miércoles, septiembre 06, 2006

Capítulo 15.

El último tramo antes de llegar al Caserío de Aretxaga había que hacerlo a pie, siguiendo el sendero que habitualmente era utilizado para subir hasta la cima del mítico Aralar. Por eso no era raro cruzarse con algun montañero solitario o algún grupo subiendo o bajando, y por eso también la presencia de un coche en el rellano donde acababa la carretera no levantaba sospechas. Estaba lloviznando y era un marte del mes de marzo que transcurriría como un día cualquiera. Peio Letamendi no se curzó con nadie ésta vez. Era la quinta ocasión en que acudía a una cita con sus jefes y, como otras veces, le habían convocado con una nota manuscrita en una servilleta de papel del Bazoki donde solía juntarse con los amigos a ver los partidos de futbol. Se la entregó el dueño y único camarero en silencio, cuando ya se marchaba: “Aretxaga, 11 horas, 7 marzo”.
Ésta vez no le abrió la puerta un encapuchado lo que significaba que había ascendido un nivel dentro de la organización.
- “Hola , soy Yako, deja ahí dentro el chubasquero colgado en la ducha y pasa a la habitación del fondo”.
Era un tipo metido en los cincuenta, de complexión atlética, pómulos pronunciados y cejas muy pobladas, que mostró su energía y su determinación en el apretón de manos de bienvenida. Sintió dolorida la suya.
- “Hola, yo soy Peio...”
- “Ya sé quien eres hombre, no hacen falta cumplidos”.
Le interrumpió bruscamente haciendole sentir con cierta desplicencia que entre ellos existía una relación de jeraquía militar y que no podía olvidar ese detalle, ni siquiera en la forma de expresarse. “Lo mejor es hablar solo cuando te pregunten”, pensó recordando un viejo consejo de las primeras reuniones de la organización.

El fin de semana anterior en aquel hermoso caserío en las inmediaciones del monte Aralar había sido muy intenso. Después de abrir un debate de gran riqueza pero de objetivo incierto, en el que se comenzó discutiendo inicialmente sobre la incidencia del atentado del último septiembre en la estrategia global revolucionaria y, específicamente en el futuro de aquella organización, y que finalmente se centró , como en tantas ocasiones anteriores, en el viejo enfrentamiento entre la línea dura que apostaba por el incremento de las acciones armadas como solución de todos los males y la opuesta que pretendía forzar un cambio de estrategia, la dirección, y ésta vez sin tener previamente preparadas las conclusiones de la reunión, había convocado a toda la cúpula para establecer unos criterios mínimos para las próximas actuaciones. El debate inciado en el otoño que se llegó a convertir en un autético hervidero de ideas y de posiciones, gracias a que fuera permitida por primera vez la utilización de internet, había facilitado la expresión libre de los pensadores o aspirantes a estrategas. Es cierto también que provocó malestar y enfrentamientos personales que dieron lugar a algun incidente desagradable en las navidades. Finalmente, tras la explosión de ideas y propuestas se había producido una cierta parálisis. Por eso, ahora era el momento de concretar ideas y fijar posiciones para seguir adelante.

