"La magia de un beso". (Una reflexión sobre la cuestión del aborto)
Detrás de la polémica sobre el aborto se esconden dos posiciones sobre de la sexualidad, que pretenden su utilización política para objetivos similares.
Para unos, la sexualidad debe ir necesariamente asociada a la procreación. La consecuencia es un mensaje represivo: la pulsión sexual desborda el límite de lo permitido. Lo prohibido se asocia además al pecado y su consecuencia brutal de la condenación eterna. Sensaciones que nacen del sustrato más elemental y profundo del hombre, generan sentimientos de culpa, desvaloración, desestima, y en último término, aparecen seres humanos, miedosos y manejables: objetivo cumplido.
Para otros, la sexualidad, tras los nuevos hallazgos de la ciencia médica, debe desvincularse ya definitivamente de la procreación. Por reacción a la posición anterior, debe procederse de inmediato a una liberación completa de la pulsión sexual: explicar en los institutos los modos de utilización de los dedos para el mejor goce erótico o incluir junto con el material escolar, la píldora del día después. La sexualidad, elemento estructural de la persona y de su configuración peculiar y propia, se banaliza hasta convertirse en un juego despersonalizador. El resultado es la aparición de una persona estandarizada, alegre pero vacía, incapaz de encontrar y defender su diferencia, acrítica, despistada, feliz y apática, que finalmente toma, después de algunas dudas, su gran decisión: “Paz y Amor… y el plus pal salón..”
Las denominadas “sectas destructivas” nos muestran en estado puro los mecanismos ancestralmente utilizados por quienes se proponen el objetivo de someter a la persona, quitarle su mejor tesoro, su libertad. Entre esos mecanismo, siempre estuvo, el manejo adecuado de la sexualidad para servir a ese fin. Y los caminos para ese común objetivo han sido dos: la represión de ese estímulo y, paradógicamente, lo contrario, la banalización completa a partir de su plena liberación. Es tradicionalmente conocida, por ser producto típico de nuestra tierra, la despersonalización derivada de la represión de la sexualidad. Pero, la completa liberación del impulso sexual, consigue el mismo objetivo. Las sectas destructivas que establecen entre sus normas la permisividad absoluta de relaciones sexuales entre todos sus miembros, consiguen igualmente seres despersonalizados, manejables, incapaces de responder frente a quien les domina y anula.
La magia de un beso, aunque no sea bajo la lluvia, se pierde desde la culpa, pero también si lo conviertes en un deporte o en una forma de diversión o entretenimiento, junto con la playstation y la botellona .
Para unos, la sexualidad debe ir necesariamente asociada a la procreación. La consecuencia es un mensaje represivo: la pulsión sexual desborda el límite de lo permitido. Lo prohibido se asocia además al pecado y su consecuencia brutal de la condenación eterna. Sensaciones que nacen del sustrato más elemental y profundo del hombre, generan sentimientos de culpa, desvaloración, desestima, y en último término, aparecen seres humanos, miedosos y manejables: objetivo cumplido.
Para otros, la sexualidad, tras los nuevos hallazgos de la ciencia médica, debe desvincularse ya definitivamente de la procreación. Por reacción a la posición anterior, debe procederse de inmediato a una liberación completa de la pulsión sexual: explicar en los institutos los modos de utilización de los dedos para el mejor goce erótico o incluir junto con el material escolar, la píldora del día después. La sexualidad, elemento estructural de la persona y de su configuración peculiar y propia, se banaliza hasta convertirse en un juego despersonalizador. El resultado es la aparición de una persona estandarizada, alegre pero vacía, incapaz de encontrar y defender su diferencia, acrítica, despistada, feliz y apática, que finalmente toma, después de algunas dudas, su gran decisión: “Paz y Amor… y el plus pal salón..”
Las denominadas “sectas destructivas” nos muestran en estado puro los mecanismos ancestralmente utilizados por quienes se proponen el objetivo de someter a la persona, quitarle su mejor tesoro, su libertad. Entre esos mecanismo, siempre estuvo, el manejo adecuado de la sexualidad para servir a ese fin. Y los caminos para ese común objetivo han sido dos: la represión de ese estímulo y, paradógicamente, lo contrario, la banalización completa a partir de su plena liberación. Es tradicionalmente conocida, por ser producto típico de nuestra tierra, la despersonalización derivada de la represión de la sexualidad. Pero, la completa liberación del impulso sexual, consigue el mismo objetivo. Las sectas destructivas que establecen entre sus normas la permisividad absoluta de relaciones sexuales entre todos sus miembros, consiguen igualmente seres despersonalizados, manejables, incapaces de responder frente a quien les domina y anula.
La magia de un beso, aunque no sea bajo la lluvia, se pierde desde la culpa, pero también si lo conviertes en un deporte o en una forma de diversión o entretenimiento, junto con la playstation y la botellona .
El roce de los labios conmueve los cimientos de los amantes y eso hace que, desde luego que sin miedo ni culpa, se debiera tener muy claro que, este misterio de la sexualidad, está entre las dos o tres cosas verdaderamente importantes que, todos tenemos que saber negociar con cierto tino en esta travesía que es la Vida.
Una sexualidad sana planteada desde la libertad, pero también desde la más elemental responsabilidad, diluye el debate del aborto, que se se convierte entonces en una cuestión estrictamente médica, a partir de una difícil y profunda decisión ética individual. En una sociedad desarrollada, de ciudadanos libres y responsables, probablemente las leyes no tendrían mucho que decir en ese trance.
Llamar asesinato al aborto resulta tan impropio como considerarlo equiparable a una operación de apendicitis. En ambos casos, desde ambas posiciones, se falta gravemente al respeto al ciudadano normal, sensato, inteligente. Desde ambas posiciones, finalmente, se esconde el mismo objetivo inconfensable: utilizar la pulsión sexual para dominar a la gente.
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