martes, enero 01, 2008

Capítulo 38. "Más allá del bien y del mal".


El monarca vecino del sur, con sus turbantes y sus cuentas en Suiza, su liderazgo religioso y su amor por esa ingeniero informática pelirroja, que gusta de andar descalza por palacio y amontonar vestidos de marca en su ropero, su reclamación territorial contra la monarquía a la que subsidiaron en los años del hambre, constituye el centro neurálgico de todas las contradicciones del este mundo. Para estar más allá del bien y del mal, aquellas estancias no son un mal sitio. En un palacio de paredes recubiertas de oro confluyen las tensiones norte y sur, este-oeste, cielo y tierra, bien y mal y todas las imaginables. Más aún, todas esas tensiones que explican el movimiento de mundo que vivimos conviven sin mayores dificultades en un espacio todavía más reducido: la mente privilegiada de un monarca capaz de convencer al sector más radical de los partidos fundamentalistas, que necesita para mantener viva la mentalidad medieval en las zonas y las gentes más pobres de su país, de su estricta heterodoxia, minutos después de haber despachado con sus asesores financieros, sobre la administración de su impresionante patrimonio. Es cierto que, con los privilegios de un monarca y en medio de todas esas fronteras, a la que se pudiera añadir la más interesante entre lo legal y lo ilegal, apoyado por un ejército de miserables sometidos a una religión y a la certeza de su infinita crueldad con los que intentan traicionarle, es más fácil hacer dinero.
En los primeros meses del año 2003, una delegación de turbantes del oriente más convulso, visitó al monarca. Después de varias jornadas encerrado en sus aposentos, aprobó el proyecto que le presentaron, les dio dinero y designó el grupo de hombres que le pedían a cambio de una minuciosa relación de todos y cada uno de los contactos y reuniones que durante los años anteriores habían mantenido con miembros de partidos radicales de su país, a los que él consideraba súbditos traidores. Aceptó sus planes y la dirección de toda la infraestructura por nacionalistas del norte de España, con la única condición de que un hombre de sus servicios de inteligencia estuviera entre los observadores, sin participación activa, pero con acceso a toda la información.
Cuando aquella delegación terminó su visita y se fue con los dólares y los nombres de cinco cédulas residentes en la capital de España, con capacidad para cumplir las órdenes que se les fueran dando, a cambio de pasar al tercer nivel de la estructura exportadora de hachís, es decir, a vigilantes y controladores de plantaciones, dejando la calle, el riesgo de entrar en prisión y con la vida resuelta como capataz de una finca propiedad de su Majestad, desaparecieron de sus domicilios habituales los seis líderes de partidos islamistas radicales que habían mantenido contactos con La Encarnación de la Yihhad. Los cocodrilos que adornan el parque temático de una de sus fastuosas mansiones dieron cuenta de sus cuerpos entre gritos desgarradores que el monarca no quiso escuchar. La noticia se difundió oportunamente y sin mayor sorpresa .Por fin para él terminó una molesta sensación de intranquilidad que, desde hacía casi un año se había instalado en un lugar indefinido del costado, cuando los servicios de inteligencias del amigo americano le habían advertido de visitas a su territorio de algunos de los más significados nombres del Enemigo del Mundo. Al tiempo, aseguró a los líderes que sustituyeron a los caídos, venganza sobre el invasor español que había humillado a su pueblo y sobre todo a su dios, en un pequeño islote de su costa. En aquel momento, el amigo americano le pidió paciencia y él aceptó a cambio de que le aseguraran silencio en su maniobra de contestación, cuando el futuro le ofreciera la ocasión de servirse su venganza, con la frialdad que ese plato exige. Tenía en sus manos la ocasión y después que le dijeran el lugar donde tendría lugar la coordinación definitiva de aquel interesante suceso para sus intereses, no tenía ninguna duda de que necesitaría utilizar la carta americana que en la crisis del islote se había guardado. El hermano americano nunca falla cuando ha dado la palabra y aseguraría el silencio necesario. El cuadro remataba con una conducción de gas y el desbloqueo definitivo de distintas operaciones financieras interrumpidas por los escrúpulos de monja del tipo del bigote que tanto daño estaba empezando a hacer, desde el día que anunció que no renovaría mandato. Sin dólares en juego al monarca no le merece la pena ni si quiera ponerse a pensar. Era una cantidad que empezaba a ser interesante y lo que nunca pensó es que la visita del joven socialista español, con su aire de delegado de clase de bachiller, tuviera un calado económico de tanta entidad. Detrás de aquel muchacho aparecía mucho más que un partido político centenario, eje de la estructura política de un país vecino y puente. Detrás de aquel buen muchacho aparecía toda una estructura financiera y empresarial, que se había propuesto alcanzar los primeros puestos en Europa y en el mundo y que había convertido aquel sueño de un presidente paranoico e iluminado creador del socialismo sociedad anónima, en una realidad. Una realidad que un gobernante pequeñito y con bigote había puesto en riesgo a partir del fundamentalismo propio del monje castellano que se había convertido en su único consejero. La prosperidad de todo un complejo entramado de empresas, dependía de un cambio de gobierno y aquella idea era la que aquel torpe líder novato quería trasmitirle entre frases entrecortadas y dubitativas. Él lo había comprendido perfectamente y la sonrisa del interlocutor al mirar a sus acompañantes entonces le pareció menos estúpida que al principio.
Así que después de unos meses un poco agitados, llegaba la primavera del año 2003. En una larga sesión de masajes, el monarca de los monarcas, tras un pesadísimo besamanos con motivo del aniversario del nacimiento de la nación, en el que le habían ofrecido su genuflexa humillación toda la cúpula militar y policial de su país, sonreía de satisfacción al comprobar que ,casi en la misma jugada, había resuelto el incómodo problema de sus opositores radicales, la espina clavada por aquel islote maldito, y el desatasco de la cuestión del gas y de algunos otros negocios que con un nuevo gobierno en el país vecino, sería una realidad. Al final del masaje, en la penumbra de la sauna, como estaba previsto, apareció ella. Cuando, despojándose de su albornoz se dirigía a su lado para acariciar su torso sudoroso, él dijo como pensando en voz alta: “lo que no entiendo es por qué en Tegucigalpa”. Ella se detuvo unos segundos hasta que aquella duda expresada en viva voz desapareció de su semblante y, entonces sentándose lentamente a su lado, le acarició.

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