miércoles, abril 19, 2006

Capítulo Undécimo.

La luz tenue de diciembre obligaba a trabajar todo el día con las lámparas de mesa encendidas lo que hacía más largas las jornadas de trabajo en la Embajada. A final de año, cuando tenían que cerrar informes, remitir presupuestos o culminar la dichosa memoria anual se quedaban trabajando hasta bien entrada la noche. El embajador había citado a última hora a Ricardo y en el vestíbulo del despacho esperaba su turno sin la compañía de Esther que había salido para hacer unas compras navideñas y se había despedido hasta el día siguiente. Fernando de la Vega estaba fuera, probablemente unos días de permiso en España y Ricardo iba a despachar directamente con el Sr. Embajador. El edificio, una casa señorial de principios de siglo, con dos plantas y rodeada de un jardín no demasiado cuidado, en la única zona de cierto nivel de la ciudad, a esas horas estaba casi vacío. Ricardo no debía ceder a la insana tentación de escuchar la conversación telefónica del embajador, pero en el silencio de aquellas estancias de techos altos, se enteraría aunque no quisiera. Inicialmente solo percibía el tono entre preocupado y enfadado de su voz. Poco después empezó a interpretar el sentido de sus palabras. Los sucesos del 11S que habían provocado una auténtica convulsión en el mundo cerrado y tenebroso que el ordenador de un activista fallecido les había mostrado, empezaban a tener consecuencias también en el mundo suave, bienoliente y aparentemente insípido de las relaciones internacionales. Si no eran imaginaciones suyas, de acuerdo con lo que acababa de escuchar, el gobierno español había decidido que unos acontecimientos de la transcendencia de los ocurridos en las emblemáticas Torres Gemelas de Nueva York exigían una reacción adecuada a la gravedad de las circunstancias. Para ello se habían establecido unas líneas de actuación que debían ser conocidas en todas las embajadas y que suponían en algunos aspectos cambios radicales en las líneas tradicionales de política exterior. Después de algún comentario cargado de ironía podía deducirse que al embajador esa especie de toque de alarma general le parecía exagerado, contrario al movimiento pausado y metódico con el que él hablaba, se movía. En el lenguaje tríptico propio de esos despachos , que Ricardo empezaba a interpretar, parecía referirse a uno de los documentos recibidos desde Madrid, que les afectaba especialmente a quines tenían destinos en la zona de zona de los Balcanes. Lo que el Embajador veía con cierto temor era la alteración unilateral del régimen de relaciones y encuentros con el ámbito más radicalizado del llamado mundo árabe. Las instrucciones recibidas eran claras: prioridad absoluta para la remisión de todas aquellas informaciones que pudieran tener relación con grupos de inspiración islamista. Aquella especie de circular remitida a todas las embajadas del mundo, según el embajador, podía ser un gesto de amistad para el mayor agrado de los EEUU. Desde luego que eran un país amigo y en los momento más difíciles de su historia debíamos estar a su lado sin ninguna reserva, pero desde el punto de vista de la prácticas diplomáticas tradicionales, aquello era “una payasada”, que era el término que él utilizaba para cuando quería decir una barbaridad. Parece ser que el texto no matizaba y su falta de rigor podía dar lugar a malos entendidos. “ Ya sabes que si evitas “éstas diabluras”( estos malentendidos) nos ahorramos horas y horas de trabajo. Además “ nunca queda bien luego por mucho que lo cosas” decía el embajador rozando casi el afeminamiento en su cadencia de voz. Al criterio de embajador, lo “mas feo de todo” era que, del propio texto parecía dar por sentado que los gobiernos españoles habían sido tradicionalmente tolerantes con la actividad de grupos radicales islamistas en territorios de nuestra influencia, siempre que los efectos tuvieran lugar fuera de nuestro territorio.”¿Quién habrá escrito esta mamarrachada?”, se preguntaba indignado e incrédulo. Aquello podía ser cierto, según se entiendan las cosas, pero desde luego, en ningún caso era admisible que pudiera reconocerse por escrito, como indirectamente el texto de la circular hacía: “las prisas no valen en éste trabajo”.
- “ Te dejo que todavía tengo una reunión con mi Jefe de Seguridad y luego tengo una cena con el Ministro de Cultura de la que no me he podido librar. Ya veremos donde acaba todo esto”.
El Embajador terminó su conversación y se hizo el silencio, todavía mayor en los oídos de Ricardo agudizados por su atenta y clandestina escucha. Alarmado abandonó discretamente el escondite , entre la puerta del despacho y un armario fichero, desde donde había captado la interesante conversación. Se aproximó amortiguando sus pasos hasta el tresillo de la habitación contígua, en donde debería estar esperando su turno y cogió una revista desfasada del Ejercito del Aire simulando estar enfrascado en su lectura. Primero el olor a perfume y después el propio embajador.
- “ Perdoneme Ricardo. Pase y le cuento en un minuto. Se me ha hecho tarde”. La mano grade y suave acompañada de otra bocanada de perfume caro introdujo a Ricardo en el espacio misterioso y alfombrado del despacho del Sr. Embajador.
- “Le he preparado un pequeño dossier y al final vera una circular que hemos recibido de Madrid. Como advertirá usted enseguida entre otras cosas , tenemos que preparar un informe que reuna todos los datos o , en general cualquier información útil que pueda tener conexión con grupos islamistas radicales de las que figuren en los archivos de la embajada. Ya leerá los términos en los que nos lo solicitan, casi mas propios del ámbito militar, pero parece que desde algún despacho se entiende que estamos en tiempos de guerra. Me reservo mi opinión, que como usted comprenderá no le Sirve para mucho. Somos funcionarios públicos y debemos seguir las líneas de actuación que marcan quienes mandan. He estado dando un vistazo y he hablado con mis anteriores colegas. Tenemos muy poco. En todo caso, habrá que recopilarlo y darle cierta forma.”
El embajador hablaba con cierta prisa y eso le hacia ser menos cuidadoso con el contenido de sus palabras. Cuando Ricardo se iba a sentar le alargó una carpeta con el sello de información clasificada que Ricardo reconoció a pesar de haber visto alguna similar en un par de ocasiones solamente. El gesto indicaba claramente que no iban a sentarse y , por si había alguna duda, el embajador se dirigió al perchero situado al otro lado de la habitación para coger su chaqueta. Mirando por la ventana y sin dejarle hablar concluyó:
- “ Si tienes algún problema ya me lo comentarás. De todas formas creo que le llamarán los del Servicio de Inteligencia . Ya está abajo el coche”.
Sin apenas mirarle le indicó con la mano que saliera del despacho.
“Cierra usted los ordenadores y de le una vuelta a todo con atención. Ya ve que estamos en guerra”, dijo con la ironía que matizaba todo lo que decía aquella tarde, mientras bajaba la escalinata de salida.

