viernes, agosto 31, 2007

In memoriam.



"Amsterdam". Ian McEwan, Traduc. Jesús Zulaika, Colección Quinteto, Anagrama, pag.201.


" Se le permitió entrar en el corazón mismo de la comisaría, donde los detenidos hacían frente a sus acusadores. A última hora de la tarde, mientras hacía una pausa en su declaración, presenció una refriega que tuvo lugar ante le sargento de guardia: un qiuinceañero grande y sudoroso y con la cabeza rapada había sido sorprendido en el jardín trasero de una casa con una zizalla y un juego de ganzúas y una serreta curva y un mazo ocultos bajo la pelliza. Juraba y perjuraba que él no era un ladrón, y que por tanto no le iban a meter en el calabozo. Cuando el sargento le aseguró que sí, que lo iban a poner entre rejas, el chico golpeó a un agente en la cara y hubo de ser reducido por otros dos policías, que le pusieron las esposas y se lo llevaron a rastras. Nadie parecía demasiado alterado, ni siquiera el agente con el labio partido, pero Clive se llevó una mano al corazón y hubo de permitir que le ayudaran a sentarse. Más tarde, un guardia trajo a un lívido y callado niño de cuatro años a quien habían encontrado vagando por el aparcamiento de un pub cerrado hacía tiempo. Al rato se presentó una llorosa familia irlandesa a reclamarlo. Dos chicas que se mordisqueaban las puntas del pelo, gemelas e hijas de un padre violento, entraron pidiendo protección y fueron tratadas con una familiaridad jocosa. Una mujer con una herida sangrante en la cara puso una denuncia contra su marido.Una dama negra y provecta, cuya osteoporosis le hacía caminar muy enconrvada, había sido expulsada de su cuarto por su nuera y no tenía donde ir. Los asistentes sociales entraban y salían constantemente, y la mayoría de ellos parecían tan proclives al crimen, o tan desdichados como sus propios asistidos. Fumaba todo el mundo. Bajo las luces fluorescentes todo el mundo parecía enfermo. Se consumía un té abrasador en vasos de plástico, y se oían muchos gritos, rutinarias y trilladas maldiciones, y ominosas amenazas que nadie tomaba en serio. Eran una desdichada gran familia con problemas intrínsecamente insolubles. Y aquella era la sala familiar."

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

LA ABOGADA.

Era buena la serie.
Las historias de comisarías, policías, abogados, capitanes, jueces, ladrones.
Pintaban a los personajes como gente corriente. Lo que somos.

Aquellos coches azules con los agentes de la autoridad, que tenían sus problemas humanos.

Aquellas disquisiciones con los compañeros de asuntos internos.

Aquellas órdenes de registro que tardaban en llegar.

La cámara que se movía mucho.

Y la abogada. Menuda abogada.

Alta, delgada, guapa. Enamorada del capitán y con la responsabilidad de un trabajo difícil.

Cuando voy a un juzgado la busco.La imagino apoyada en el revestimiento de madera de roble de un pasillo. Cartapacio en mano. Mirada perdida. Haciendo lo imposible para compaginar trabajo y vida privada.

Cuando estaba en comisaría, nunca manifestaba sus sentimientos. Y cuando estaba con su pareja, la cámara se retiraba respetuosa.

Cada vez que estoy en un juzgado la busco.

La abogada.

Atentamente: Driver.

3:25 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Ay, Furillo, Furillo.
Me chocó muchísimo un episodio en el que mintió para que no se librara un malo y acabó confesándose... Padre, confieso que he pecado.
Ahora eso suena anacrónico, pero ver en una serie americana a un católico que ejercía de católico era chocking.

Y la abogada de ojitos azules de Driver, tan estricta que caía gorda, aunque a Furillo lo tenía reblandessío... y Renko, tan borrico.
Nostalgias.
Estaba llena de realidad, ma ben trovata.

3:19 a. m.  

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