jueves, abril 06, 2006

Capítulo 9.

La nieve y el frío convertían en heroicas las salidas dominicales para hacer footing. Sin embargo, aún así, eran ya casi un rito que Ricardo y el Inspector Quijares disfrutaban y esperaban. Todas las mañanas de domingo, sin que tuvieran que quedar expresamente, se encontraban a las 9’00 h. en la plaza de Ferhidan, punto medio entre sus respectivos apartamentos. El sudor les desintoxicaba de los excesos de la noche anterior y de las tensiones de toda la semana. Aunque podían verse casi a diario, era ese momento en el que el esfuerzo físico les desinhibía y en un sendero del parque Skïdea, o siguiendo el camino de sirga del río encontraban la intimidad necesaria para ser sinceros. Colleen después de las lágrimas había entregado mejores cosas a Ricardo que vivía momentos muy especiales en una relación que a todo el grupo le parecía simpática por el encanto casi ingenuo de los dos. Ricardo no tenía intención de que aquello fuera más allá. Quijares le advertía de la distintas expectativas que , cada día con mayor claridad albergaba Coollen en su corazón y en su chispeante mirada. También Quijares limpiaba de recuerdos amargos su memoria de los últimos años de matrimonio con la voz entrecortada por la fatiga del ritmo imposible al que le obligaba Ricardo. De vez en cuando paraban y el más joven compensaba con flexiones y contorsiones imposibles los minutos que permitían al otro hacer algún matiz o añadir alguna explicación complementaria al relato, mientras recuperaba el aliento. Alrededor del incidente del ordenador había aparecido entre ellos un secreto que les hacía cómplices en una historia que ninguno de los dos sabía como continuaría. Hicieron todos los cálculos, imaginaron todas las hipótesis, se pusieron en lo peor para sopesar minuciosamente todos los riesgos. Pero la única intención compartida y oculta era convencerse de la necesidad de continuar aquel camino iniciado al atravesar una puerta falsa y acceder a las entrañas de una organización terrorista. Se repartieron archivos y documentos que no se atrevían a sacar por ninguna impresora para no dejar huella de su frenética actividad de estudio y documentación siempre alrededor del debate originado en la cúpula con motivo del impacto de los sucesos del 11-S. Las carreras de los domingos les servían de puesta en común. Habían llegado ya a algunas conclusiones. Josu “El Pirata” a quienes ellos suplantaban había trabajado intensamente los años anteriores para buscar contactos internacionales donde encontraran suministro de armas, cuando la caída del muro de Berlín hizo desaparecer otros canales habituales hasta entonces. Los contactos que había mantenidos con el mundo del radicalismo islámico se habían limitado a meros intercambios de armas por dinero. Lo que un sector de la organización ahora demandaba era un contacto directo con quienes habían asombrado al mundo con una acción de castigo al enemigo numero uno de los pueblos oprimidos. Para quienes entendían que podía tratarse del inicio de una nueva era de la Humanidad, que permitiría contemplar la estrepitosa caída del imperialismo americano, era fundamental tomar contacto con quienes habían demostrado capacidad de liderazgo y operatividad suficiente con aquel acto para ser abanderados del proceso. Para otro sector todo eran preguntas: ¿había sido una acción aislado o había una estrategia, un calendario previsto con nuevos ataques? .Para éstos, los contactos podían ser importantes para encontrar las respuestas que permitiera afrontar “un análisis científico de la evolución en el corto y medio plazo de la coyuntura de ruptura de equilibrios internos del sistema capitalista globalizado”, como decía uno de los últimos informes, utilizando un lenguaje críptico en ocasiones al que poco a poco se iban acostumbrado.
Durante las carreras del domingo hablaban de todo, pero durante ese rato y durante todo los minutos de todos los días y algunas noches en vela, solo pensaban en El Pirata. Como los recién enamorados, sus cerebros trabajan simultáneamente en una doble pista. Con una gestionaban la vida cotidiana, respondían al teléfono, dirigían sus actos más o menos maquinales o ritinarios de sus respectivos trabajos. Con la otra buscaban explicaciones, hacían cábalas o preparaban planes. Por eso cuando estaban en silencio, los dos sabían en qué estaban pensando. Después de unos minutos separados Quijares alcanzó a Ricardo que con los pies apoyados en un banco de madera medio destruido, y las manos sujetándose y empujándose la nuca hacía abdominales. Se detuvo para recuperar el resuello y sin necesidad de introducción dijo:
- “Me temo que el día menos pensado nos dicen, quiero decir “le-dicen-al –Pirata” que tiene que ir a algún sitio o le convocan y... entonces se nos acabó la diversión”.
Ricardo detuvo su ejercicio.
- “ Yo también he pensado que cualquier día pasa algo así”-
Aunque los dos callaron podían escuchar perfectamente la pregunta suspendida en el aire: “¿ tu serías capaza de hacerte pasar por el Pirata si llegara el caso y tuviera que entrevistarse con alguien que no lo conociera personalmente?.
- “Lo que te aseguro que no haría- dijo Ricardo, contestando sin que nadie le hubiera preguntado- es dar ni un paso atrás...después de llegar hasta aquí. Habría que decidir si merece la pena asumir el riesgo o, si eso fuera una locura, aunque me echaran de la Guardia Civil, le prepararía un informe al embajador y estoy seguro que toda la información que tenemos les sería útil”. Ricardo se sentía orgulloso del camino recorrido y parecía no querer aceptar un final sin resultados. En su interior estaba viviendo una extraña misión secreta de servicio a la patria.
- “¿ Y por la otra parte qué?, le contestó Quijares a quien siempre le parecía que Ricardo olvidaba que la parte más peligrosa no eran las autoridades españolas precisamente. “ Y cómo crees que reaccionaran los que creían que habían estado hablando y pasando información altamente sensible a un miembro de la ejecutiva y descubren que detrás del ordenador había un impostor.”
- “Tengo el expediente de la muerte en mi poder. Que yo sepa y quitando el otro que salió corriendo y no pudo saber si finalmente el vasco que le acompañaba murió, sin ese expediente nadie puede decir que murió. Si tenemos cuidado y no somos demasiado torpes, para ellos, si El Pirata desaparece será la huida natural de un heterodoxo que llevaba tiempo fuera de rollo”. Contestó Ricardo que , como otras veces demostraba tener una previsión más completa de las posibles evoluciones de la historia que las que Quijares le suponía.

Cuando iban a comenzar el regreso Ricardo se levantó del suelo Se disponía a coger de los hombros a su compañero de fatigas para gastarle alguna broma (“ es que te crees que soy un pardillo” o “ todo bajo control” como solía decir), pero se apercibió de una silueta oculta detrás de uno de los árboles del bosque. Cambió bruscamente la expresión de su cara.
-“ No te muevas Fernando. Hay un tío espiándonos detrás de un árbol”.
Fernando se quedó paralizado y a pesar de la advertencia se dio la vuelta. En ese momento un individuo, vestido con un chándal oscuro salió de detrás de un árbol que estaba a unos diez metros y, sintiéndose descubierto, huyó corriendo. Ricardo emprendió su persecución desoyendo el requerimiento de Quijares:
-“ Pero donde vas desarmado, estás loco”.
Al ver que no le hacía caso inició el también la carrera, con menos convencimiento.
-“ Ricardo, ¡ espera ¡ “, le gritó mientras perdía en el bosque las figuras de perseguidor y perseguido.
Estaba agotado y sentía su corazón latir con fuerza. Entonces, por primera vez sintió miedo.

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