlo conseguido, y pasaron los minutos  que ahora recuerda el padre mientras escribe, repasando imágenes  que se le escapan de las manos como agua.



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