sábado, febrero 23, 2008

Mítines (Diario de un paranoico razonable.13)

Son actores. Comprendo que se pueda decir que alguien tiene que mandar, alguien tiene que salir en las procesiones, entregar los premios, estirar la barbilla pleno de gozo al mirar al populacho desde su coche oficial, recibir a otro simple semejante en el aeropuerto y pasar revista a las tropas. Comprendo que pueda defenderse con fundamento que los líderes carismáticos terminan llenando las calles de sangre. Y por eso, acepto la idea de que cuando más encefalograma plano tengan los que nos gobiernan mejor, menos peligro. Pero, precisamente por todo eso, no puedo entender qué hace ese gentío gritando y agitando las banderas en los mítines. Dice un compañero en las terapias del psiquiatra que, esos de los aplausos encendidos y los gritos al unísono, son familiares y gentes que dependen económicamente del partido en cuestión. Pero no me parece que esa explicación pueda explicar el número: son demasiados. Ni tampoco el entusiasmo: cómo pueden emocionarse de ese modo con frases tan simples, con oradores tan panolis, con mensajes tan ridículamente infantiles. Deben ser actores, querido lector. Fíjese bien porque algunos repiten. Hay una imagen que buscan los líderes para acercarse a la juventud y que consiste en situar detrás, como fondo, a muchachos veinteañeros, sentados en una grada y muy atentos a lo que cuenta el candidato. Fíjese bien porque hay un chaval muy peinado, con aspecto de deportista y con una camisa a rayas que esta en la foto de distintos partidos políticos. Le pagan, va, hace su trabajo. Se sienta sonríe y aplaude. Una chica rubia con gafas también repite. Son actores.
Es una explicación que me produce cierto consuelo.
¿Se imaginan que los asistentes a los mítines fueran personas normales? ¿Se podrían llamar normales a quienes se comportan de esa manera?
Pero son muchos para ser actores.
Otra vez esta aquí la ansiedad. Ese maldito desasosiego que me hace pensar en una epidemia, apenas imperceptible que se extiende entre nosotros. Una pandemia que extiende la imbecilidad por campos y ciudades de todo el mundo. No. No quiero volver a las pastillas.
Me empiezo a sentir mal.
Perdón, querido lector. Luego sigo.
Tienen que ser actores.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Hay demasiados profetas, profesionales de la libertad.

Tienen que ser actores.
Actores profesionales.

Cierto.

3:15 p. m.  
Blogger Eliseo said...

Hummm.... ¿un chaval muy peinado, con aspecto de deportista y con una camisa a rayas, que aparece en los lugares más inauditos...? ¡Eureka, hemos encontrado a Wally!

1:09 a. m.  

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