Capítulo 36. "Aparece la ciudad inexplicable".
Noviembre oscureció las tardes y las calles de Sarajevo empezaron a coleccionar brillos del hielo que dibujaban el contorno de las farolas, los bancos de madera como de otra época, las ramas desnudas de los árboles y los adoquines de la parte de la calle que esa tarde había quedado en la penumbra. Se sentía confundido. Un poco más confundido que lo que últimamente venía siendo habitual. Las antiguas charlas hasta bien entrada la madrugada con Ricardo, les ayudaban a ordenar ideas y tomar distancia con los acontecimientos. Juntos dibujaban un guión perfecto que luego desarrollaba Ricardo con desparpajo delante del ordenador en aquellos primeros momentos de charlas a través del messenger. Aquella etapa pensada y medida al milímetro les había dado crédito para todos los tiempos difíciles que vinieron después. Finalmente, después de sospechas de fallos de seguridad a través de los chats, la comunicación se limitó al correo electrónico, cada vez más espaciado. Las últimas semanas todo había sido más difícil y el ordenador portátil llevaba tiempo sin abrirse. Afortunadamente el activista era bien conocido por su comportamiento estrafalario con tintes histriónicos. Su edad y las enormes aportaciones durante toda la vida de la organización con fondos llegados de los sitios más inverosímiles del planeta, le permitían un régimen absolutamente excepcional dentro de las rígidas normas militares que exigían un control diario y puntual de los movimientos de cada miembro.
Se acercaban las vacaciones de navidad y Quijares que años anteriores había buscado cualquier destino, esta vez necesitaba la vuelta a España. La imagen de su hijo había aparecido reiteradamente en sus sueños, en cada sobresalto de las últimas semanas. Al filo del peligro real de perderlo todo, aparecían las bases, el fundamento real de tu existencia. Y entonces aparecía él y recuerdos que hacían que se humedecieran sus ojos, aquella mañana de noviembre paseando solitario por las calles de aquella ciudad gris y profundamente triste, que escondía una familia rota con al menos algún mutilado detrás de cada ventana, de aquellos bloques esconchados y envejecidos. Había imaginado a Ricardo contándole como su padre había malgastado su vida en un juego de espías, infantil y cada día más peligroso.
Había quedado con Ricardo en el parque que llamaban del Loco Enamorado, al parecer, porque en uno de sus frondosos robles se quitó la vida por amor el más famoso poeta del siglo XIX de la ciudad, incluso del país.
Aprovecharon que una fiesta local entre semana había sido aprovechada por Colleen para hacer una visita rápida a la familia y que los demás estarían de excursión para volver a verse con cierta tranquilidad. Hacía meses que terminaban en aquel parque sus ratos de footing. Ahora buscaban refugio en sus veredas llena de setos y fuentecillas sin agua y medio derruidas, que les ofrecían rincones donde poder charlar.
Tegucigalpa. Esa ciudad escondida entre montes en una valle insalubre y remoto de un país imposible, que los españoles bautizaron Honduras por su abrupto relieve, era la ciudad de la que hablaron en ese día, casi al tiempo, dos funcionarios asustados en un banco helado de un parque de Sarajevo, un grupo de siete encapuchados hablado en euskera en un piso a las afueras de París, un banquero suizo que desde hacía tres generaciones gestionaba la fortuna familiar de un monarca del norte de Àfrica y el grupo de élite de los servicios de información más prestigiosos del mundo, que transcribían rutinariamente comunicaciones cifradas de un grupo radical islamista y , al ver aquella extraña palabra, se miraron con cara de asombro: Tegucigalpa.
- "¿Cómo has dicho?", dijo Ricardo Establet con cara de asombro.
- "Tegucigalpa. ¿Sabes donde está?"
- "Claro, es la capital de Honduras. Un compañero de promoción estuvo allí en una escolta hace un par de años."
Le explicó que, la dama rusa del eterno desasosiego, le había pedido continuar para saber que pasara en aquella ciudad, a la que de forma inexplicable conducían los distintos caminos de radicales de la boina y del turbante, auspiciados por compañeros de viaje, cada vez más inexplicables.
En silencio buscaban alguna explicación para la sorprendente ubicación.
- "Tranquilo Ricardo, yo llevo cuatro días dándole vueltas y la verdad es que no consigo explicármelo. Es como si se tratara de encontrar el lugar menos previsible de todos los posibles."
- "Además, que quieres que te diga…por lo que sé en todo centroamerica no se mueve una hoja sin que los yankees den su visto bueno. Ellos no suelen andarse con remilgos. Ya sabes, si en sus dominios ven algo que no controlan perfectamente disparan y luego preguntan, o miran a ver el pelaje de la pieza que acaban de cobrar."
-"Pues te aseguro que después de lo vivido hasta ahora soy capaz de imaginarme cualquier cosa. Pero empieza a haber demasiados invitados en esta fiesta. Y sinceramente no veo a los del turbante en la el mismo baile que el Tío Tom por mucha rakia que beban por todas las partes."
