Gracias Juan Carlos.
Soy español simplemente porque nací por aquí, no me malinterpretes querido lector, un hecho completamente accidental, del que ni me siento orgulloso, ni todo lo contario. Y miro, simplemente miro lo que pasa.
Detrás del ruido de los mercachifles que se pasan el día delante de unos micrófonos, con voces ampulosas y gestos estudiados, hay una realidad que si estás atento, te deja entender lo que está pasando. Aquí, en España, cuando comienza en mes de noviembre del año 2007. Solo tienes escuchar lo que se oye detrás del ruido de palabraría de tanto simplón con corbata. Esos a los que apluden y vitorean con banderas y pancartas, en cada mitin. Supongo que los gritan tienen un cuñado concejal o director general, sino no me explico el entusiasmo. Son muy pocos, unos cuantos. Lo demás estamos callados, aburridos, pero atentos a lo que pasa, a lo que se cuece cada día en este sitio y en este tiempo que nos ha tocado vivir.
Hubo muchos muertos, vidas truncadas y otras que aquel día cambiaron para siempre, con el recuerdo del hijo, del amigo que murió con la irresistible ignomia con la que mueren los inocentes. Cientos, miles, millones de inocentes que, en cada recodo de la historia, han sido sacrificados paradar gloria esos dioses universales y eternos de la patria, la nación o la libertad. Luego vinieron los indecentes, los que nos mandan y encima de los cuerpos descuartizados se pusieron a discutir si eran galgos o eran podencos. Luego, ese alboroto de gritos de verduleras se tornó solemne ceremonia, con togas negras y grandes titulares. Y pasados los meses, cuando el olor a polvora y a sangre seca empezó a disiparse, apareció una sentencia, tras la que otra vez los mismos impresentables, lanzaron sus palabras como salibazos, buscando un voto más, entre los cadáveres.
Hubo muchos muertos, vidas truncadas y otras que aquel día cambiaron para siempre, con el recuerdo del hijo, del amigo que murió con la irresistible ignomia con la que mueren los inocentes. Cientos, miles, millones de inocentes que, en cada recodo de la historia, han sido sacrificados paradar gloria esos dioses universales y eternos de la patria, la nación o la libertad. Luego vinieron los indecentes, los que nos mandan y encima de los cuerpos descuartizados se pusieron a discutir si eran galgos o eran podencos. Luego, ese alboroto de gritos de verduleras se tornó solemne ceremonia, con togas negras y grandes titulares. Y pasados los meses, cuando el olor a polvora y a sangre seca empezó a disiparse, apareció una sentencia, tras la que otra vez los mismos impresentables, lanzaron sus palabras como salibazos, buscando un voto más, entre los cadáveres.
Todo eso pasó, y lo cuento para que todos los sepan.
Pero cuando todos se preguntan quién fué, él, sin palabras, levantó su dedo acusador y lo dirigió sin miedo y sin odio al lugar preciso. Les dijo:”Habéis matado a cientos de inocentes que iban a trabajar dormitando en el asiento de un tren de cercanías, pero Ceuta y Melilla son parte de este territorio en que yo reino, y lo van a seguir siendo. Y mientras representéis el odio, la incultura, el fanatismo, lo peor de la naturaleza humana, estaré aquí para decirle a quien sepa ver y oir lo que pasa, que en España hay un Rey, que un día puso la razón por encima de los fusiles, y que quiso reinar sobre ciudadanos y no sobre súbditos". Ese tipo que nos reina, sin levantar la voz, supo desde el primer instante después de la masacre, donde estaban los salvajes que habían planeado la matanza y, el día después de la sentencia, se adelantó a tanto mediocre y al frente de un pueblo antiguo y sabio, le dijo a la cara a los asesinos, que no asustan a nadie y que no podrán imponer ni en un milímetro de nuestro territorio, ni su macabra religión, ni su corrupto sistema político.
Como hace unos cuantos años, en la sala de televisión del colegio mayor, hoy de nuevo te digo gracias Juan Carlos, gracias Rey.
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