Todo bajo control.
Hace más de quince años, cuando todavía quedaba gente que pensaba que las cosas podían cambiarse, firmé junto con catedráticos y otros juristas, un manifiesto a favor de la despenalización del tráfico de drogas. Era una propuesta elaborada y razonable que incluso proponía un texto para una futura regulación atribuyendo a las drogas duras una consideración similar a algunos medicamentos (sancionando su tráfico con menores o incapaces) y tratando el hachís de forma similar a la ginebra o licores de similar graduación. Recuerdo que la primeras reflexiones que me acercaron a esa forma de pensar, surgieron a partir de un juicio en el que el fiscal pedía tres años de cárcel a un individuo que había sido sorprendido vendiendo una papelina de cocaína a otra persona. Lo que llamó mi atención de aquel caso es que el comprador, de unos cincuenta años, era un conocido médico pediatra de la localidad. Esa circunstancia era irrelevante jurídicamente. Entonces empecé a preguntarme cómo era posible que las leyes protegieran la salud de un hombre adulto, que además era médico, perfecto conocedor de lo que consumía y en una privilegiada posición social, castigando a otro a ingresar en prisión. Algo fallaba allí, algo se escondía detrás de aquello. Tirando de aquel hilo, buscando explicaciones, llegué a la magnífica obra de mi admirado Antonio Escohotado “Historia General de las Drogas” (Libro de Bolsillo, Alianza Editorial, Madrid). Finalmente comprendí el escenario que construye la primera mitad del siglo XX a escala universal y sobre el que nace y se desarrolla uno de los grandes negocios de nuestros días.
En aquellos remotos años, un grupo no muy numeroso de conciudadanos, pensaban que el sentido común y la razón podían impulsar la reforma de las leyes para, sin estridencias ni grandes sobresaltos, ir cambiando poco a poco una sociedad con zonas oscuras, nido de injusticias y sufrimiento.
Qué tiempos.
En estos primeros días de un verano sevillano sorprendentemente fresquito, a mediado el 2007, alguien ha decidido que el asombroso incremento del consumo de cocaína en España sea noticia de telediarios, boletines de radio, periódicos y gacetillas gratuitas. La probada inutilidad de la sanción penal va así acreditándose inexorablemente. Los prejuicios, el miedo y la ignorancia marcan el paso con orgullo. Los narcotraficantes, grandes beneficiarios del actual régimen legal de prohibición, han ganado la batalla ante la opinión pública por amplia goleada. Hoy ya nadie o casi nadie en su sano juicio se plantea ningún cambio en ese régimen legal perfectamente inútil para cumplir el objetivo que lo justifica.
Hoy los grandes capos del narcotráfico pueden estar tranquilos. Su negocio no solo no peligra, sino que apunta cada día mayores incrementos.
Todo bajo control.
En aquellos remotos años, un grupo no muy numeroso de conciudadanos, pensaban que el sentido común y la razón podían impulsar la reforma de las leyes para, sin estridencias ni grandes sobresaltos, ir cambiando poco a poco una sociedad con zonas oscuras, nido de injusticias y sufrimiento.
Qué tiempos.
En estos primeros días de un verano sevillano sorprendentemente fresquito, a mediado el 2007, alguien ha decidido que el asombroso incremento del consumo de cocaína en España sea noticia de telediarios, boletines de radio, periódicos y gacetillas gratuitas. La probada inutilidad de la sanción penal va así acreditándose inexorablemente. Los prejuicios, el miedo y la ignorancia marcan el paso con orgullo. Los narcotraficantes, grandes beneficiarios del actual régimen legal de prohibición, han ganado la batalla ante la opinión pública por amplia goleada. Hoy ya nadie o casi nadie en su sano juicio se plantea ningún cambio en ese régimen legal perfectamente inútil para cumplir el objetivo que lo justifica.
Hoy los grandes capos del narcotráfico pueden estar tranquilos. Su negocio no solo no peligra, sino que apunta cada día mayores incrementos.
Todo bajo control.
