martes, enero 16, 2007

Aeropuerto.

Terminó la reunión pasadas las dos de la tarde y sin ganas de hacer nada en aquella fría ciudad centroeuropea, decidió tomar un taxi para evitar las carreras de última hora y las colas en los mostradores de facturación del aeropuerto. Tomó un bocata y antes de cerrar el móvil llamó a su familia. Su mujer confirmó la hora de llegada y a su hijo le dijo que no había encontrado lo que le encargó, aunque ya tenía aquel juego de la playstation en su maleta. Faltaban más dos horas para el embarque y paseaba sin prisa por las enormes y desiertas galerías de aquel aereopuerto recién ampliado. A final de uno de aquellos interminables pasillos bien encerados y solitarios llamó su atención un grupo de gente alrededor de un cierto movimiento de cámaras y cables. Parecía que estaban preparando la grabación de un spot publicitario. Se acercó curioso y se unió a un pequeño grupo de siete u ocho personas que miraban. Entre ellas un colega de otra empresa que también había estado en la reunión matinal. Se saludaron con la mirada. Muy colaborador, le informó que se trataba del viodeoclip de promoción de la última canción de Paul Simon. La acción se desarrollaba al final de otra galería contigua y ellos miraban desde un extremo. Dos bailarines de jazz, un chico y una chica, recorrían aquel espacio, rodeado de focos y planchas reflectantes. De fondo la canción, a un volumen muy bajo dejaba escuchar a duras penas la voz tímida del mítico songwriter sobre un fondo rítmico muy acusado. Le pareció ver al fondo, la silueta pequeña del viejo cantante. Sobre el ritmo, aquellos dos atletas bailaban una extraña danza que en ocasiones se transformaba en un elegante combate, con intercambio de golpes. El sonido de las patadas mutuas hacía que en algunos momentos fuera un espectáculo un poco morboso, casi desagradable. Los curiosos sentían con más intensidad el esfuerzo y la violencia entre los bailarines cuando en sus carreras y evoluciones se acercaban al rincón desde donde miraban, probablemente sin que los directores de aquella representación, justo al otro lado, se hubieran dado cuenta. La bailarina vestía un pantalón de chandal gris con la cintura muy remangada, una camiseta, y un body como única prenda interior. Era morena, joven, atlética y tenía una mirada penetrante, que en un instante, al pasar a su lado, se clavó en sus ojos. Él le sonrió. Su colega de reunión se percibió de ese instante y torciendo el cuello forzó una mirada de sorpresa y una cierta reprobación. Conocía desde el colegio a aquel padre de familia cuarentón y no entendía su actitud un poco ridícula con aquella bailarina. Por eso se alejó unos metros, aunque discretamente siguió en la distancia el curso de los acontecimientos, comprobando que la situación se repitió un par de veces.
Un rato después los danzantes se alejaron y desaparecieron. Cesó la música y algunos operarios empezaron a recoger focos y cables. Los curiosos empezaron a dispersarse.
Miró al reloj : quedaba ya un poco menos de una hora para su embarque. Cuando se disponía a despedirse mentalmente de aquel instante mágico, apareció aquella chica y se le acercó corriendo como en un pase de ballet mirándole a los ojos. Le cogió la mano y le llevó a un rincón donde nadie podía verlos. Ella le apretaba su mano caliente y el entonces la apretó también. No decían nada y él pensó que el gesto sería momentáneo, pero ella continuaba apretando con la misma intensidad, iniciando una leve sonrisa al percibir que él empezaba a ruborizarse aunque seguía apretando su mano.
Entonces en un perfecto español que él no se esperaba, le dijo: “ Si no sueltas tu, yo no pienso soltarte nunca”.

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