La sonrisa.
Nos han conculcado una cierta tendencia general a la tristeza, desde un sentido trágico de la existencia que nos aboca a una excesiva seriedad frente a la Vida, como actitud primera, como modo de sentir instalado en el disco duro de nuestro mente por defecto.
Así que para sonreír es preciso hacer el esfuerzo de mover cada uno de los músculos faciales, desactivando su posición natural. Tenemos que mover todas las piezas de la maquinaria ósea y, en último término, alterar el estado normal de nuestros pensamientos.
Sólo después de hacer ése movimiento de voluntad en distintos planos, consigues dibujar en tus labios esa tenue curva ascendente y luminosa.
Pero, apenas segundos después, en cuanto dejas de mantener ése propósito, desaparece el misterio y tu cara regresa al color gris habitual, grave, serio, circunspecto, preocupado.
Mientras estuvo en tu alma, esa leve conmoción de músculos, huesos y terminaciones nerviosas lanzó en un mensaje simple, limpio, de tranquilidad y confianza a todos los rincones de tu cuerpo.
La Vida discurre por sí sola.
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