1 Comments:
CONTROL TOTAL
Hablo de memoria, pero creo recordar que, hace unas semanas, a un ministro de Sanidad chino lo fusilaron por corrupto; y otro japonés, tras ser pillado de marrón, se hizo el harakiri en plan grosero, ahorcándose antes de que la Policía le dijera estás servido. Ambos episodios se prestan a comentarios e interpretaciones según el punto de vista de cada cual. En lo que respecta al chino, hay quien verá el asunto con la indignación del que se opone a la pena de muerte, y hay quien opinará que, puestos a meter en algún sitio doce balas de AK-47, las asaduras de un ministro corrupto son lugar adecuado. Yo no voy a pisar ese jardín. Me limitaré a decir que, aunque me parece mal la pena de muerte en términos generales –en casos particulares y personales ya hilo más fino–, el fusilamiento de un ministro de Sanidad corrupto no me quita el sueño, ni en China ni en Leganés; que me disculpen los usuarios de mecheros Bic y el borreguito de Norit. Lo que me desvela, poniéndome una mala leche espantosa, es la impunidad que nuestra confortable y humanitaria España brinda a tanto sinvergüenza, sea ministro o sea gorrilla de aparcamiento junto a la Giralda –y que me perdonen los gorrillas por mezclarlos con esa turbia compañía–. Eso me lleva a hablarles del otro difunto. Del japonés. Porque imaginen el caso. Mikedo Kontodo, o como se llame el fulano, se entera de que lo suyo va a hacerse público, y de que el telediario contará con pelos y señales cómo se lo llevó crudo con terrenos recalificados en Osaka, se conchabó con los yakuzas, trincó comisiones fraudulentas hasta del dibujante de Heidi, y se gastó la viruta con geishas y lumis vestidas de colegialas con calcetines, que eso allí los pone a todos como Yamahas. Así que nuestro primo Mikedo, que tuvo un antepasado samurái en Okinawa, otro en Tsushima y otro con los Cuarenta y Siete Ronin, decide que el deshonor es demasiado para su cuerpo serrano. Así que, para rehabilitarse él y su familia ante la sociedad a la que defraudó, dice Banzai, se pone el kimono, se calza media botella de sake para que no le tiemble el pulso, y como rajarse las tripas le da repelús –hasta los japoneses se están amariconando ya– decide ahorcarse en el jardín, entre bonsáis, antes que verse en boca del vulgo, como la Lirio.
Y ahora tráiganse la cosa para España. E imaginen, si tienen huevos, a ese concejal de Urbanismo, a ese alcalde, a ese diputado, a ese ministro o ministra, enterándose de que va a saberse lo suyo con el constructor Fulano, las prevaricaciones, cohechos y corruptelas diversas, el lío con una guarra de Aquí hay tomate, los setecientos viajes en avión oficial para comprar ropa en Londres, o la grabación de sus conversaciones íntimas con Josu Ternera diciéndole: «Porque sin ser tu marío, ni tu novio, ni tu amante, soy el que más te ha querío. Con eso tengo bastante». Imagínense todo eso, como digo, y al pavo o la pava de turno apesadumbrado por el oprobio, dudando entre soga, veneno o puñal, como en los dramas de Tamayo y Baus. Qué dirán, cielo santo, mis compañeros de partido, y mis votantes, y mis hijos, y los hijos de mis hijos. Y mis ancestros. Tierra, trágame. Adiós, mundo cruel. Etcétera.
¿Verdad que no se lo imaginan ustedes ni hartos de morapio? Pues yo tampoco, y eso que vivo de echarle imaginación a las cosas. Si un político español se entera de que mañana airean su cuenta en Gibraltar, los ladrillos de su compadre o las bolsas con billetes de quinientos euros de su legítima, encoge los hombros, se fuma un puro y marca el teléfono de una sauna de ucranianas. Que venga Ivanka a relajarme, que estoy algo tenso. Entonces vas y le explicas lo del japonés: aquel caballero decidió salvar su honor con esto y lo otro. Samurái, ya sabe. Gente así. ¿No seguiría usted su ejemplo, más que nada para desinfectar el paisaje? Anímese, hombre. Apenas duele. Honor y demás parafernalia. Entonces el fulano, tapando el teléfono con la mano, pregunta de qué vas, Tomás, y te recomienda eches un vistazo a los últimos resultados electorales: pese a los procesos que tiene abiertos por corrupción urbanística, trata de blancas y conducir sin carnet, en su pueblo acaban de reelegirlo por mayoría absoluta. Esto es España, listillo, remata. Que eres un listillo. Aquí estamos en familia; todos somos presuntos de algo, así que no pasa nada. Cuervo no come cuervo. En el peor de los casos, un juicio, fotos y titulares de prensa, algo de talego, y después a disfrutar. Que son dos días. Entre nosotros, chaval: ese japonés era un poquito gilipollas.
(EXTRAIDO DEL SEMANAL, AUTOR:ARTURO PEREZ REVERTE)
No he podido evitar la tentación.
ATENTAMENTE:DRIVER
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