sábado, octubre 21, 2006

Capítulo 18.


Pablo Logaste Bernia( Peio Aristeguieta), pasó sin problemas el control de pasaportes y mientras esperaba la maleta repasó las instrucciones que se había resumido en una libreta. Pensó cómo habría quedado la Real que ése domingo jugaba contra el Betis y deseó que fuera ya miercoles y estuviera esperando el vuelo de regreso.Tenía tres día intensos por delante que comenzaban con un momento incierto. El primer paso era identificar al salir a su correligionario del que había escuchado las historias más increíbles. Para muchos había pasado a la historia de la organizazación por sus servicios en el abastecimiento de armas y financiación cuando las vías procedentes del Este se habían acabado subditamente. Era también una leyenda en otros aspectos menos relacionados con la liberación de su pueblo oprimido, como su prestigio como conquistador de mujeres de todas las razas, su capacidad para los idiomas o sus periódicas desapariciones, que le convertían en el miembro más anárquico de una organización caracterizada por su una ferrea disciplina interna. Su edad le otorgaba una larga experiencia, pues había conocido muchas ejecutivas y había sobreivido a los momentos más duros de la organización. Sus especiales carácterísticas personales hacían que la organización prefiriera tenerlo lejos y que sus reglas de seguridad fueran mucho más relajadas que para todos los demás. Pero precísamente por eso le habían advertido especialmente que no tuviera ningún contacto con su entorno en la ciudad de Sarajevo. Le repitireron hasta la saciedad que , a pesar de que pensara que en un lugar tan lejano nadie le conocería, no dejara de respetar de forma estricta y rigurosa todas y cada una de las instrucciones de seguridad. Incluso le habían dejado caer que podrían estar siendo vigilados con nuevos medios de investigación electrónica, por lo que el uso del teléfono móvil era especialmente inseguro. Las referencias a la sospecha de que miembros de los servicios de información españoles habían conseguido infiltrarse en la organización terminaban por dibujar un cuadro de alto riesgo que, de una parte le obligaba a estar contínuamente alerta y de otra le paralizaban. Pedro Logaste Bernia sabía que tenía que hacerlo bien en su primera actuación como correo internacional y que de la confianza que consiguiera ganarse dependería su futuro en la organziación, o lo que era lo mismo, su futuro en la vida. El priemr paso era reconocerle: le habían enseñado fotos y tendría un periódico enrollado en la mano.
Fernando Quijares terminó de retocar los últimos detalles de su peluca y se puso las gafas John Lennon .Después de comparar el resultado de su caracterización con las fotos del Pirata que le sirvieron de modelo, cruzó con Ricardo una sonrisa de satisfacción por resultado conseguido. Ambos sabían que estaban ante un momento crucial y sin retorno en aquel viaje a ninguna parte que iniciaron el día que desde el otro lado del Messenger del miltante fallecido, alguien creyó que chateaba con él, cuando ellos contestaron. En aquel momento y en todas las conversaciones posteriores era relativamente fácil. Bastaba simular un corte en la conexión cuando aparecía alguna pregunta o alguna alusión que les despistaba y revolver los archivos del disco duro buscando alguna información que diera consistencia a la respuesta. Ahora la simulación no permitían esas pausas y debía ser contínua y en directo. Sabían también que no sería suficiente con una peluca, barba de tres días y unas gafas, para convertirse en una versión creible de El Pirata. Los contactos a través de correos y chats ya les había abligado a repasar minuciosamente archivos, fotos, emails y diarios, para conocer el perfil psicológico del autor de todo ese material, y poder suplantarle. Repasaron la jerga interna pero seguián sintiendo temor por que cualquier expresión o el silencio ante cualquier pregunta revelara al visitante el cambiazo. La ventaja era que, por la información remitida, se trataba de un militante para quien era su primera acción. Esto les tranquilizaba un poco.
Debía recogerlo en el aereopuerto: tendría un periódico enrollado en la mano ziquierda para identificarse. Pablo debía entregarle un pendrive en el que entre otras cosas, tendría el calendario para ese encuentro. Lo llevaría al hotel en donde nunca debían coincidir juntos en zonas comunes. Las entrevistas estaban programadas minuciosamente, no sólo en el horario, sino en los temas a tratar. Pablo tenía un programa de visitas turisticas con una agencia que le uniría a un grupo proviniente de España. Debía cumplir escrupulosamente con su personalidad de cobertura: empleado de banca solitario y aficionado a conocer lugares un poco exóticos. Además del encuentro inicial en el aereopuerto , tendrían dos entrevistas. La primera la madrugada del lunes y la última el miercoles muy temprano por la mañana. La vuelta al aereopueto sería ya con el grupo de turistas.
Sólo cuando estuvieron dentro del coche se saludaron en eusquera. Pablo resopló y le entregó el pendrive. Cruzaron a algunas frases hechas dejando el eusquera de nuevo y EL PIRATA le preguntó cómo iban las cosas. Entre las instrucciones figuraba una regla por la que debía evitar comentarios personales sobre la organización, pero después de un silencio le contestó:
- “Ya sabes que no debería contestarte, pero tu eres más antiguo y si quieres te digo mi opinión”, le dijo sonriente y relajado despues de haber pasado el primer escollo que le agobiaba y sentirse protegido al lado de su compañero.
- “Me hace gracia, porque me recuerdas a mi cuando empecé”, contestó Quijares, es decir El Pirata, imitando la manera de hablar donostiarra. “Pero chico, si cumples todas las reglas, yo creo que al final terminas mueriéndote pues.”Cruzaron una primera mirada furtiva de complicidad y Quijares continuó su fingido dicurso. “Yo te autorizo chico. Aqui ya es dificil que te pillen, asi que tranquilo , cuéntame algo.”

Le contó que la lectura de toda la iformación que le traía le había sorprendió mucho. La sensación de los militantes de base era negativa. Pensaban que que despues del pelotazo de Nueva York se habían quedado un poco congelados. Durante un tiempo la verdad es que conversaciones de gente de su entorno pensaban que se habían olvidado de las bases . Por eso tenían la sensación de que todo estaba un poco paralizado. Pero al leer todo lo que le traía (“repasé las instrucciones y en ningún sitio decía que no pudiera leer el contenido del pendrive, pero igual he hecho mal”, “no te preocupes chico, sigue”), había llegado a la conclusión de que estaban en un momento decisivo y que por pimera vez en mucho tiempo tenían una coyuntura muy interesante.
-“ Ya verás que todos quieren hablar con nosotros”. Le dijo arrugando los ojos con cara de pillo.
- “ A mi no me deis trabajo que yo estoy ya muy mayor”, contestó El Pirata haciendo alarde de su contrastada fama de vago. “No sabes las coyunturas favorables que llevo yo encima ya”, ironizó aportándo el matíz exceptico que Quijares había visto reflejados en todos sus escritos.

Detuvo el coche y le explicó:
-“ La primera a la izquierda a unos cincuenta metros: el toldo rojo. No te agobies con las reglas y disfruta. Casi al lado tienes un garito para echar una copilla”.
- “Gracias, nos vemos. Ahí llevas la agenda, con todo especificado”.
- “Ya me dijiste pues. Agur”.
De vuelta a casa se quitó la peluca que empezaba a darle un calor insoportable, palpó el pendrive en su bolsillo y mirándose en el retrovisor se sonrió.

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