La palabra vacía o por qué no me gusta nada Iñaki Gabilondo.
Ya conoce, querido lector, la devoción que en esta Tierra de Nadie tenemos por las Palabras, por la Palabra. Es lo que nos queda: "Si he perdido la voz, el tiempo, todo lo que tiré como un anillo al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la Palabra"
Pero la Palabra es soporte, tinaja, mochila que contiene luz, tus ojos, la risa y una vida entera en un pueblecito que se llama Macondo. La Palabra es arma de fuego, caricia, puñal y latido. La Palabra no existe en sí misma, no sirve de nada si vive para representar su estricto sonido, si pretende subirse al púlpito y ser la protagonista. La Palabra sola se protituye mirando al espejo y no suena, ni sirve, no nace...
En la España de final del siglo XX y principio del XXI unos cuantos intocables, encantados de haberse conocido, amigos del chulo de recreo (dueño del grupo de comunicación más relevante) y del rico del barrio (de apellido delator), han hecho de la palabra una profesión. Gabilondo, González y, como resto de tienta de aquellos tiempos, Rubalcaba, ha construído las frases más ingeniosas de los últimos tiempos. Se han escuchado a sí mismos con tal deleite que todos los que les hemos escuchado hemos sentido que sobrabamos en la escena. Han hablado y hablado y hablado...de todo lo que existe en el mundo y de gran parte de lo sobrenatural, han envelesado al auditorio. Pero lo cierto es que, cinco minutos después de escucharles resultaría difícil recordar una sola idea de todo el brillantísimo discurso. Esta nación ha llegado a un nivel de depravación ética y de miseria económica sin precedentes, escuchando sus bonitos retruécanos y sus bellas frases aplaudidas por la biutiful que se forró y por los curritos que se quedaron en la calle.
Palabras vacías o por qué no me gusta nada Iñaki Gabilondo.
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