-"¿Y que te dijo más?, le pregunto Ricardo intentando encontrar la pieza del puzzle que les faltaba."
- “Poco más”, repasaba mentalmente Quijares, “que yo recuerde, no me dejo nada importante. Ya te dije que me anunció más información vía email “cuando sea necesario” creo que dijo textualmente.
- "¿Has repasado si hemos estado allí antes?"
La frase significaba en su argot particular acumulado esos años entre ambos, si había revisado los archivos del ordenador para ver si el Pirata al que suplantaban tenía algún dato o había dejado algún rastro que permitiera determinar si en alguna ocasión había estado en aquella inesperada ciudad.
-"Si, claro que he mirado. Fue lo primero que hice, pues ella me aseguró que pronto me indicarían que comenzara los planes para organizar y quien sabe sin participar en aquel encuentro."
Un perro comenzó a olisquear sus pies y a unos treinta metros una viejecita caminaba dificultosamente con una cadena en la mano y hacía como si no hubiera advertido su presencia.
- "Lo único que he encontrado en esa zona es en relación con Colombia. Pero eso ya lo habíamos visto."
-" La foto de la chica con el bote de cocacola entre las tetas."
- "Exacto, que terminamos relacionando con un intercambio de cocaína por cursos de explosivos para los de Tirofijo, después de descifrar la clave."
-"¿Cómo era?...“Cursos de cocina”."
-" Exacto, veo que lo recuerdas todo. Pero fuera de eso no he encontrado nada. Pero habrá que repasar, porque hay tanto archivo que sin descifrar que no estaría mal darle otra vuelta. ¿Tienes localizada tu copia?"
-" Si, claro. La única conexión que se me ocurre por aquella zona es la de Nicaragua. Pero sinceramente, sigo dándole vueltas a la cabeza. ¿Y si fuera un nombre en clave y no el de una ciudad? ¿O una invención de la tipa esa que te tiene en los huesos? "
Quijares no respondió. Estaba desorientado. Algo no encajaba. Durante todos estos meses había creído que el interés de esa mujer de ojos profundos y labios eternamente a media sonrisa, por estar cerca de él se explicaba por su morbosa curiosidad y su interés en estar al tanto de la rocambolesca historia que, quien sabe si la soledad y la necesidad de aventura de un cincuentón habían creado. Ahora se daba cuenta de que, pasados unos capítulos, ella era la que le tenía que contarle a él por donde seguía este endiablado enredo.
Ricardo sintió pena al ver la cara de desolación de su compañero.
-"¿Qué piensas? "
- "Ella tiene otra fuente Ricardo. Jugó con ventaja desde el principio.No era tan lista"
-" No te agobies por eso. Hace tiempo que sospechaba algo así. Ella toma café en círculos de gente que lo sabe todo."
- "Lo maneja todo."
Ricardo golpeó en el hombro a su compañero.
- "Abre el ordenata y me pones un email y me cuentas. Espabila que tenemos que estar atentos."
La viejecita se alejó con su perro y casi sin hablar, expulsando vaho al caminar, regresaron un poco más perdidos, pero consolados y resignados a seguir remandoen aquella travesía hacia ninguna parte.
Se acercaban las vacaciones de navidad y Quijares que años anteriores había buscado cualquier destino, esta vez necesitaba la vuelta a España. La imagen de su hijo había aparecido reiteradamente en sus sueños, en cada sobresalto de las últimas semanas. Al filo del peligro real de perderlo todo, aparecían las bases, el fundamento real de tu existencia. Y entonces aparecía él y recuerdos que hacían que se humedecieran sus ojos, aquella mañana de noviembre paseando solitario por las calles de aquella ciudad gris y profundamente triste, que escondía una familia rota con al menos algún mutilado detrás de cada ventana, de aquellos bloques esconchados y envejecidos. Había imaginado a Ricardo contándole como su padre había malgastado su vida en un juego de espías, infantil y cada día más peligroso.
Había quedado con Ricardo en el parque que llamaban del Loco Enamorado, al parecer, porque en uno de sus frondosos robles se quitó la vida por amor el más famoso poeta del siglo XIX de la ciudad, incluso del país.
Aprovecharon que una fiesta local entre semana había sido aprovechada por Colleen para hacer una visita rápida a la familia y que los demás estarían de excursión para volver a verse con cierta tranquilidad. Hacía meses que terminaban en aquel parque sus ratos de footing. Ahora buscaban refugio en sus veredas llena de setos y fuentecillas sin agua y medio derruidas, que les ofrecían rincones donde poder charlar.
Tegucigalpa. Esa ciudad escondida entre montes en una valle insalubre y remoto de un país imposible, que los españoles bautizaron Honduras por su abrupto relieve, era la ciudad de la que hablaron en ese día, casi al tiempo, dos funcionarios asustados en un banco helado de un parque de Sarajevo, un grupo de siete encapuchados hablado en euskera en un piso a las afueras de París, un banquero suizo que desde hacía tres generaciones gestionaba la fortuna familiar de un monarca del norte de Àfrica y el grupo de élite de los servicios de información más prestigiosos del mundo, que transcribían rutinariamente comunicaciones cifradas de un grupo radical islamista y , al ver aquella extraña palabra, se miraron con cara de asombro: Tegucigalpa.
