viernes, mayo 18, 2007

Capítulo 30. Amapolas.

Cuando la tarde cae, el viento deja escuchar su voz en las montañas. Es como un lamento lejano, la voz de un niño gigante asustado, que grita desde el fondo del collado. El tiempo se hace visible al comprobar como esa bola de fuego se esconde lenta pero perceptiblemente en el horizonte. La soledad de unos matorrales en un paraje habitado solo por algún lagarto que aparece en las horas de sol, se ve apenas interrumpida por la silueta de un hombre, alto, enjuto, de largas barbas, que viste una chilaba del mismo color pardo de la tierra y que con pasos tranquilos, como cansados, se acerca, con sigilo, hasta el punto más elevado.
“Dios es grande, Dios en grande”.
En sus ojos cerrados puede ver el universo como una sola cosa. Abre sus manos y las extiende levemente hacia el cielo morado, casi rojizo. Siente el aire fresco que roza la piel blanca y delicada de la palma de sus manos afiladas, de uñas largas, pero limpias. Inspira y siente como penetra a través de su poblada barba con un leve susurro, el aroma a tierra seca, polvo y jara. Abre los ojos y allí donde el sol, se esconde, en su alma ve la Tierra girar.
“Dios es grande, Dios es grande”.
Un leve vendaval levanta algunos matojos secos y hace levantarse su túnica. Siente en lo más profundo aquella ráfaga de aire como otra confirmación de que su plegaria es escuchada por el Gran Creador de aquella inmensa bóveda que ahora él puede contemplar, cuando algunos mínimos puntos de luz muestran que su Grandeza no acaba en la Tierra, sino que se extiende por estrellas y constelaciones. Una corriente de comunicación limpia y directa le une con aquella infinita belleza. Todo su ser entonces se enaltece y siente de nuevo dentro de sí, la carga infinita, el deber excelso, la grandeza y la miseria de haber sido elegido por El Creador, para defender su Reino, de todos sus miserables enemigos. Allí delante como cada tarde eleva sus manos al cielo, contemplando con el último rayo de sol, la majestuosa quietud del escenario del combate.
Una roca de perfil amable le sirve de asiento. En su mente repasa los escenarios del combate, la fidelidad de sus generales, el inevitable curso de los acontecimientos que cada día le confirman su destino como enviado de dios para salvar a los hombres de quienes han hecho de la avaricia la única regla admisible, de quienes organizan cada día el asalto a pueblos indefensos para esquilmar los recursos que el Creador, el Benefactor, el Único, les regalo para alimento de sus hijos, de los responsables de tanta sangre inocente derramada en tierras santas. Y a la paz infinita de su alma asoma una corriente fría y precisa de rabia, palpa entonces una saliva espesa y amarga en su paladar y cierra los puños mientras tuerce el gesto y sus labios esbozan una mueca de odio y desprecio.
- Dios es grande y vengará su pueblo inocente. Dios nos ayuda cada día a luchar contra el infiel. Ellos tienen los aviones llenos de bombas, pero nosotros tenemos cientos, miles de soldados de Dios, dispuestos a luchar en su nombre, a morir en su sagrado nombre.
Los pensamientos le han levantado de su asiento. La rabia le hace caminar, moverse, hacia ninguna parte. Ya cayó la noche. Brilla como una señal Venus cerca de un horizonte rojo, violenta y morado que solo es una línea a punto de extinguirse. Clava sus rodillas en la Tierra y la besa como un soldado, elegido para la Gran Batalla.
El Gran Creador hizo que naciera en el punto exacto del mundo que le daría la oportunidad de conocer la Verdad. Vio la luz hacía ya cuarenta y nueve años en el seno de una familia de fieles, en Tierra Santa. Pero ha vivido en el corazón mismo del mundo infiel, donde el único dios es el dólar. Sus abuelos poseían una tierra que escondía en su vientre el tesoro negro que mueve el mundo. Hasta allí llegaron gentes de ojos claros y tez muy blanca, siempre sonrientes y siempre dispuestos a todo para acumular más riqueza. Como uno más vivió con sus hermanos en ese mundo podrido que un día comprendió que debía destruir para gloria de su Dios, el Único.
