Capítulo 29. Satélites.
Después de cada detención y de acuerdo con un protocolo antiguo y conocido de todos, se abría un periodo de silencio en el que nadie podía hacer ningún movimiento. Conocidas las detenciones por cualquier medio, había que “congelarse”, como se decía en el argot, quedarse en la misma posición y como en una foto fija. Al principio eran tres días, pero luego el plazo se fue ampliando y ahora estaba en diez días de congelación. El mismo periodo de tiempo que podían durar los interrogatorios policiales.
Inmediatamente después comenzaba una caza de brujas, cada vez con una dosis de nerviosismo e histeria mayor. La cúpula del momento se reunía en el lugar convenido para analizar el fallo de seguridad que había provocado el desastre. Lo normal era que después de la operación policial, detectaran la ausencia de algún miembro relacionado con los detenidos. Mirando hacía atrás detectaban detalles que les permitían concluir que se trataba de un infiltrado.
Cuando se consideraba detectado el origen del fallo de seguridad con una relativa certeza, comenzaba el análisis de la información que podía haber sido intervenida para adoptar los cambios necesarios y prevenir nuevas detenciones, la mayor parte de las veces inevitables.
Lo extraño, de las detenciones que empezaron a producirse a finales del 2003 era que en el análisis posterior apenas podían pasar con una mínima certeza de la primera fase. Cuando la policía utilizaba la información suministrada por un infiltrado, se decían que este quedaba quemado y por eso desaparecía del mapa como si se lo hubiera tragado la tierra. No estaba ni entre los detenidos ni entre los que habían escapado. Pero últimamente no ocurría nada de eso y la dirección no era capaz de detectar en agujero de seguridad.
Por eso, al inicial entusiasmo por las nuevas tecnologías, que les permitían establecer sistemas de comunicación por talky-walkies para blindar todo un valle en el Goierri y celebrar sin riesgos una asamblea, o que les facilito interesantes debates vía mail, en los momentos posteriores a la tragedia de Nueva York, había sucedido un recelo que se acrecentaba día a día hasta al paranoia. Todos en la cúpula de la organización sospechaban que el enemigo estaba estrenando alguna arma nueva y temblaban pensando que pudieran sufrir un descalabro semejante al de la conocida como Operación Bidart. Los expertos en informática y comunicaciones estaban alertados desde hacía meses, pero no encontraba la explicación que pudiera detectar para inocuizar un fantasmagórico fallo de seguridad que les preocupaba hasta casi llegar a paralizarles.
Por eso Quijares, que había encontrado el cofre del tesoro con un ordenador personal y una simple conexión a Internet, comprobó como cada vez eran menos los contactos y las comunicaciones. En un primer momento lo interpretó como un síntoma de desconfianza que podía ser indicio de que su falsa identidad estuviera a punto de ser descubierta. Lanzó algún mensaje de queja con alguna clave escondida para comprobar lo que pasaba y finalmente, llegó a la conclusión de que la dirección sospechaba que la mayor parte de los fallos de seguridad podían proceder de la participación de potentes servicios de inteligencia extranjeros o la entrada en el terreno de juego de un par de satélites, o algún nuevo artilugio de chips entregados por los americanos al españolito del bigote en agradecimiento por su creciente sintonía con la política exterior, agresiva y beligerante del americano.
Cuando él contó ese proceso de progresivo silencio o alejamiento, Svetana le propuso un sistema de comunicaciones seguro a través de satélites controlados por la República de China y Quijares hizo llegar la propuesta a la dirección, sin que fuera posible un acuerdo económico, atendido el lamentable estado de las arcas de la organización. Aunque era un final esperado, pues las cifras de la oferta eran astronómicas, Ricardo y Quijares entendieron que podían obtener un rédito personal solo con el ofrecimiento. El crédito político del Pirata tenía que reforzarse y para los del Norte, aquella oferta sorprendente les hizo recuperar su antigua admiración por la capacidad de aquel militante distante y desconocido para todos los jóvenes, que eran ya mayoría, para entrar en contacto y conseguir las cosas más increíbles en el mercado negro y paralelo al oficial, del que las organizaciones clandestinas tenían que surtirse para sus necesidades más elementales, no solo de armamento y munición, sino de todo lo relacionado con comunicaciones en la era de los móviles y del GPS, cada día más útiles y necesarios para ellos. Aquel viejo romántico, seductor y políglota, empezó falsificando carnés de identidad y pasaportes, después consiguiendo todos los programas de ordenador y sus actualizaciones a precios de saldo o gratis. Cuando ese maestro del cambalache saltó a las armas y municiones llegó a concertar operaciones a tres bandas intercambiando información, armas y drogas. Por todo eso, el apodo de “ El Pirata “ tenía una significación mítica dentro de la organización. Y efectivamente la última oferta de alquilar un satélite para las comunicaciones seguras era la última muestra de la calidad de aquel viejo luchador convertido en corsario-conseguidor y ministro de asuntos exteriores de aquel grupo fanático-nacionalista.
Le emplazaron de forma lacónica en Ámsterdam el segundo fin de semana de septiembre. Aunque no quedaba claro parecía que sería una entrevista directa con alguno de la ejecutiva. No sabían quién, ni siquiera si el designado tendría relación personal con el Pirata. Otra vez Quijares y Ricardo tenían que encerrarse a releer apresuradamente toda la información que habían extraídos del ordenador y que poco a poco clasificaron.
Tenían un par de días para responder, pero Svetana no les dejó ni un minuto.
- “¿ Te das cuenta que ahora es ella la que toma las decisiones?”. Le imprecó Ricardo cuando Quijares colgó el teléfono. “Sabía que los regalos no serían gratis y te dije desde hace tiempo que no era tan fácil de entender la posición y el juego que tenía aquella mujer.”
Quijares le miró directamente a los ojos, y con cierto temblor en la voz le contestó.
- “Ella es ahora nuestra principal garantía para salir ilesos de esta aventura. No tengo ni idea de cuáles son sus intereses, pero estoy completamente seguro de que no nos va a traicionar. Sin ella, sinceramente, no sé si estaríamos vivos a éstas alturas”. Bajó la mirada y después de un silencio reanudó su perorata que sonaba a desahogo esperado y deseado desde hacía tiempo. “ No nos obliga a nada. No sé si te lo comentado, pero ella me dijo que cuando quiera, o sea cuando queramos dejarlo todo, se encargará de asegurarnos un sitio seguro y los dólares necesarios para vivir tranquilos”. Encontró el encendedor con cierta ansiedad y, antes de encenderlo para prender un cigarro concluyó: “ No nos obligada a nada, pero Ricardo, si no esta ella detrás, prefiero dejarlo todo”.
Entonces sonó el móvil de Ricardo. Llamada anónima, es decir, era el Embajador.
Quijares miraba expectante.
- “ Que me tiene que ver urgentemente”.
- Llámame luego.
Ricardo necesitaba la tensión que en ese momento se palpaba para vivir. Sonrió y se despidió:
- “ Luego te llamo, pero no te agobies, por favor. Ya veremos como toreamos a la rusa.”
Etiquetas: Novela por entregas.
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