- "¿Cómo has dicho?", dijo Ricardo Establet con cara de asombro.
- "Tegucigalpa. ¿Sabes donde está?"
- "Claro, es la capital de Honduras. Un compañero de promoción estuvo allí en una escolta hace un par de años."
Le explicó que, la dama rusa del eterno desasosiego, le había pedido continuar para saber que pasara en aquella ciudad, a la que de forma inexplicable conducían los distintos caminos de radicales de la boina y del turbante, auspiciados por compañeros de viaje, cada vez más inexplicables.
En silencio buscaban alguna explicación para la sorprendente ubicación.
- "Tranquilo Ricardo, yo llevo cuatro días dándole vueltas y la verdad es que no consigo explicármelo. Es como si se tratara de encontrar el lugar menos previsible de todos los posibles."
- "Además, que quieres que te diga…por lo que sé en todo centroamerica no se mueve una hoja sin que los yankees den su visto bueno. Ellos no suelen andarse con remilgos. Ya sabes, si en sus dominios ven algo que no controlan perfectamente disparan y luego preguntan, o miran a ver el pelaje de la pieza que acaban de cobrar."
-"Pues te aseguro que después de lo vivido hasta ahora soy capaz de imaginarme cualquier cosa. Pero empieza a haber demasiados invitados en esta fiesta. Y sinceramente no veo a los del turbante en la el mismo baile que el Tío Tom por mucha rakia que beban por todas las partes."
-"¿Y que te dijo más?, le pregunto Ricardo intentando encontrar la pieza del puzzle que les faltaba."
- “Poco más”, repasaba mentalmente Quijares, “que yo recuerde, no me dejo nada importante. Ya te dije que me anunció más información vía email “cuando sea necesario” creo que dijo textualmente.
- "¿Has repasado si hemos estado allí antes?"
La frase significaba en su argot particular acumulado esos años entre ambos, si había revisado los archivos del ordenador para ver si el Pirata al que suplantaban tenía algún dato o había dejado algún rastro que permitiera determinar si en alguna ocasión había estado en aquella inesperada ciudad.
-"Si, claro que he mirado. Fue lo primero que hice, pues ella me aseguró que pronto me indicarían que comenzara los planes para organizar y quien sabe sin participar en aquel encuentro."
Un perro comenzó a olisquear sus pies y a unos treinta metros una viejecita caminaba dificultosamente con una cadena en la mano y hacía como si no hubiera advertido su presencia.
- "Lo único que he encontrado en esa zona es en relación con Colombia. Pero eso ya lo habíamos visto."
-" La foto de la chica con el bote de cocacola entre las tetas."
- "Exacto, que terminamos relacionando con un intercambio de cocaína por cursos de explosivos para los de Tirofijo, después de descifrar la clave."
-"¿Cómo era?...“Cursos de cocina”."
-" Exacto, veo que lo recuerdas todo. Pero fuera de eso no he encontrado nada. Pero habrá que repasar, porque hay tanto archivo que sin descifrar que no estaría mal darle otra vuelta. ¿Tienes localizada tu copia?"
-" Si, claro. La única conexión que se me ocurre por aquella zona es la de Nicaragua. Pero sinceramente, sigo dándole vueltas a la cabeza. ¿Y si fuera un nombre en clave y no el de una ciudad? ¿O una invención de la tipa esa que te tiene en los huesos? "
Quijares no respondió. Estaba desorientado. Algo no encajaba. Durante todos estos meses había creído que el interés de esa mujer de ojos profundos y labios eternamente a media sonrisa, por estar cerca de él se explicaba por su morbosa curiosidad y su interés en estar al tanto de la rocambolesca historia que, quien sabe si la soledad y la necesidad de aventura de un cincuentón habían creado. Ahora se daba cuenta de que, pasados unos capítulos, ella era la que le tenía que contarle a él por donde seguía este endiablado enredo.
Ricardo sintió pena al ver la cara de desolación de su compañero.
-"¿Qué piensas? "
- "Ella tiene otra fuente Ricardo. Jugó con ventaja desde el principio.No era tan lista"
-" No te agobies por eso. Hace tiempo que sospechaba algo así. Ella toma café en círculos de gente que lo sabe todo."
- "Lo maneja todo."
Ricardo golpeó en el hombro a su compañero.
- "Abre el ordenata y me pones un email y me cuentas. Espabila que tenemos que estar atentos."
La viejecita se alejó con su perro y casi sin hablar, expulsando vaho al caminar, regresaron un poco más perdidos, pero consolados y resignados a seguir remandoen aquella travesía hacia ninguna parte.
Etiquetas: Novela por entregas.
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