¿Mensaje equívoco?
Parejas del mundo rico, de eso que llamamos Occidente, el Norte desarrollado, sufren el "síndrome de desconexión difusa”. Mantienen su relación en un marco lleno de electricidad negativa que no tiene un origen o explicación conocida. Perciben cada uno a su modo, la ausencia de algún elemento esencial que, sin embargo son incapaces de identificar. Se diría que están aburridos como un bañista, insatisfechos como un coleccionista, incómodos como “un párroco en un burdel”. Esta curiosa enfermedad ha sido descrita de manera precisa y magistral en la película Babel. Concretamente en la secuencia de presentación de una pareja de americanos en un viaje por el desierto marroquí. Qué te pasa. A mi nada, pero qué hacemos aquí, tienen coca cola light, bueno entonces una normal, pero estamos solos, tranquilos, no te tomes el hielo, si es igual, no, no es igual.
La gran ciudad (Tokio) ofrece la caer el día una fiesta de luces, música y alcohol. En un pequeño pueblecito del Méjico fronterizo, una familia se divierte celebrando una boda con esos mismos ingredientes: risa, baile, música, tumulto y besos. Sin embargo, en ambos platos aparece un sabor completamente distinto. Los ingredientes que cambian el gusto esconden la clave de lo que estamos perdiendo a chorros cada día: tiempo, sencillez y ternura, todo a medio fuego. Sin ellos la Vida se enfría y amarga irremediablemente.
El llanto de una sordomuda adolescente que no consigue ser abraza por alguien, es uno de los sonidos más desgarradores que he escuchado jamás.
La grandilocuencia. Necesitamos grandes explicaciones para cada cosa que nos ocurre. Es como si hubiéramos perdido la perspectiva y no fuéramos capaces ya de entender que cada día, cada acontecimiento, se construye con materiales sencillos, un poco de azar y nuestras manos inexpertas.
En Babel aparece en pantalla un mundo con el que habitualmente no contamos: la casa que el emigrante dejó, la generosidad del árabe que te ayuda. Pero la trama tiene muchas lecturas. Una de ellas me estremece: todo se complica por culpa de “los otros” que por ello encuentran su justo castigo (el niño marroquí muerto, la emigrante mejicana exiliada). Los “nuestros” acaban bien: la esposa se salva en el hospital y los niñitos americanos perdidos en el desierto son milagrosamente encontrados.
La gran ciudad (Tokio) ofrece la caer el día una fiesta de luces, música y alcohol. En un pequeño pueblecito del Méjico fronterizo, una familia se divierte celebrando una boda con esos mismos ingredientes: risa, baile, música, tumulto y besos. Sin embargo, en ambos platos aparece un sabor completamente distinto. Los ingredientes que cambian el gusto esconden la clave de lo que estamos perdiendo a chorros cada día: tiempo, sencillez y ternura, todo a medio fuego. Sin ellos la Vida se enfría y amarga irremediablemente.
El llanto de una sordomuda adolescente que no consigue ser abraza por alguien, es uno de los sonidos más desgarradores que he escuchado jamás.
La grandilocuencia. Necesitamos grandes explicaciones para cada cosa que nos ocurre. Es como si hubiéramos perdido la perspectiva y no fuéramos capaces ya de entender que cada día, cada acontecimiento, se construye con materiales sencillos, un poco de azar y nuestras manos inexpertas.
En Babel aparece en pantalla un mundo con el que habitualmente no contamos: la casa que el emigrante dejó, la generosidad del árabe que te ayuda. Pero la trama tiene muchas lecturas. Una de ellas me estremece: todo se complica por culpa de “los otros” que por ello encuentran su justo castigo (el niño marroquí muerto, la emigrante mejicana exiliada). Los “nuestros” acaban bien: la esposa se salva en el hospital y los niñitos americanos perdidos en el desierto son milagrosamente encontrados.
Me pregunto si es inocente este reparto de suerte y desdicha. Y es que su efecto subliminal en la mente del espectador no se si combate o fomenta la xenofobia.
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