Otra vez al colegio.
Recuerdo el olor de los libros nuevos, de las virutas de los lapiceros, de la goma de borrar y de la tiza. Pero también el desasosiego y la incómoda intranquilidad de la clase nueva, el bullicio de la cola y el silencio cuando entraba el nuevo profesor. Luego después del timbre, el mal cuerpo y el frío interior, secuelas del madrugón. Las caras nuevas, algunos ojos especiales y con una pelota como juez inapelable, la búsqueda de nuevas jerarquías. Al final de la mañana, el lento paso de los minutos, y en algún lugar cerca del estómago, la angustia frente al horizonte infinito de un nuevo curso como una vida entera por hacer, entre un pupitre y el recreo.
Pronto caían las primeras hojas y aparecía el jersey de lana azul marino. Al ponértelo sentías que el verano ya casi no existía y el mundo volvía a estar ordenado.
Pronto caían las primeras hojas y aparecía el jersey de lana azul marino. Al ponértelo sentías que el verano ya casi no existía y el mundo volvía a estar ordenado.
2 Comments:
Aquellas sensaciones de miedo en los primeros días eran directamente proporcionales a la incompetencia de algunos maestros y a la intolerancia de algunos alumnos.
Menos mal que enmedio de la barbarie y el desasosiego estab ella.
Ojos verdes, absolutamente verdes.
Pulover azul, completamente azul.
Y aquellos colores verdes y azules, sin saberlo nosotros de forma consciente, nos enseñaban algo que ni los maestros ni los padres ni los alumnos eran capaces de explicar.
Nos enseñaban que los abuelos de los tatarabuelos de nuestros requetebisabuelos elevados a la decimoquinta potencia, habían sido etruscos en la Toscana italiana.
Y en el fondo, el color verde de los ojos de la muchacha, reflejaban la luz de un Mediterráneo donde habíamos sido paridos de forma aleatoria.
Y el color verde de sus ojos nos hacían entrever que tal vez hubieran otros mares más transparentes que el del primer día de cole.
Y todo gracias a los etruscos
Aquellas sensaciones de miedo en los primeros días eran directamente proporcionales a la incompetencia de algunos maestros y a la intolerancia de algunos alumnos.
Menos mal que enmedio de la barbarie y el desasosiego estab ella.
Ojos verdes, absolutamente verdes.
Pulover azul, completamente azul.
Y aquellos colores verdes y azules, sin saberlo nosotros de forma consciente, nos enseñaban algo que ni los maestros ni los padres ni los alumnos eran capaces de explicar.
Nos enseñaban que los abuelos de los tatarabuelos de nuestros requetebisabuelos elevados a la decimoquinta potencia, habían sido etruscos en la Toscana italiana.
Y en el fondo, el color verde de los ojos de la muchacha, reflejaban la luz de un Mediterráneo donde habíamos sido paridos de forma aleatoria.
Y el color verde de sus ojos nos hacían entrever que tal vez hubieran otros mares más transparentes que el del primer día de cole.
Y todo gracias a los etruscos.
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