lunes, mayo 29, 2006

Capítulo 12.

Mientras Quijares disfrutaba de saunas y masajes relajantes que le reponían de la devastadora actividad de una mujer rusa que debió participar en alguna disiciplina olímpica en su juventud a juzgar por su espléndida forma física, Ricardo Estables había olvidado por unos días su peligroso juego de espías que le ligaba en el secreto a Quijares y disfrutaba de las tapas de la taberna de su tio Sebastian, y especialmente la de pimientos rebozados con harina y huevo. Sus padres seguían igual que siempre. Cada año un poco más arrugados, pero también más sonrientes. Con ochenta y nueve años cumplidos, su padre salía al patio de la casa al amencer para acarrear los troncos de encina con los que alimentar la chimenea que por esas fechas alumbraba permanentemente el hogar junto a la cocina de su casa. Algunas veces todavía no había regresado Ricardo de sus noches de copas y reencuentros. Estaba en su pueblo solo en navidad y entonces se reencontraba con los amigos entre los que cada año siempre se producía alguna baja por razón de matrimonio. Sobre todo si se casaban con alguien de fuera del pueblo, pues el Juachu y Marian llevaban ya tres años casados, pero los acostaban a todos y aún tenían ganas de continuar la juerga.
Ricardo no supo nunca a ciencia cierta cómo interpretar el gesto de su madre cuando le miraba. Era una mezcla de admiración y asombro. Sus dos hijas se habían quedado en el pueblo y las veía cada día. Su mozo, que podía ser ya jefe del puesto de la Guardia Civil de Pendroño, el pueblo de al lado, cabeza de partido, había elegido marcharse fuera de España a un país imposible de recordar para ella, a pesar de las veces que su hijo le había dicho el nombre e incluso escrito. A sus vecinas que nunca fueron sus amigas, les explicaba que estaba de guardia de la casa del embajador español en un país lejano y eso les hacía sufrir. Por eso le contestaban diciendo que para qué tanto boato si luego no lo veía nada más que entre nochebuena y reyes.
Su madre lloraba el día que llegaba y cuando se volvía a marchar. Y entre la pena que tenía en sus ojos humedecidos, ella introducía una pizca de alegría cuando los arrugaba e intentaba sonreir. Le revisaba la ropa y se la planchaba como si las rayas del pantalón tuvieran que durar un año. Ricardo la veía siempre de paso o durante las comidas en las que sabía que ella le preparía sus platos preferidos. La tarde que la vió encorvada con la vieja plancha sobre la mesa, decidió dedicarle un buen rato, pero sabía qué le iba a decir cuando lo viera sentarse a su lado:

- “¿ Y no has conocido a ninguna chica arreglada y formal en ese sitio?”- le dijo sin mirarlo directamente y como si no llevara todo el año esperando poder hacerle esa pregunta- .
- “ Madre, que soy muy joven para recogerme ya”.
- “ Ya lo se hijo, además estan los tiempos muy malos. Ya lo sé hijo, ya puedes tener cuidado”.

La pregunto por algunas novedades del pueblo de las que había tenido noticia incierta entre cubata y cubata. Su madre se las explicaba con detalle y a cada sucedido buscaba un comportamiento similar en dos o tres generaciones anteriores del correspondiente protagonista. Incluso cuando le comentó la anécdota de Petra, la madre de su amigo Juan Luis, ingeniero de sistemas en una empresa de Lyon al que tenía especial afecto pues iban juntos a la escuela durante toda la infancia, que se había enamorado de un marinero jubilado en una excursión del INSERSO y había desaparecido dejando al pobre Indalecio, su madre buscó enseguida el antecedente: una tia de Petra dejó plantado en los años veinte a su marido y se fue con un viajante de textiles que conocío en la tienda, sin ni siquiera volver a casa a hacer la maleta y despedirse. Ricardodespués de hablar con su madre, tenía la sensanción de que gran parte de todo lo que a cualquiera se le ocurriera hacer en la vida estaba ya escrito en sus propios genes.

Sonó el móvil y las entrañables vacaciones de navidad terminaron. Los Jefes de Madrid requerían a Ricardo para una entrevista que debía celebrarse necesariamente antes de su vuelta a Sarajevo. El plan era regresar el día ocho de enero en un vuelo matinal via Milán. Solo quedaba libre el día cuatro.A las diez de la mañana fue convocado.

-“ Resumiendo Sargento Establet, tenemos gente dentro de la organización y bastante arriba. Nuestro trabajo nos ha costado. Por la información que nos pasan, es probable que en Sarajevo, o al menos en alguna capital de los Balcánes, se encuentra un miembro de la directiva que puede tener una especial actividad en los próximos meses. De acuerdo con los datos que tenemos, es posible llegar a saber por donde anda. A partir de ahí su misión es observarle y en la medida que pueda controlar los movimientos. El embajador nos ha hablado de usted como la persona idónea. No se procupe pues, si más adelante la cosa se complica, es posible que se desplacen fuerzas más especilizadas.En todo caso, no dude en comunicarnos cualquier circunstancia que pueda ser interesante. En principio basta con que informe oralmente al embajador”.

Ricardo salió de aquella reunión orgulloso del reconocimeinto profesional que aquella misión significaba. Su doble vida en Bosnia al lado de Quijares estaba tan escondida que durante la reunión e incluso tiempo después, sencillamente no existía. Cuando se introdujo en el coche en la soledad del tercer sotano de un céntrico parking subterráneo en el centro de Madrid, emergió la realidad de lo que había pasado y se sintió profundamente perturbado. Ante de arrancar se llevó las manos a la cabeza y notó el sudor frio es su piel. De pronto se sintió encerrado en un laberinto sin salida que podía poner en grave riesgo su vida profesional. Había recibido el encargo de vigilar a un activista terrorista que en realidad no existía y era suplantado desde hacía más de tres meses por él mismo y un colega y amigo tan loco como él. Necesitaba contarle todo a Quijares . Puede ser que hubiera llegado el tiempo en que habría que sicerarse con el embajador y poner fin a aquella huída hacia delante que cada vez se complicaba más. Lo que inicialmente era un peligro desde una orilla, al que habían llegado a acostumbrarse y habían llegado a controlar después de estudiar minuciosamente cada resquicio por donde podía escaparse el gato, ahora era ya un peligro desde los dos lados. Si engañar a un grupo de delincuentes era algo admitido y relativamente frecuente en su profesión, de seguir aquella farsa la situación iba a cabiar radicalmente, pues ahora se trataba de engañar a sus propios superiores, que en éste caso además eran autoridades policiales del más alto nivel en la lucha antiterorista.

-“ No me gusta la cara que has traído de Madrid, hijo mio. No te metas en líos y piensa en tu padre y en mi, que ya nos queda poco de estar aquí.”
-“ No te preocupes madre”.
-“No hace falta que nos mandes tanto dinero hijo, si aquí ya ves lo que gastamos”.

Quedaban dos días en el pueblo que se le iban a hacer muy largos. No se pudo aguantar sin llamar a Quijares.

- “Tengo ganas de verte chaval. Te juro que cuando te lo cuente no te lo vas a creer”.

Eso era exactamente lo que Ricardo iba a decirle, pero su amigo se adelantó y repetir las mismas palabras le pareció absurdo.

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