martes, enero 30, 2007

Capítulo 24. Maldivas (I).


Male, conocida como la Isla del Sultán, es la ciudad más poblada de las Islas Maldivas aunque no llega a doscientos mil habitantes y One & Only Kanuhura Maldives es su hotel más lujoso. En el aeropuerto de aquella ciudad, procedente de Viena, aterrizó el vuelo VW2001 de Austrian Airlines, en cuyo asiento 15 F Quijares había tenido casi cuatro horas para repasar todos los nudos que, en aquellos días en playas paradisíacas pretendía empezar a deshacer. Después de recoger su maleta encontró en la salida un tipo moreno, con una especie de turbante, portando un letrero con el nombre que Mrs. Vostokieva le había indicado: Mr. Feallpy. Le saludó en un inglés tan abrupto como universal, ayudado con una exagerada gesticulación de manos y tras cogerle la maleta le condujo con paso rápido y actitud servicial hasta una especie de todo terreno, descapotable, en el que a través de callecitas con cierto aire caribeño, le trasladó a un puertecito pesquero en un barrio de casa blancas y techos de cáñamo. En la esquina del pantalán central, entre viejos pesqueros a vela, como extraños en aquel lugar, vio amarrados dos barcos de motor de unos doce metros de eslora. Uno de ellos tenía una llamativa inscripción amarilla y verde de una compañía de turismo cuyo anagrama podía verse por todos lados. El otro, un poco más lujoso, de blanquísima cubierta y ventanas de cristales tintados. Como Quijares había intuido, se dirigieron hacía aquella esquina donde otro nativo les esperaba para trasladar la maleta al segundo de los barcos. Los nativos cruzaron entre ellos alguna frase en un idioma imposible y el segundo, le sonrió ensañándole la dentadura picada, al tiempo que tras subir la maleta, le tendió la mano, ayudándole a subir bordo. Ya en el interior del pequeño yate, en el hueco de la bañera, se acomodó en una pequeña habitación con una mesa de madera oscura en el centro y un asiento corrido, tapizado en cuero color crema. En un rincón, un monitor de televisión, y en las paredes algunos motivos marineros con inscripciones en cirílico. Encima de la mesa, un sobre con su nombre, esta vez real: “Mr. Quijares”. En un folio aromatizado y de agradable tacto, manuscrito con letra cuidada y en un inglés, mezclado con algunas palabras en español.

“Fernando, my love, han surgido problemas de última hora y tengo que retrasar mi llegada tres días. He dado instrucciones para que te alojen en el lugar previsto. Descansa un poco y ordena tus ideas. Después de nuestra última conversación me dejaste seriamente preocupada. He recogido información de la situación que desgraciadamente me confirma tus sospechas. Efectivamente puedes correr el riesgo de quedarte en medio de un peligroso fuego cruzado.Es tiempo de elaborar un plan de acción o, desaparecer de la escena. Sabes que hace un par de meses no te hubiera ofrecido la segunda posibilidad y ya sabes por qué. Para ambas opciones sabes que puedes confiar en mí, my love. La gente que te rodea ahí es de absoluta confianza. Puedes relajarte y olvidarte completamente de problemas de seguridad.”

Respiró hondo, volvió a meter aquel folio en el sobre y lo guardó en una bolsa de mano, al tiempo que sintió el tirón definitivo después del vaivén de las maniobras de desamarre. Estaba cansado y en la soledad de aquella estancia, a pesar de la distancia con todo y con todos, sumergido en un silencio ligeramente bañado con una música como de ascensor de hotel, no lograba sentirse relajado. Las palabras de su amante y protectora pretendían darle tranquilidad, pero habían conseguido precisamente lo contrario. Estaba cansando y ahora lo notaba. Resonaban en su cabeza las radicales opciones que acababa de leer: desaparecer o preparar un plan. Lo que realmente le apetecía era desaparecer. Por ejemplo, sabía que podía pedirle a ella que le ayude a montar un negocio para vivir dignamente en alguna remota isla tropical. Incluso podría facilitarle una nueva identidad para empezar desde cero, como si volviera a nacer a los cincuenta y ocho años. El plan era atractivo. Pero visto de otra manera, a partir de entonces se convertiría en un fugitivo el resto de sus días. Perdería lo único que realmente quería: su hijo Javier.

