lunes, septiembre 04, 2006

Hilario Camacho.


Conocí sus canciones con quince años y me gustaron mucho. Las cantábamos en la pandilla, nos sabíamos las letras. Fueron parte fudamental de mi repetertorio desde que en el Pub Mr. Vip actué en solitario por primera vez. Tres pases de media hora viernes y sábados ( creo que mil pelas por día). La primera imagen de él la vi en un cartel que anunciaba una fiesta de Juventudes Comunistas en el Ciudad Real del año 76 o 77. Estaba pegado en el rincón que hacía la Calle Ciruela en el punto en que cambiaba bruscamente la anchura entre el viejo diseño y las nuevas medidas. Era un tipo bajito, con el pelo rizado a lo afro que jugaba con una pelota o un globo, con un gesto desanfadado y simpático.
Escuché muchas veces ”Madrid Amanece” al despertarme en la fría habitación del Colegio Mayor. Me hacía compañía. Hilario desde el primer momento me ofreció, además del valor musical o poético de sus canciones, la certeza de contar con un tipo afín, a quien consideraba “de los míos”, no sé exctamente por qué.
Sus largos silencios procovaban explicaciones de caídas y recaídas en compañías peligrosas. Alguna vez también hablábamos de depresiones, de un temperamento frágil. Esperábamos otra reaparición y las ausencias conformaban nuestra imagen de ese buen tipo con problemas que había detrás de las canciones.
Un día de la primavera del 2004 un buen amigo me regaló el privilegio de conocerlo personalmente. Acababa de salir su CD “No cambies por nada” y me lo dedicó con una letra insegura y nerviosa. Le regalé dos CDs míos que contenían una actuación en directo y canciones de amigos que cantaba con arreglos del ordenador. Me dio su correo electrónico y desde entonces cruzabamos mensajes de vez en cuando, en los que me gustaba introducir algunas palabras personales a las que siempre contestaba. El día que lo conocí tuvimos ocasión de charlar un rato. Me impresionó la sensación de fragilidad que trasmitía. Era bajito, regordete, con una piel muy fina y blanca aunuque en el curso de la conversación se sonrojaban sus carrillos en alguna ocasión. Tenía los ojos y la mirada de un animalillo acorralado. Me esforzaba para mantener una “conversación normal” aunque para mi era un momento excitante y absolutamente excepcional. Luego durante la actuación se transformó. La fuerza de su voz le otorgaba un poder descomunal. Volvimos a charlar después del concierto. Esta vez de contratos y dinero. Estaba incómodo con su productor, quería mandarlo a la mierda. Su manager le decía “pero entonces nos quedamos colgados del vacío” y el apuntó “ me da igual, ése es mi estado natural”. Me confesó “ es difícil trabajar con ésta gente al lado”.Luego volví a verlo tres o cuatro veces más e intercambiamos palabras de felicitación y agradecimiento después de conciertos en el Teatro Lope de Vega ( le regaló una púa rosa a mi hijo Julián) y en Casas de Cultura Municipales.
Hablamos alguna vez por teléfono. Los Cds que le regalé los escuchó por fin: “no estan mal” , “estan hechos con mucho gusto”. Claro que me hicieron feliz esos comentarios.
El año pasado le llamé el día de su cumpleaños. Le extraño que supiera la fecha y cuando me preguntó cómo la sabía, le dije que algunas pocas fechas de la Historia de España, me parecía que había que retenerlas. Se reía divertido. Me dijo que estaba trabajando en cosas nuevas. Le dije entonces que daría un dedo por poder verle a traves de un agujero en la pared, cuando estaba solo creando canciones. Me contestó que quizas me decepcionaría. Le pregunté por qué y después de un silencio, y con un tono serio me dijo “porque sufro mucho, hay momentos muy difíciles y lo paso muy mal”. Me soprendieron aquellas palabras. No supe que decir. Cuando estábamos hablando llamaron al portero automático de su casa y me dijo que esperaba a “su chica” para cenar juntos. Me despedí y como otras veces le ofrecí mi casa y unos días en Sevilla dentro de una familia normal. Él callaba y me anunciaba el próximo viaje a Sevilla. “Venga que tenemos ganas de disfrutar escuchándote, que sea pronto”.
Esperar su respuesta a un mensaje, o la expectativa de un nuevo concierto en algún lugar cercano me hacían sentirme muy bien. Lo consideraba dentro del grupo de gente con el que iba charlando en ésta larga caminata que es la Vida. Hilario no cambió. Para entender eso basta con mirar el patético recorrido otros, a pesar de que se hayan forrado dentro del cuadra Polanco. Me gustaba pensar que él hacía realidad el sueño de ser auténticos hasta el final.
Su muerte me unió a amigos que al escuchar la noticia se acordaron de mi. Tengo dentro de mi un hueco que todavía percibo. No he podido aún cantar o escuchar sus canciones.
Acabo de llegar a casa y al repasar los correos, las palabras de algún amigo, que a pesar de no haber visto hace años, también esta en ese grupo de caminata, me hicieron sentir otra vez la pena, la tristeza profunda por su ausencia (“soledad y silencio de no estar contigo”).
Encuentro también su último correo de 31 de julio: es un power point con una fábula sobre la amistad y un escueto: “Un abrazo. Hilario”. No lo contesté y ya no podré hacerlo. Me duele no haber tenido a tiempo la palabra precisa que le hubiera podido animar.
Ahora espero que pase la pena, que pueda dejar de darle vueltas a la cabeza y encontrar a éste tristísimo hecho algún sitio en mi corazón. Escucho a Leonard Cohen y busco consuelo.

