El sufrimiento de los animales.
Con orígen en una encendida discusión sobre el tema del sufrimiento de los animales, que mantuvimos en la nueva terminal de Barajas, escribe mi amigo JV un impactante artículo en el nº 9 de la Revista Telémática de Filosofía del Derecho ("Del Doctor Frankestein y la vivisección"). Su discurso profundo, determinante, conciso y emocionado trasciende el tema y se erige en una pieza de colección, valiosa en sí misma. Su erudición excepcional le permite abrir nuevos frentes en cada párrafo ( “los hombres acéfalos”) y conectar reflexiones de Aristóteles con aportaciones científicas absolutamente recientes.
Incapaz de articular una contestación de similar consistencia, escribo ahora para felicitarle publicamente y animarle a seguir escribiendo, incluso en ésta “Tierra de Nadie” y por tanto de todos. Esbozaré mi opinión en unas pinceladas, continuando de ese modo “la diatriba de la T4.”
Aunque estuviera de acuerdo en la afirmación “los animales sufren”, me parece que el “no-sufrimiento” de los animales no puede ser tenido como un valor absoluto. En los humanos el valor no-sufrir, se ve frecuentemente sacrificado por otros valores como la educación, la buena forma física, la superación personal o la belleza. Quiero decir que los humanos aceptamos que pueda infringirse sufrimiento a otro, incluso contra su voluntad, para educarle ( el niño llora porque quiere seguir jugado y no hacer nunca los deberes),o para ponerle en forma ( la señora suda y se martiriza en el gimanasio, el atleta se esfuerza por cumplir su plan de entrenamiento). El alpinista pierde los dedos por congelación y el bailarín deforma sus huesos para alcanzar la figura más sublime.
Por eso decía que incluso si pudiera afirmarse que el verbo “sufrir” tal como lo entendemos referido a humanos, pudiera predicarse de los animales, también en relación a ellos, el valor no-sufrir puede ceder ante otros valores o intereses en conflicto. Ente otros el hambre, la investigación científica (la curiosidad) o la búsqueda de la belleza.
La tercera causa de justificación ( la intención estética) se refiere a la tauromaquia. Para mi la corrida de toros es un espectáculo poco agradable. Me intranquiliza hasta el desasosiego el riesgo para la vida del torero en cada pase. Pero puedo entender que es un espectáculo que pretende el divertimento a través de una especie de danza de la muerte entre un hombre y un animal peligroso y bello. Contiene suficientes elementos históricos, rituales y dramatúrgicos para que no pueda ser considerado como una simple masacre. Conviven enfrentados el sufrimiento del animal y el alto riesgo para la vida del torero, y ambas cosas se justifican en el propósito de una imagen bella.
Aunque no me gustan los toros, el discurso antitaurino me parece simplista. No creo que pueda compararse al apedreamiento de perros o al gusto sádico del sufrimiento por el sufrimiento.
Si viera que alguno de mis hijos disfruta destrozando o haciendo sufrir a un perro, una rana o un saltamontes le regañaría y le explicaría que, de una forma misteriosa, todo lo que nos rodea comparte con nosotros un mismo alma, un mismo latido. Pero si con su bisturí quisiera saber cómo es el estómago de un pájaro o las tripas de un pez, le miraría sonriendo al contemplar en él La Curiosidad del Hombre como una de las claves de nuestra naturaleza, de nuestra historia y nuestro progreso.
En mi generación, el verbo apasionado de Felix Rodríguez de la Fuente nos enseñó a amar a los animales. Pero como en tantas cosas, el problema consiste en resolver con criterio situaciones de conflicto, sin incurrir en la desproporción o el simplismo.
1 Comments:
Quiero aprovechar el espacio de esta excepcional bitácora para agradecer públicamente a mi amigo José María que haya colgado el enlace de mi artículo “Del doctor Frankestein y la vivisección”. Fue el deseo de preservar del olvido el mágico momento de la charla en la terminal T4 de Barajas, delante de una tarta de manzana y cansados a la vuelta de Bulgaria, lo que me espoleó a escribirlo. Es curioso, siempre que discuto con José María me pasa lo mismo: me sumerjo en un estado de profunda confusión que me obliga a replantear mis argumentos. Y es que su fina inteligencia pone siempre el dedo en la llaga. Como el mismo dice aquí, la clave se reduce a determinar cuál es el valor que queremos asignar al sufrimiento animal. Es una cuestión de ponderación axiológica. La creencia de que el Hombre representa un valor absoluto respecto al resto de la Creación es una idea que introdujo el Cristianismo. Me fascina pensar que, incluso después de la muerte de Dios, la mayor parte de los dogmas de la Iglesia perviven, si bien secularizados. El marxismo y el liberalismo son hijos bastardos de Cristo que, como en el mito del Tótem y Tabú freudiano, han tratado de matar al padre. Y, sorprendente, después de estrangularlo, erigen una imagen suya de madera a la que adoran. Ese es el alma de nuestra civilización occidental. Por eso nos parecen tan exóticos los orientales y los musulmanes. ¿Cómo sería un mundo que hubiera olvidado de verdad a Jesús? ¿Una pesadilla o un paraíso? Bueno, dejo de enrollarme. Disfrutemos de esta magnífica bitácora, que brilla como un refulgente fanal en medio de las tinieblas de la mediocridad.
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