Aquella pequeña estancia meciéndose rumbo a no sabía donde, le provocó una cierta sensación de claustrofobia. Repasando la imagen de aquellos hombres morenos y bajitos, de una raza entre oriental y caribeño, cogiendo disciplinadamente y en silencio su equipaje, ofreciéndole la escalerilla de acceso al barco, se había sentido dentro de una especie de organización de la que realmente apenas sabía nada. Es verdad que en ese momento era su escondite perfecto, pero no debía perder la perspectiva y quizás hubiera salidas distintas a las que ella le proponía. Advirtió también que la tranquilidad y el relax iban a ser difíciles pues, a pesar de las playas de ensueño, en realidad lejos de alejarse de la tormenta, se había metido en el centro.

Ms. Svetana Bostokieva había nacido hacía ya treinta y cinco años en Kubinka, un pequeño pueblecito a unos cien kilómetros de Moscú, en una familia de agricultores. Después de obtener, siendo adolescente, durante tres años consecutivos el Premio Especial en Matemáticas y proclamarse campeona de ajedrez en categoría absoluta y de salto de pértiga en el año 1982, fue becada para estudiar en el Instituto de Ciencias Exactas Jose Lennin dirigido por el Profesor Petrov Snavinsky, discípulo y continuador de la obra de Grigori Perelman. Sin embargo, conoció a Yuri Bostok, muy lejos de allí, en septiembre de 1990, cuando la caída del régimen comunista era ya una realidad. Después de culminar con éxito sus estudios en matemáticas, fue una de las tres personas designadas por el equipo económico del gobierno Gorbachov para la realización de un master en Relaciones Internacionales y Economía la Rockefeller University de Nueva York. Tras una recepción de la Embajada, en la que estuvieron curzando algunas palabras de protocolo, cruzaron sus teléfonos. Un mes después Yuri le encargó la dirección de un grupo de empresas que emergían tras la debacle de la que fue una superpotencia. Con apenas viente años y sin terminar sus estudios postgrado, Svetana se convirtió en la esposa y administradora de uno de los militares más poderosos del régimen comunista junto cuando se convirtió en uno de los empresarios más corruptos de la llamada Perestroika. En el año 2000 había sido invitada como candidata a las reuniones del club Bilderberg.

Aunque los primeros días de Julio su esposo había tenido una recaída y se debatía entre la vida y la muerte en una clínica de Boston, Svetana no albergaba ninguna esperanza de que el feliz desenslace llgara a consumarse, pues sabía que finalmente siempre se terminaba recuperando. En todo caso, todas las consecuencias jurídicas y económicas de su fallecimiento estaban previstas y hacía años que quien realmente ejercía el control de aquel vasto imperio económico era ella.

Hacia ya medio año que había conocido al Inspector Quijares. Ese hombre cumplía condiciones indispensables para sus necesidades. Además de estar fuera de sus círculos habituales, le ayudaba a aprender español y respondía a sus requerimientos sin rechistar, icluso con comedido entusiasmo. A todo eso debía añadirse, su fascinante vinculación con una situación política sorprendente que podía explotar en cualquier momento y que tenía lugar en una de las grandes naciones históricas de Europa. El audaz giro político del gobierno en apoyo del amigo americano, había puesto a ese país en primera línea de fuego, en la contienda entre Islam-Occidente, que iba a sustituir en los próximos años el anterior enfrentamiento Este-Oeste. Ella conocía bien una regla universas: las grandes fortunas de la humanidad habían emergido o desaparecido, en momentos de grandes convulsiones políticas, cuando sobre la enorme pelota del mundo se trazaron líneas imaginarias. De la elección de en qué lugar te sitúes depende que estés entre los vencedores o entre los vencidos. Probablemente, aquel hombre fornido y tímido, un poco triste, pero siempre muy ardiente, desconocía la trascendencia de la trama que un día contó a aquella misteriosa mujer, que era a la vez su ángel de la guarda y el sueño erótico de cualquier españolito medio, metido en los cincuenta.

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