Otro hecho había servido de revulsivo y los jefes lo guardaban para el debate como un as en la manga. La dirección había recibido propuestas para mantener contactos desde posiciones diametralmente opuestas. De una parte, y con las reservas que las noticias recibidas podían suscitar, los de los turbantes y la media luna tenían interés en conocer líneas de actuación y, sobre todo intercambiar información sobre los aparatos del estado español. La estrategia de colaboración sin límite con los americanos que el gobierno español había elegido en los últimos meses había alterado la tradicional no beligerancia de esos grupos y las circunstancias les forzaban a dar comienzo a preparativos para una posible respuesta armada. La organizción recibió sorprendida y, de alguna forma se sientió alagada por esa petición de contactos. Políticamente además resultaba especialmente valioso tener acceso a información de primera mano sobre lo ocurrido el famoso día de septiembre, desde sus protagonistas indiscutibles. Pero casi coincidiendo en las fechas y desde dentro del territorio español un sector del partido de la oposición consideraba que la política del gobierno había desnaturalizado el pacto para el tema y lo había reinterpretado hasta darle un contenido alejado de la filosofía que lo inspiró. El Jefe del gobierno había conseguido trasladar su peculiar y radical política al pacto de todos los partidos, desnaturalizando éste. Ese sector entendía que había que preparar otros escenarios distintos de la mera confrontación y para ello necesitaban establecer algún contacto con quienes estaban fuera del sistema, siguiendo la conocida regla de Mahoma y la montaña. Ese interes, desde frentes tan dispares, por mantener contactos con la organziación habían llegado en el mejor momento. El debate, que había provocado cierta parálisis, derivó en confusión y desánimo. Pero cuando menos ilusión y perpectivas tenían en la ejecutiva, curiosamente, más interés habían despertado en el exterior. Esas peticiones habían servido de espoleta para volver a retomar un camino perdido. Desde fuera revitalizaron un grupo desanimado y les dieron la autoestima que necesitaban. Los nuevos contactos servieron para que la dirección, en parte desprestigiada y a la que se le acusaba de carecer de impulso, utilizara el factor sorpresa y ofreciera una imagen de un dinamismo que acalló las críticas y sirvió para aglutinar y animar la reunión del fin de semana. Gracias a las nuevas y para muchos sorprendentes noticias, habían sabido superar un debate enfermizo y neurótico que parecía haber entrado en un callejón sin salida. Entre las conclusiones de la histórica reunión, en un lugar destacado estaba la de aceptar la apertura de contactos con los del desierto, y como miembros encargados de los mismos se designaron dos: El Pirata, que fue objeto de numerosas críticas por su permanente lejanía y sus cada vez más heterodoxas posiciones y Peio Letamendi, a quién se acordó atribuir la condición de liberado, lo que le sería comunicado el próximo martes día 7 de marzo. Los contactos, que habían sido sugeridos por una embajada del norte de Africa, tendrían lugar en Sarajevo y la organización estaría representada por el Pirata, encargado de la infraestructura y Peio que haría de correo con la dirección.

- “ Al Pirata le anunciaremos simplemente tu visita y el acta de la asamblea y , sobre todo las líneas a seguir en vuestras conversaciones las llevas en el pendrive “.
Delante de tres hombres sentados en una lado de una mesa de comedor larga de madera maciza, Peio escuchaba sin decir nada, alargado la mano para coger un pequeño disco duro móvil , de color naranja, con una cinta del mismo color. Lo cogió y sintió condesado en aquel pequeño dispositivo toda la carga de su responsabilidad. “ La documentación la tienes en el sobre y los billetes te los dará Josu con una semana de antelación.” La habitación permanecía en silencio. Apenas el leve rumor del crepitar en la lumbre rellenaban los espacios de un discurso monótono y pausado desarrollado solo por el sentado en el centro. Era el jefe supremo y era una experiencia sobrecogedora escuchar la voz de quien solo conocía por sus míticas hazañas de patriota. “No te hemos asignado arma de momento. Piensa que tu arma ahora será el ordenador. Recuerda que tienes que informarnos de cada entrevista y que serás quien trasmita al compañero la posición de la organización. Lee bien esos papeles con intrucciones y reglas que ya deberías saber, pero que siempre olvidáis. Ya sabes que si surge algún problema te retiras sin demora y ahí tienes la dirección en donde estarás a salvo. Te quedas allí hasta nueva orden”.
Recogió un sobre y comprobó su interior bajo la atenta mirada de sus interlocutores: folios fotocopiados, un pasaporte, un DNI, un carnet de conducir y una tarjeta de crédito, todo a nombre de Pablo Logaste Bernia.
“En el pendrive tienes la clave de la tarjeta para sacar dinero. Recuerda que tienes que justificar todo lo que gastes y vete pensando en que en un par de meses dejas el trabajo y desapareces. Prepara un poco a tu gente si puedes. Si lo ves mal, ni pío”.

Bajando el sendero pensaba en cómo se lo diría a sus padres y cómo lo entenderían. Lo veía claro: su padre orgulloso y su madre llorando. Quizas sería mejor que esperara un poco antes de contarles los cambios importantes que esa mañana se anunciaban en su vida. Delante del espectáculo de valles verdes punteados con caseríos se sintió emocionado. Se detuvo un momento y se secó las lágrimas para contemplar la hermosa tierra por la que hace años decidió dar su vida.

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