martes, junio 13, 2006

Una pelota que sólo puedes manejar con los pies.


Lo he pensado muchas veces recordando la explosión de euforia en el momento en que los profesores de mi colegio nos daban permiso para acceder a los campos de fútbol. He buscado la explicación, el secreto de la atracción contenida en una pelota y en un juego simple que consiste en intentar llevarla hasta dentro de una portería utilizando únicamente los pies. He propuesto antes ya algunas hipótesis que un día me parecieron razonables y al día siguiente descabelladas. Lo cierto es que sigo sin encontrar la clave, al tiempo que compruebo la expansión de esa afición convertida en fenómeno universal. Salvando escasos incidentes luctuosos, el perfil del aficionado fanático violento, un poco más frecuente o la generalizada cercanía del directivo a clan mafioso, como aspectos indeseables, compruebo sin embargo que el fútbol convoca a grandes masas de cualquier latitud del mundo a pasarlo bien, cogiendo el hombro de los amigos y sonriendo con la cara pintada a quien se cruza contigo en la calle, en las inmediaciones del estadio. Hay una corriente de alegría ingenua, camaradería infundada y heroísmo insustancial que resulta altamente contagiosa y se extiende de forma tan asombrosa como inexplicable. Ya sé que, por todo eso, el fenómeno es utilizado política y comercialmente cada día más. Pero la magia de una pelota que sólo puedes manejar con los pies y se escapa entre los miembros de dos equipos que se la disputan, supera la manipulación comercial o mediática. La belleza inexplicable del fútbol, el magnetismo de las imágenes que produce está presente ya, en toda su plenitud ,en el gesto de los muchachos del barrio jugando en una explanada.
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