jueves, enero 01, 2009

Lorenzo ( I )



Me presento brevemente y les cuento.
Lo cierto es que las cosas pasan de una forma mucho más imprevisible de lo que habitualmente pensamos. Es verdad que a veces no pasa nada y, pareciera imposible cualquier alteración de la vida tediosa y aburrida, pero me refiero a ese punto de inflexión inesperado cuando esa pasta densa de los días monótonos explota como si tuviera escondido un detonador en el lugar más insospechado.

Me llamo Lorenzo, llevo casado cuatro años con Lola. Ambos aportamos un hijo a nuestro matrimonio. Los chavales se consideran hermanos y tienen muy buena relación entre ellos. Ella también era divorciada. Nos encontramos padeciendo una enfermedad muy parecida y nos reconocimos: fuimos una medicina simétrica y natural el uno para el otro. Ella es alta, un poco rubia, con facciones duras y complexión atlética, tiene buen tipo. Algunos días, con unos viejos vaqueros verdes especialmente, es una mujer muy atractiva. Los dos salimos de una situación vital muy desagradable y, de alguna forma, estamos vacunados contra el peor mal para una pareja, la tontería. La tontería de la tontería. Esa estupidez que es la única explicación de tantas conversaciones absurdas, innecesarias, cargadas de una especie de amargura ácida y sin sentido. No volveremos a transitar esas calles de silencio corrosivo cuando los dos comparten su lado más detestable, en una espiral que potencian y les envilece.

Se encienden muchas alarmas y se endurecen por dentro muchas cosas después del trance de una ruptura. Pero también aprendes; sabes que no es buen camino dejarte llevar del orgullo que nace de tu más profunda falta de estima. Descartas entender todo lo que el otro hace, renuncias a darte por enterado de todo eso que quiere decirte con lo que no dice. Eso para ellas es más engorroso. Pero resumes y manejas mejor la confusa mezcla de sensaciones o de no-sensaciones, mejor dicho, que provoca la convivencia diaria. Valoras tener un sitio tranquilo donde volver y que alguien ocupe el sillón de al lado cuando miras la televisión. Aquellos cebos engañosos, las palabras vacuas y tan perniciosas, amor, compenetración, vida en común. Ya me contarás. Pasan los años y ahora las miras con desden, como una fase de un juego de la play que ya has superado, lleno de trampas, que finalmente eran bastante ingenuas. Todos conocemos a alguno que no pasó esa fase y, claro, entonces la cosa es más seria, ya no es tan gracioso. En pocas palabras, te fortaleces, te conformas y puedes dejar que las cosas pasen sin ponerte nervioso, ahora que sabes que lo importante está dentro de tí y nadie puede arrebatártelo.No es tan complicado. Los dos estamos dispuestos a cambiar paz por prosa con los ojos cerrados. Cada pequeño detalle puede intoxicar una relación, como un condimento que amarga los días definitivamente. Por eso te digo. Sabemos dejar al otro tranquilo y así todo es más fácil. No es tan complicado. Precisamente la cosa es no darle tantas vueltas. Dejar ver como sigue sola la cosa, sin buscarle tres pies al gato.


Vivimos en un chalecito adosado a las afueras de una ciudad cercana a Madrid. Un esquema muy repetido, vulgar si quieres, pero cómodo: ahí está el sitio donde dejar el coche, más delante, el jardín de la barbacoa y una piscina en el club social, de esos siempre pendientes de constituirse. Un delirio de grandeza compartido que añade cierta ilusión el horizonte gris de una comunidad de vecinos de tipos clónicos pero incompatibles. La casita tiene dos plantas y una buhardilla sin uso determinado, por ahora. También tiene un pequeño sótano en el que proyectábamos montar una bodega, pero que, por ahora, acumula bicicletas, la barbacoa, raquetas de tenis y aparatos inútiles, como un juego de pesas, una báscula digital estropeada o un pequeño horno eléctrico para hacer pan. Siempre he pensado que en nuestro cerebro pasa algo parecido. Acumulamos ideas inútiles, prejuicios antiguos y las ilusiones que un día quedaron abandonadas en un rincón. Pero no podemos precindir de todos esos trastos. Como en cualquier trastero, por otra parte.


Trabajamos los dos.

Ella como comercial de una empresa de teléfonos móviles de una localidad cercana, donde antes vivía con su anterior pareja. Lo cierto es que tiene desparpajo, por eso debe ser muy buena comercial. Sabe conocer a la gente, decirle descaradamente lo que quieren oír sin que ellos se den cuenta y se hace simpática, si quiere. Además es muy organizada, aunque a veces resulte un poco maniática. A mi me cuesta menos trabajo improvisar. Pronto dejará el mostrador y pasará al despacho de dentro. Le han dicho casi seguro que a su jefa la van a despedir y ella ocupará su puesto. Entre nosotros no hablamos del trabajo. Es un código aceptado: es otro mundo.

A mi me acaban de ascender en una empresa dedicada a la fabricación de componentes electrónicos y ahora mi puesto está en Madrid. Estuve trabajando en el departamento de contabilidad de unas bodegas cuando terminé la carrera. Luego me salió una oportunidad en una editorial y, un compañero de trabajo me animó a que hiciéramos un master. Era caro, pero me dio oportunidades en empresas de un nivel de facturación a las que no hubiera llegado. Descarte una oferta para trabajar en París un una agencia de viajes. Aunque hice económicas, en realidad ahora me dedico a teclear el ordenador, hablar por teléfono, ver ofertas de proveedores industriales y buscar las tres famosas “ tres bes” que constituyen el manual del buen empresario. Al final, China. Internet y el correo electrónico han destrozado los precios.

Un día normal empieza a las siete cuando suena el despertador de mi móvil. Es asombroso como puede ser de idéntico ese momento inicial de cada día. La verdad es que lo del reloj mental debe ser cierto y cinco minutos antes de que suene yo tengo ya un ojo abierto. Tras una ducha rápida y después mirar con indiferencia a un tipo con la cara llena de espuma en el espejo, preparo los desayunos mientras escucho la radio. Si no hay desgracias que contar la voz del locutor parece mentirosa y monótona. A las y media despierto a Jorge y a Carlos y me despido. Lola empieza a desperezarse cuando me levanto yo, pero aguanta un rato más en la cama. Siempre dice que ese es el mejor momento de día. Ese momento duro del despertar de un martes de noviembre, siempre es más llevadero si piensas que tienes un cierto privilegio, dentro de lo que cabe.

Tengo un pequeño coche familiar que me acoge cada mañana. Entonces viene el rato del atasco amenizado por las tertulias políticas. Para mi la luz de la mañana tiene una energía especial. Los comentaristas políticos se enredan en mil discusiones. Reconozco que generan cierta adicción narcótica. Me han dicho muchas veces que las componen cuatro listos, pedantes, que quieren saber de todo y no tienen criterio. Solo responden a consignas políticas. Es cierto, pero si pongo música en la radio, los termino echando de menos y vuelvo con cierta pesadumbre, como si volviera al vicio. Si pones música, parece que no pega con el fango propio de cada día. Ellos, si embargo, son el mejor sonido, la banda sonora más adecuada para la mierda que te espera.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

"No estar para tonterías". Tan sensato como siempre.

2:29 p. m.  

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