Lección para tu vida.
La mayoría de las religiones difieren las consecuencias de nuestros actos a un momento posterior a nuestra muerte, incentivando el cumplimiento de sus reglas fundamentales con un premio o un castigo que deberá materializarse en esa otra dimensión. Ese esquema supone que, el último término el fundamento del comportamiento moral sea lejano, ajeno a la realidad y construido sobre la imaginación. De la capacidad de crear mentalmente imágenes más o menos agradables o espantosas, nacerá el incentivo para un comportamiento mejor basado en la esperanza o el miedo. Pero claro, con bases tan poco serias, resulta comprensible el escaso éxito que a lo largo de los siglos han tenido las religiones en el objetivo de que sus seguidores ajusten la realidad de sus actos a las reglas a las que deben sujetarse. La eficacia de sus mandatos además tanto más endeble cuanto más madura sea la persona y por ello menos fíe las decisiones importantes de su vida a la mera imaginación.
La determinación de cuando un comportamiento es bueno moralmente y debe procurarse o malo, y debe evitarse, debería poderse hacer atendiendo a sus consecuencias inmediatas, a su efecto directo en la realidad. Con este elemental presupuesto podían evitarse aberraciones ancestrales como la guerra santa o la muerte civil de miles de hombres y mujeres obligados a renunciar a su vida que han poblado y pueblan por todo el mundo órdenes y monasterios con hábitos de todos los colores, desde el Tibet hasta Canadá.
La remisión a otra dimensión, subsiguiente a la vida, en donde se ajustan cuentas es instrumento, cada día menos convincente, de consuelo y resignación: no te preocupes que luego serás recompensado. Además aquellos que aquí disfrutan de una posición de privilegio, luego lo pagarán. No es imposible, pero es muy difícil que un rico pase al jardín de las delicias. Y así visto se fomenta una cultura del sufrimiento: cuanto peor aquí mejor después y viceversa. No solo que las consecuencias de nuestros actos se difieren la más allá, sino que se disocian del más acá.
En trance de buscar una sanción y un premio abonables en vida, aparece el Tiempo, como realidad invisible, como lugar que habitamos, regalo que se agota, magnitud Universal y en tanto que percibida, Humana. El Tiempo que tenemos y se escapa. El Tiempo que podemos sentir, vivir y, al tiempo nos trasciende. El Tiempo real y a la vez intangible.
La sanción es el minuto que has perdido para siempre. El premio es el momento que nunca olvidarás.
El acto es bueno o malo delante de ese justiciero sencillo e insobornable: el Tiempo.
Todos los actos, sentimientos, intenciones que te han envilecido ya te han pasado factura: el tiempo que has empleado en ellos lo perdiste para siempre. No volverá.
Todas las veces que has conseguido sacar lo mejor de ti han sido ya recompensadas: esos momentos felices, plenos, nadie te los puede arrebatar ya y, además te acompañarán para siempre.
Emplea bien cada segundo de tu vida. Los que te corresponden están contados.
Aprende hacer de cada día un cielo y evita convertirlo en un infierno.
Aquí, ya, ahora, tenemos la recompensa y el castigo.
La determinación de cuando un comportamiento es bueno moralmente y debe procurarse o malo, y debe evitarse, debería poderse hacer atendiendo a sus consecuencias inmediatas, a su efecto directo en la realidad. Con este elemental presupuesto podían evitarse aberraciones ancestrales como la guerra santa o la muerte civil de miles de hombres y mujeres obligados a renunciar a su vida que han poblado y pueblan por todo el mundo órdenes y monasterios con hábitos de todos los colores, desde el Tibet hasta Canadá.
La remisión a otra dimensión, subsiguiente a la vida, en donde se ajustan cuentas es instrumento, cada día menos convincente, de consuelo y resignación: no te preocupes que luego serás recompensado. Además aquellos que aquí disfrutan de una posición de privilegio, luego lo pagarán. No es imposible, pero es muy difícil que un rico pase al jardín de las delicias. Y así visto se fomenta una cultura del sufrimiento: cuanto peor aquí mejor después y viceversa. No solo que las consecuencias de nuestros actos se difieren la más allá, sino que se disocian del más acá.
En trance de buscar una sanción y un premio abonables en vida, aparece el Tiempo, como realidad invisible, como lugar que habitamos, regalo que se agota, magnitud Universal y en tanto que percibida, Humana. El Tiempo que tenemos y se escapa. El Tiempo que podemos sentir, vivir y, al tiempo nos trasciende. El Tiempo real y a la vez intangible.
La sanción es el minuto que has perdido para siempre. El premio es el momento que nunca olvidarás.
El acto es bueno o malo delante de ese justiciero sencillo e insobornable: el Tiempo.
Todos los actos, sentimientos, intenciones que te han envilecido ya te han pasado factura: el tiempo que has empleado en ellos lo perdiste para siempre. No volverá.
Todas las veces que has conseguido sacar lo mejor de ti han sido ya recompensadas: esos momentos felices, plenos, nadie te los puede arrebatar ya y, además te acompañarán para siempre.
Emplea bien cada segundo de tu vida. Los que te corresponden están contados.
Aprende hacer de cada día un cielo y evita convertirlo en un infierno.
Aquí, ya, ahora, tenemos la recompensa y el castigo.
Para Maribel
(gracias por el tiempo que vivimos juntos).
El camino que bordea la laguna
bajo la sombra de los chopos,
en los atarceres dorados de Septiembre,
volvera a ver pasar tu silueta,
caminando con paso decidido.
Un beso.
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