viernes, noviembre 25, 2016

Sueños







 
 
Le propuse volver ya, regresar a nuestro lugar de trabajo, pero mi amigo sin darme una explicación clara, dijo algo ininteligible y siguió caminando, como buscando alguna dirección. Le seguí y poco a poco pasábamos a barrios de la periferia, desconocidos, desordenados, con algún descampado entre bloques descascarillados pero habitados.
 
Pensé volver porque empezaba a sentir que aquella era una excursión peligrosa. Entonces apareció un tipo que nos miró y se acercó cautelosamente a mi amigo. Empecé a retroceder, pero no estaba seguro que me diera tiempo a salir de allí. No quería empezar a correr, como si temiera que eso enfadara a aquel tipejo que se acercó a mi amigo y por una extraña influencia le hizo caer al suelo desde la distancia.
 
Entonces me miró y se acercó a mi. Parecía que solo quería verme un poco más cerca. Entonces sacó una cerbatana, me apuntó y disparó. Sentí un pequeño roce detrás de mi oreja derecha y al tocarme comprobé que tenía algo clavado, como una pequeña aguja. Miré hacia la salida y quise gritar, pero la voz no salió de mi garganta y sentí que estaba atrapado.
 
(...)
 
Me desperté y comprobé que no tenía la cartera, el móvil, la chaqueta, el cinturón...Estaba donde me había quedado y ya no había nadie en aquel descampado.  Salí de allí buscando barrios más civilizados. Poco a poco me encontré dentro de una ciudad normalizada, los coches, los semáforos , la gente...pero los edificios me resultaban desconocidos. Encontré a dos conocidas que caminaban deprisa, llegaban tarde a alguna cita. Me preguntaron por mi aspecto y le conté lo que me había pasado rompiendo a llorar. Ellas dos también lloraron cuando se alejaban mirándome con lástima y cariño.
 
Buscaba mi casa, no sabía hacia donde dirigirme, no tenía móvil, no me sabía el número de ningún móvil. Pregunté a tres montañeros que en fila, separados unos metros cada uno del siguiente, caminaban a buen ritmo coordinados. Me indicaron la dirección de mi calle, pero después de llegar al lugar donde me indicaron comprobé que tampoco aquel era el sitio.
 
Busque amparo en una gasolinera en la que cobraba a los clientes un niño de unos cuatro o cinco años encerrado en una pequeña jaulita, con un hueco donde le pagaban y  él devolvía las vueltas. Le conté lo que me pasó y lloraba al mirarme, pero inmediatamente se recomponía para seguir con sus obligaciones. Algunos de los que pagaban su gasolina al niño encerrado me ofrecían el móvil para llamar a alguien, pero no recordaba ningún número. Con lo fácil que hubiera sido guardar en un papel o en algún sitio los números que ahora me pudieran salvar. Dudaba si podría encontrar mi familia, volver a casa de alguna forma.El niño me dio una guía de teléfonos y alguien al pasar aseguró que allí estarían todos los móviles apuntados. Sabía que no era verdad pero ojeaba  aquel mamotreto y así creció la angustia al punto justo en que despiertas y quedan en tu mente nítidas las imágenes del sitio, las caras, las sensaciones que poco a poco se desvanecen en tu mente.
Cingular Cell Phones
T-Mobile
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