Quizás, en la madrileña tarde silenciosa de agosto,
cuando buscaba un acorde en la penumbra de su cuarto,
Ella apareció y le propuso ir a su lugar junto al río
para oír los barcos pasar,
y le ofreció te y naranjas que habían llegado de la China...
y entonces él quiso viajar con ella y quiso viajar a ciegas,
sabiendo que Ella confiaría en él,
porque había tocado su cuerpo perfecto
con su espíritu.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Sencillo y perfecto homenaje, Aunque no te conozca, mejor dicho aunque no me conozcas, porque yo al leerte algo sé, también me acordé de tí a su muerte.

El broche final mezclando a Cohen resulta de lo más apropiado.

Un abrazo.

6:00 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Amaba profundamente la vida que nos había sido regalada. Sin embargo, tantas cosas se manifestaban como inexplicables.
Cada día que pasaba, no iba a volver nunca. Cada sonrisa perdida, lo era para siempre. Cada amanecer nuevo, se convertía en una potente victoria frente a la muerte.
Y allí plantados, frente con frente, entre la hojarasca y bajo los peñascos, los hombres esperaban a los Dioses, para unirse a sus huestes, para cantar sus alabanzas, para adorar sus imágenes.
Los días pasaban, y los Dioses no hacían acto de presencia. Los hombres se miraban, desconfiados y con miedo.
Sólo tras cuzar un desierto, tras correr la extenuante carrera, tras luchar en la batalla diaria; aquellos hombres se reconocían en el espejo de las aguas cristalinas.Se miraban a sí mismos: extenuados, sin fé, cansados.
Cuando el dolor se reflejaba en sus rostros vencidos, cuando el rasgo de su piel se abría, cuando su corazón parecía que ya nunca más iba a latir; miraban hacia atrás, y veían las canciones que compusieron, las historias que interpretaron.
Y sólo entoces, tan sólo entonces, el músico comprendió que el Dios más cercano era él mismo.

4:36 p. m.  
Blogger jmcaleroma said...

Tantas cosas inexplicables...seguramente insoportable para su sensibilidad, para su finísima piel casi siempre en carne viva.
Gracias Amigo anónimo y perfectamente reconocible.

9:42 a. m.  

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