viernes, abril 18, 2008

CORNETAS.

Hay una incómoda explosión de cornetas en el ambiente, que invade nuestras relaciones con el ruido ficticio de lo impostado. En los trances cotidianos se extiende una extraña necesidad de vivir cada día entre lo “fantástico” y lo “maravilloso”. Como si una suerte de aburrimiento profundo habitara cada historia personal, se pretende a la contra una contínua exaltación vacía de las cosas, una apología innecesaria y sin fuste de lo vulgar. En la era de los mass media, la necesidad del titular y la gran noticia, se ha trasladado al pensamiento único de los mortales, al hombre de la calle, y se hace difícil sobrevivir sin la gran sorpresa, el sobresalto. Los programas de televisión exhiben jóvenes que lloran desconsolados y se abrazan con muestras de profunda solidaridad ante la gran tragedia de no pasar a la siguiente fase o no ser seleccionado. Si por el contrario se quedan o son seleccionados también aparecen las lágrimas y el temblor sublime y ridículo a partes iguales. El amor se vive en cuanto que albergue ocasiones frecuentes para la tragedia o el beso inolvidable. Se espera la recompensa de lo excelente sin esfuerzo alguno, desde la molicie del sillón frente a la tele. Cada noche se apura la madrugada esperando un momento mágico que finalmente nunca aparece cuando llega el amanecer.

Así que se echa de menos la tranquilidad del hombre sencillo. Perdimos la capacidad de habitar sin aspavientos el curso apenas imperceptible de la tarde. Triunfó lo inconsistente.
Por eso traigo aquí hoy los versos limpios, la verdad pétrea y entrañable de un poeta de lo elemental. Reclamo mesura frente el disparate de la contínua y estruendosa celebración de la nada, que apenas nos deja sentarnos, sin otra cosa que hacer, en un banco del parque.


" Hay que conocer ciertas virtudes
normales, vestimentas de cada día
que de tanto ser vistas parecen invisibles
y no entregarnos al excepcional,
al tragafuego o a la mujer araña.

Sin duda que preconizo la excelencia silvestre,
el respeto anticuado, la sede natural,
la economía de los hechos sublimes que se pegan
de roca en roca a las generaciones sucesivas,
como ciertos moluscos vencedores del mar.


Toda la gente, somos nosotros, los eslabones grises
de la vida que se repiten hasta la muerte,
y no llevamos uniformes desmesurados, ni rupturas
precisas:
nos convienen las comunicaciones, el limpio amor,
el pan puro,
el futbol, las calles atravesasas con basuras a la
puerta,
los perros de condescendientes colas, el jugo de un limón
en el advenimiento del pescado pacífico.

Pido autorización para ser como todos,
como todo el mundo y también, como cualquiera:
le ruego a usted, encarecidamente,
si se trata de mi, ya que de eso se trata,
que se elimine el cornetazo durante mi visita
y se resignen ustedes a mi tranquila ausencia."

Modestamente. "Jardin de invierno", Pablo Neruda.
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