Después de crecer muy cerca del desierto y de la mayor riqueza, se trasladó a vivir como joven estudiante al centro del imperio, de la nación que domina hoy el mundo, como un día lo hizo Egipto o Roma. Tocó la fibra suave y caliente del poder exactamente en el lugar exacto donde reside.
Cuando la heroína se convirtió en la sustancia capaz de general más beneficios económicos en el menos tiempo posible, la vieja potencia comunista quiso para sí ese tesoro y decidió invadir el lugar del mundo donde el Gran Creador sembró millones de semillas, bajo un paisaje árido y desolado, haciendo que crecieran casi por generación espontánea esas plantas de flor roja y de pétalo casi de papel de seda, conocida también como amapola, en cuyo corazón, como una leche mágica y vegetal nace el opio. Esa misteriosa sustancia que procura desde la más remota historia del oriente un sosiego tan especial al alma humana, se convirtió en la mitad del siglo veinte en un negocio de primer orden, solo comparable al de las armas en períodos de conflagración mundial, al petróleo y a los diamantes.
Quiso El Gran Vengador que mi humilde nombre apareciera en los despachos más oscuros del Imperio, para ser el defensor de aquel pueblo invadido. Tuve así la ocasión de conocer desde dentro ese monstruo que desde hace un siglo devora pueblos enteros en nombre de al libertad. Fui su emisario para un cometido que, en aquel momento yo creía noble, pero que ahora sé que era en realidad era ruin, como todo lo que sale de sus mentes enfermas. Quisieron que expulsara de los campos de opio al invasor ruso y para eso me entregaron dólares y una estrategia espléndidamente diseñada para engañar a ese pueblo milenario. Siempre pensaron que era de los suyos y los favores de mi padre en asuntos de petróleo a apellidos importantes de aquella tierra infiel, hacían que tuvieran muy baja la guardia y me enseñaran demasiado. Mucho más de lo que hubieran querido que yo supiera. Y un día entendí que incluso habían utilizado Tu Nombre para sus miserables propósitos. Entonces entendí que solo Tu Mano podría tener la capacidad de mover tan bien los hilos que mueven las cosas que ocurren cada día, para permitir a un hombre ver desde tan cerca la Verdad de los que ocurre en la Tierra. Y desde ese mismo día entendí Tus palabras que nos convocan una lucha permanente y total contra el infiel para devolver a los hombres la paz que tu tienes reservada para ellos. Ese día comprendí mi alta misión y responsabilidad y empecé a preparar esa gran batalla en la que Dios de los guerreros cada día me ayuda. Tu me enseñaste también que toda la información que de ellos sabía, era suficiente para que mi impunidad estuviera asegurada.
Y después de que, desde nuestra fe en el Altísimo consiguiéramos expulsar al ruso invasor, un día comprendí que tenía que escoger entre consumar la felonía para la que me habían elegido o, consciente de mi misión en la Tierra al servicio del Único Amo
, empezar a liberar a aquel pueblo, del yugo del opio y a la Tierra y a los Hombres, del Mal en estado puro, del que todavía recibía mis suculentos emolumentos.
Y aquí estoy después de los años, frente a ti Dios de la Noche, para ofrecerte mi alma y pedirte fuerzas renovadas cada día para nuestro combate.
OH! Dios ayuda a nuestros emisarios en Sofía, ilumina sus mentes y dales la claridad y la valentía necesaria para que sepan iniciar como dignos soldados de Tus Ejércitos, la batalla del Al Ándalus, usurpado hace siglos por los infieles, ahora aliados como hermanos de sangre al
Gran Infiel, al ese monstruo del Mal al que desde el cielo, hace ya un año tu castigaste como se merecía.

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