sábado, mayo 05, 2007

Cometas (1)



(Fotografía de Félix Melendo).

Aterrizo por fin en Afganistán. No en ese país virtual, inventado en cada telediario, sino en el auténtico, el de las cometas. Amid tiene mi edad y abre mi curiosidad con habilidad cuando apenas hemos cruzado unas miradas. “Recuerdo el instante preciso en un día gris del invierno de 1975, agachado detrás de un muro medio derruido, mirando hacia una callejuela al lado de un riachuelo helado. Entonces me convertí en la persona que soy”.
La ciudad de San Francisco y el tiempo transcurrido le dejan ver con nitidez ahora esos dos muchachos subidos en la rama de su árbol, su amor profundo por Hassan, aquel amigo Hazara de increíble puntería con el tirachinas a quien leía historias inventadas y confundía con el significado de palabras que no conocía. Me cuenta, y aparece entonces una sombra de temor en sus ojos, el recuerdo de la figura escultural de su padre, Baba, sus manos poderosas . Le costaba reconocer como hijo a un niño que no peleaba nunca y al que le gustaba inventar historias. Pero “los hijos no son un libro para colorear”. Esa fue la primera frase que recuerda de Rahim Kahn, el mejor amigo de su padre que luego sería también su mejor amigo.
-“Precisamente me acaba de llamar por teléfono, perdona”.

Le dejo hablar tranquilo y miro por la ventana del apartamento a una estrecha calle de ésta ciudad casi mediterránea que recibe el viento salado del Océano Pacífico. Siempre hay un momento en que nos convertimos definitivamente en lo que somos. Sus palabras me han recordado mi infancia en un pueblo de apenas cien habitantes, el tirachinas que un amigo manejaba mucho mejor que yo, la distancia invisible entre niños de diferentes familias, el árbol que de tanto visitar reconocíamos como propio, el primer folio en blanco que recibió mis palabras como prueba visible de algo impreciso que tienes dentro y quiere salir como sea. Me asomo a historias de su infancia en un país tan lejano y me reconozco en ellas, como si en cualquier lugar, a los doce años, no existieran distancias, ni fuera posible ninguna diferencia.


En la calle unos chavales pasan corriendo, riendo y mirando hacia atrás. Sonrío imaginando que habrán hecho.

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