jueves, marzo 29, 2007

Capítulo 28. La conexión búlgara.

Un noruego borracho aporreaba el piano del lobby en el Hotel Sheraton de Sofia. En la mesa contigua, dos colegas le sugerían nuevas melodías que entre risotadas aquel tipo de rostro congestionado y barriga rebosante, conseguía hacer sonar con unas manos regordetas y pecosas. De vez en cuando introducía alguna interrupción para adornar las torpes notas con algún cometario jocoso que provocaba una nueva explosión de carcajadas. Probablemente habrían cerrado algún negocio ventajoso en aquella ciudad en la que todo estaba por hacer. Podían ser vendedores de cables eléctricos, de tuberías de conducción de agua, o de abono para remolacha, cualquier cosa.
Quijares llegó sobre las ocho de la tarde después de tomar un sándwich en una cadena de comida rápida cercana. Era viernes siete de septiembre y había quedado allí con un hombre de los del turbante, que se identificaría por llevar un sombrero en la mano. Svetana le había asegurado que tendría siempre dos hombres cubriéndole las espaldas, pero en aquel lugar no conseguía identificar a ninguno que ofreciera el perfil de sus ángeles de la guarda.
Era un salón amplio al que se accedía después de atravesar un lujosísimo hall circular de techos altísimos adornados con una impresionante lámpara de piedras cristal y el enorme mostrador de recepción con joven sonriente incluida. Estaba enmoquetado en verde pálido y los sillones de cada mesita eran de cuero de un tono parecido. Flotaba en el ambiente un leve aroma a buen café y detrás de las voces del noruego podía escucharse una música suave con versiones para orquesta de grandes éxitos.
Un camarero uniformado se acercó a su mesa y le entregó una pequeña carta con los diferentes cafés, infusiones y licores. Pidió un te verde y tras anotarlo, aquel hombre alto y con aspecto atlético le dejó discretamente un pequeño sobre encima de la mesa, sin mirarle apenas, al tiempo que se daba la vuelta. Lo abrió y se encontró una nota cariñosa de Svetana. Mirando las espaldas de aquel camarero alejarse se sintió un poco más seguro.
La organización, a pesar de haber cruzado durante el mes de agosto varias comunicaciones, le había negado la carta blanca para las gestiones previas para preparar aquella reunión. Noto una cierta desconfianza y en una vuelta de tuerca más en esa tendencia que detectó en la nueva dirección, tras las detenciones de julio pasado, en el sentido de recortarle facultades o , lo que es lo mismo , mostrarle ciertas reservas, le había hecho saber que no participaría en los encuentros, ni siquiera en calidad de interprete, como era habitual, asumiendo ellos esa función con algún miembro joven de la delegación que fuera designada. Todo apuntaba a que los hombres de información del estado habían conseguido infiltrarse a un nivel muy superior al de etapas anteriores y , tras el enésimo descabezamiento, la nueva dirección mucho más joven que las anteriores, se mostraba también más insegura y recelosa, sobre todo respecto de los que ellos consideraban “vieja guardia” y mucho más respecto de alguien que ni siquiera conocían y del que nunca habían oído hablar bien en cuanto a el rigor y el cuidado en materia de seguridad. Aquella noticia que le dejaba fuera de las reuniones, relegando su actuación a mera agencia de viajes o gestor turístico, le había llevado a considerar de nuevo la posibilidad de buscar un final a aquella aventura, pero de nuevo Svetana encontró la solución. Ella estaba más interesa que él en conocer el contenido de aquellas conversaciones y se encargaría que fueran grabadas íntegramente.
Pasadas las ocho y media apareció un tipo delgado, de tez muy morena, que cojeaba ligeramente y que llevaba una gabardina apoyada en el antebrazo y un sombrero. Al pasar al salón se detuve levemente y dio una ojeada. No le fue difícil encontrar al hombre con el que estaba citado. Además del grupo del noruego que había abandonado ya el piano y ahora bromeaba con un par de chicas apoyadas en los brazos de su sillón, solo había otra mesa con dos matrimonios de unos setenta años y el propio Quijares. Al encontrarse con la mirada, Quijares levantó levemente un dedo y hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

El mismo camarero que le había servido le retiró el sillón para que se sentase.
Cruzaron saludo y presentaciones. Su rostro era claramente árabe, a pesar de presentarse con un nombre italiano. En su primera intervención se refirió, en un buen inglés a “la organización que me ha comisionado”, como si nada tuviera que ver y fuera un mero emisario. Le trasladó un saludo de las más altas autoridades y le hizo saber que habían analizado la propuesta del lugar y las fechas y tenían para ambos cosas una respuesta positiva. En relación al protocolo de comunicaciones, a pesar de que había funcionado bien, tenían alguna corrección que hacer y respecto de la financiación estaban dispuestos a asumir todos los costes del evento, excepto el traslado de la delegación de los del norte. Aceptaron compartir la seguridad para lo que explicó un posible sistema de credenciales, que Quijares no llegó a entender del todo, pero que estaba explicado con más detalle en los archivos informativos que le entregó en un pendrive camuflado en un bolígrafo del propio Hotel Sheraton de Sofia.

El lugar en donde tendría lugar la reunión, tenía su entrada a través de una suit del propio hotel que daba acceso a un largo pasillo, al final de cual se pasaba a estancias enmohecidas, con muebles viejos de buena madera y paredes desconchadas de las que , en cualquier lugar colgaba un reloj circular parecido al de las estaciones, habían sido el Ministerio del Interior en tiempos del régimen comunista. La extraña mezcla entre el sistema comunista más tétrico y cruel, y el capitalismo más despiadado, que sobrevolaba aquélla ciudad que introducía una conexión búlgara a toda la trama, encontraba su expresión plástica directa en aquel edificio. Se trataba de un espectacular edificio cuadrado, con un patio central en donde podían verse semienterradas algunas ruinas de edificio de la época romana y prerromana de la ciudad, que en sus lados visibles era ocupado por el hotel Sheraton. Un letrero con el nombre de la conocida cadena hotelera ocupaba toda la parte superior de uno de los lados del edificio y ese frontal estaba adornado con banderas de todos los países y la exuberante iluminación que mostraba el grandioso edificio con el detalle de sus numerosas ventanas y balcones. Justo el lado opuesto de ese mismo edificio albergaba instancias oficiales, y las mismas ventanas que por un lado prometían el lujo en la intimidad de los más ricos del mundo, ahora sugerían legajos y expedientes archivados en las lúgubres oficinas, en donde yacían escondidos los peores y más turbios asuntos de un régimen que fue dirigido por rostros ocultos que, después de los años seguían ocultos, y lo que era difícil de entender , seguían gobernado. Aquel edificio retrataba la curiosa situación perceptible en aquel país del Este , como en tantos otros que Svetana conocía tan bien: en muy pocos años, había cambiado todo, menos los oscuros personajes que tenían y ahora seguían teniendo el poder.

- “¿Porqué eso te extraña tanto? Así es, my love, la selva. Por eso estaremos seguros”.

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