Tus pasos.
La sucesión repetida de movimientos coordinados e inconscientes que se produce al caminar nos desvela información escondida del paseante. Nuestra forma de caminar compone una danza sencilla y sincera, que acompaña y descubre la música oculta del alma.
La madrugada empieza a esfumarse con las primeras luz de un nuevo día. Míra aquella chica un poco despeinada, deseando quitarse los tacones, que después de la fiesta o la esperada cita. Ahora se abandona, sin compostura, relajada , olvidando repasar mentalmente su figura desde fuera, como hizo toda la tarde desde que terminó la raya de sus ojos y abandonó el espejo, comprobando al tacto que las llaves siguen en el bolso y buscando entre los coches que bajan por la avenida un taxi con el piloto verde encendido. Si miras un poco más, el gesto deja ver un ligero aire de desilusión y cansancio, como si no fuera la primera vez que las expectativas de una cita o una fiesta, no se hubieran cumplido. Ha bebido más de lo que hubiera querido, pero también eso ha ocurrido otras veces, y si están las llaves y el taxi aparece, todo está bajo control.
Es otro domingo soleado. Míra aquel tipo cincuentón de las gafas. Lleva las manos metidas en los bolsillos de su pantalón color crema de tergal, por debajo del elástico de su cazadora de ante marrón albero. Y aunque no se ven están tensas, lleva los puños cerrados aunque él no lo sabe. Pisa también con cierta rigidez, como apretando el suelo en cada paso. El gesto torcido, la cara exageradamente alta y los ojos mirando a ninguna parte. Comerán fuera para no ensuciar en casa. Otra vez llegó la misa del domingo y a la salida la frase de que le ha revuelto el estómago. Las rencillas absurdas que amargan la familia y sobre todo el cansancio de años aguantando impertinencias sobre su trabajo, sobre si su familia o la familia de su mujer. Por eso dijo que iba a comprar el periódico, cuando todos los que le escucharon sabían que se iría a dar una vuelta, porque estaba molesto, porque otra vez se había vuelto a hablar de eso que tanto le molesta. Y le han dicho que vale, que se ven ya en la comida, que no se retrase que a las dos esta reservada la mesa, que luego aquello se pone muy incómodo con tanta gente . Cansado, resignado. Y todo eso que hace el domingo tan incómodo hasta que por fin, empieza carrusel deportivo y los gritos del comentarista adormecen su alma herida, aburrida. El paso rígido y solitario al cruzar el paso de cebra esconde la amargura y la furia desgastada e impotente de cada domingo.
La semana discurre por el imperceptible e intrascendente martes. La ciudad funciona con todas las pilas puestas y todo sus mecanismos internos mueven cada engranaje sin descanso: el policía se aburre, la señora que vende fruta coloca las manzanas para que no rueden, el del estanco golpea el mostrador de madera al entregar al cliente la cajetilla de winston, la grúa de la obra gira sobre el cielo como si alguien debajo de la tierra pusiera en hora un minutero gigante. Entonces, al final de la alambrada, el jubilado cansado de observar la descarga de cemento sobre una cubeta, reinicia el camino hacia ningún sitio y su paso nos desvela que hace tiempo que los hilos que le unían al mecanismo escondido de este juguete que es la ciudad, se han desgastado y ya no lo controlan. Arrastra un poco los pies que dudan entre seguir hasta el parque o detenerse en ese banco que recibe los rayos del sol precisamente a esa hora.
Desde un lugar impreciso del pasado, hacia la incierta estancia de lo que nos espera, caminamos y en cada paso expresamos el fugaz misterio de lo que nos hace únicos.
1 Comments:
DESDE MI CABINA
Conduciendo un camión, veo el mundo mundial desde una posición privilegiada.
Parece mentira, pero el ruido de mi máquina me obliga a aprender mucho de los gestos de las gentes.
Gestos: manos de transeúntes que se mueven al ritmo de la samba, gasolineros que hacen de la cadencia un ritmo habanero, moteros que se cruzan y me indican con una curva de su trayectoria lo que me voy a encontrar a 350 metros...
Y como no el cara a cara, la verdadera historia del mundo.
Esos ojos verdes azulados de la camarera que me vuelven loco; esa nube de polvo del autobús dos curvas por delante; esos amaneceres en cualquier latitud.
He aprendido muchas cosas observando, pausadamente.
Y lo que más me llama la atención de todo, es que a los farsantes, a los embusteros, los localizo por su falta de movimientos; por sus gestos crispados y contenidos.
Se creen muy seguros en su pedestal de poder y prosperidad.
Pero su inmovilismo les delata.
Todo lo que está vivo, es orgánico, se mueve y transmite.
Saco la mano por la ventanilla, siento la poderosa brisa de esta primavera incipiente.
Amigo, no cambio esto por nada.
Atentamente: DRIVER
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