Cuando llegó a casa, aunque cansado Ricardo tenía necesidad de contarle a Quijares todo lo que había oído. Sonó el teléfono cuando se dirigía a hacer esa llamada. Era Quijares.
-“ Si”.
- “ Dónde te metes...levo media ahora llamándote. ¿ Has vuelto a ver al curioso del bosque ?”. Quijares después del incidente del misterioso espía había perdido la tranquilidad y parte de la confianza que tenía en su compañero de aventuras.
- “ He salido ahora mismo. El embajador me tenía que encargar una cosa...” Ricardo no sabía como enlazar con la parte más interesante de la tarde. “Pero tengo informaciones nuevas que te interesarán”
- “Pues si vieras como está el correo del Pirata...vamos a hacer horas extraordinarias para leer y contestar todo lo que esta llegando”.
- “Has leído algo ya o has visto de qué va”.
- “Parece que ha detenido a cedulas islámicas en España . Los del Norte están asombrados y asustados, pues parece que desde siempre la policía española hacían la vista gorda con esa gente.”
Ricardo advirtió que el contenido de la información que llegaba al ordenador del Pirata era el mismo que circulaba por las embajadas . La idea de que algo estaba pasando le sobrecogió.
-...
- “¿Ricardo?
- ...
- “ ¿Me oyes Ricardo?”, Quijares empezó a intranquilizarse con el silencio de su interlocutor.
- “Si te oigo. Voy para tu casa”.
- “¿Ahora?”.Quijares hablaba desde la cama y en calzoncillos.
- “Lo siento Fernando, pero te tengo que contar algo y te va a gustar”.
Es como si estuvieran cerca de algo, escuchando un sonido imperceptible , pero muy conocido. Como laminas que puedes mirar y solo ves manchas, pero al desenfocar la vista aparece una increíble imagen a relieve. Los dos tenían la sensación de estar cerca, muy cerca de algo interesante. Pero lo que convertía esa sensación en especialmente obsesionante era la certeza de que el azar les estaba mostrando un camino que no deberíanhaber iniciado. Que iban a llegar a una fiesta a la que no habían sido invitados.
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