El secreto del Poder.
No recuerdo donde leí las declaraciones de algún ex presidente del gobierno que decía que cuando llegó al despacho presidencial, en el Palacio de La Moncloa, esperaba encontrar el secreto último del poder en alguno de sus cajones. Y efectivamente lo encontró: el verdadero secreto que define la esencia del poder es que los cajones estaban completamente vacíos. Un articulista de El País, en la misma línea, escribía hace días que, después de los últimos acontecimientos, al fin hemos descubierto lo que escondía tras su enigmática mirada el actual Presidente, cuál era su secreto mejor guardado: no tiene ningún secreto, ningún dato distinto de los conocidos por todos.
Desgraciadamente nos hemos despertado de un sueño y, otra vez las cosas son exactamente lo que parecen. Ahí están, con una evidencia que deslumbra, para quien quiera verlas: la locura asesina e irremediable de los salvapatrias vascos y la inconsistencia absoluta de nuestro primer gobernante.
Afortunadamente hemos conseguido un nivel de desarrollo social suficiente para que el complejo mecanismo del mercado, los servicios públicos y gran parte de las relaciones que componen el soporte del funcionamiento de nuestra sociedad, funcionen con independencia del comportamiento de nuestra clase política, instalada hace tiempo en el absurdo. Las formaciones políticas y sus dirigentes se han igualado tanto en la mediocridad como en el asalto a los fondos públicos, hasta el punto de hacer intrascendente cualquier cita electoral. Aparece entonces el desinterés de los ciudadanos por los asuntos públicos llegando después de tres décadas de sistema democrático a cotas de desmovilización históricas.
Desgraciadamente nos hemos despertado de un sueño y, otra vez las cosas son exactamente lo que parecen. Ahí están, con una evidencia que deslumbra, para quien quiera verlas: la locura asesina e irremediable de los salvapatrias vascos y la inconsistencia absoluta de nuestro primer gobernante.
Afortunadamente hemos conseguido un nivel de desarrollo social suficiente para que el complejo mecanismo del mercado, los servicios públicos y gran parte de las relaciones que componen el soporte del funcionamiento de nuestra sociedad, funcionen con independencia del comportamiento de nuestra clase política, instalada hace tiempo en el absurdo. Las formaciones políticas y sus dirigentes se han igualado tanto en la mediocridad como en el asalto a los fondos públicos, hasta el punto de hacer intrascendente cualquier cita electoral. Aparece entonces el desinterés de los ciudadanos por los asuntos públicos llegando después de tres décadas de sistema democrático a cotas de desmovilización históricas.
Me pregunto donde reside el error en éste sistema político que desde California hasta Nápoles finalmente selecciona a sus dirigentes entre bobos para los primeros puestos y golfos como ayudantes más cercanos.
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