jueves, marzo 22, 2007

Escenario.

Ya pasó y tengo la certeza de que los momentos vividos ayer tendrán un sitio preferente en esa habitación desordenada y entrañable de los buenos recuerdos.


Los nervios antes de empezar, las primeras notas de una vieja guitarra que un hombre acaricia sentado en un banco del parque. “Todo es un instante”, la voz de Javier, grave y esforzada en el matiz y enseguida el arpegio sabio del piano de Antonio. La textura firme y suave, dulce pero intensa de la voz de Lourdes nos acarició para tranquilizarnos. De reojo, en la penumbra, caras conocidas que los años han angulado, ojos que se humedecían con las primeras notas. Los aplausos que te dan confianza. El sonido de una calle solitaria se esconde siempre detrás de cada nota de un acordeón. Luis nos ayudó a caminar por los portales de la plaza de ayuntamiento en una tarde fría de invierno con su introducción de “ Castañera” y Regino, con el trino del laúd, nos advirtió que incluso en aquellas tardes tan frías fue posible el milagro de un poema. Luego la primera nota y la indefinible sensación de convertirte en instrumento con tu voz. Ese instante en que el sonido a través de la garganta te inunda hasta hacerte desaparecer. Eres entonces puro anhelo de belleza. Los aplausos que te reconfortan. La hondura de madera y dedos en el sonido del contrabajo que sostenía a Antonio, mucho más que al revés. Aplaudían de verdad. La fuerza de Candi cada vez que se asomaba al abismo de un corte o una entrada. La sutil sinfonía de agua, piedra y cristales que Alberto administra desde ese lugar donde él habita. La generosidad rigurosa y aplicada en una voz privilegiada y feliz: Jesús. Seguramente sonriendo detrás de la pecera con la mesa de sonido, Pepe. Las luces y las imágenes también tenían detrás toda la humanidad de quien no puede esconder su naturaleza de hombre bueno.

Siguieron otros versos y más canciones tantas veces cantadas y tantas soñadas.


Aquí están, son vuestras, son nuestras, no sé si sabíais que en algún cajón del ropero de ésta ciudad estaban éstas canciones.

Les hemos quitado un poco el polvo y mirar qué bonitas son.

Son vuestras, son nuestras.

Son bonitas verdad, ¿ qué es lo que tienen?


Y la gente lo entendió y esbozó media sonrisa de sorpresa y satisfacción.
Casi sin darnos cuenta, estábamos terminando y todos cantaban “Pandorga”.

El abrazo de Teresa y su voz rota diciéndome gracias. El brillo de sus ojos.
La sonrisa abierta de un hombre curtido y alegre. Sus palabras tranquilas y sabias recordando a los que de verdad, aquellos años se jugaron el tipo por la libertad y nadie ha recordado. La encarnación de un nombre mítico y familiar para nosotros: Cesar Aragón Cao.

Qué bonito.

Quede aquí constancia de lo vivido, aunque con cada palabra que escribo dejo sin decir mucho más de lo que expreso.


Eso ya se sabe.
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