miércoles, octubre 11, 2006

Sofia.


En el centro de la ciudad, señoriales edificios públicos de finales del XIX, construídos con la proclamación del Tercer Reino de Bulgaria, recuerdan que gran parte de las ciudades europeas, son hoy lo que en aquellos años mágicos empezaron a ser. Algunas fotos de los años veinte te hacen comprender que antes de que el mundo se dividiera en dos bloques, en aquel macabro episodio conocido como Segunda Guerra Mundial, existió una Europa llena de elegantes cafés e industrias florecientes.
El más impresionante de esos edificios ofrece su fachada monumental de seis grandes columnas a un espacio abierto donde confluyen las principales arterias de la ciudad. Enfrente cierra esa gran plaza sin nombre, la figura de Santa Sofía escoltada por el luminoso del Bulbank. Hace unos años, sobre ése imponente edificio entonces sede del Partido Comunista, ondeaba la bandera roja con una hoz y un martillo amarillos. Hoy alberga el Parlamento, pero allí mismo, en el centro del conjunto urbanístico, auténtico corazón de la ciudad, flamean ahora la bandera azul con al estrella de la OTAN seguida de las de sus países miembros. Al lado el Hotel Sheraton, que ocupa la mitad de uno de esos edificios públicos y la Iglesia Ortotdoxa de Sveta Nevelia. En el subsuelo los restos de la antigua ciudad de Sérdica junto a baños termales romanos se mezclan con tiendas de recuerdos, en galerías comerciales siempre en proceso de reformas. A salir a la superficie, tres ciegos alargando exageradamente el cuello, cantan bien entonados, acompañadose de acordeones y viejas guitarras, con un bote de hojalata delante.
Sofia es una ciudad europea, con iglesias y mezquitas, parques con castaños y sauces, tiendas de ropa cara, buenos restaurantes y locales de música en directo vigilados por el rostro elegante y sospechoso de Frank Sinatra colgado de grandes posters. Algunas fachadas empiezan a reconstruirse, los coches aparcan en las aceras. El cirílico convierte en incomprensible cada cartel. Predomina el color negro en las ropas de la gente. Los rostros que te cruzas paseando por sus calles parecen desconfiados. Los jóvenes son como en todos lados, un poco más pálidos, un poco más tristes. Los mayores muestran dramáticos signos de abandono. Al atardecer, con el chirriar del viejo tranvía se mezcla la voz metálica y lejana que llama a oración. Junto a ventanas sin cortinas y edificios descascarillados, inexplicables coches de lujo cruzan la noche.Sus conductores tienen una sombra negra en su mirada. Presientes enseguida dos mundos: el que puedes ver y otro oculto de dimensiones desconocidas e incofesables. Todos saben que en la sala de máquinas de ésta ciudad se cuecen negocios sucios que manchan el alma desengañada de éste pueblo. Ahora llegan sin entusiasmo al club de privilegiados países europeos. Vendrán días de prosperidad económica, pero deben desenmascarar a los viejos impostores que proceden de lo peor de épocas pasadas, si quieren ganarse un futuro digno.

Sofia, fue un placer.
Suerte.
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