Simplemente mira, amigo.
Solo tienes que mirar. Ahí tienes a tu disposición los datos, las claves, la contundente y sencilla realidad de las cosas. Ya sé aquello de que ves lo que quieres ver, mezclado con lo que temes ver y con un poco de lo que esperas ver. Así nos muestran los magos las cartas que no quieren que veamos. Ya lo sé. Pero también te digo, amigo, hermano, que todo lo tienes delante de tus narices. Lo escondido no difiere gran cosa de todo lo que se exhibe con serena impudicia en las calles, en las plazas de tu pueblo.
Pregunté por el Juzgado en la ciudad más antigua de Europa, donde se encuentran las aguas del Mediterráneo y del gran Océano. Un tipo gordo desde una furgoneta de reparto me indicó el camino y estaba ya muy cerca. Entonces lo vi.
En la parte trasera de un imponente estadio de fútbol, aprovechando el hueco de las gradas, se esconde la sede de los tribunales penales que hace un año inauguraron. Desde la cera de enfrente puedes ver un enorme letrero con el nombre del ilustre lugareño que da nombre al estadio. Un poco más abajo otro letrero grande y colorido, de letras más elaboradas identifica una cadena de grandes superficies de alimentación. El supermercado ocupa gran parte de la planta baja con escaparates a través de los que se adivinan las líneas de cajas. En medio de esas grandes lunas puedes ver una puerta pequeña y sobre ella, un círculo verde recuerda el logotipo de las instituciones de la Comunidad Autónoma. Así es, lo confirmas al acercarte. Es aquí, en la pared lateral de la puerta de acceso, en un folio sujeto con un celo y con letras mayúsculas aumentadas por el ordenador puede leerse: JUZGADOS. Están situados en la planta segunda y el pasillo principal, donde los testigos, acusados, abogados y funcionarios se agolpan, sin ventanas y con el techo inclinado te sientes en una buhardilla y recuerdas que estás debajo de las gradas del gran estadio de fútbol.
El tamaño de los tres letreros, la situación de la sede judicial y las condiciones penosas de sus recién estrenadas instalaciones expresan de forma clara, simple e indiscutible el papel que a principios del nuevo siglo atribuimos los tribunales de justicia.
Así es.
Pregunté por el Juzgado en la ciudad más antigua de Europa, donde se encuentran las aguas del Mediterráneo y del gran Océano. Un tipo gordo desde una furgoneta de reparto me indicó el camino y estaba ya muy cerca. Entonces lo vi.
En la parte trasera de un imponente estadio de fútbol, aprovechando el hueco de las gradas, se esconde la sede de los tribunales penales que hace un año inauguraron. Desde la cera de enfrente puedes ver un enorme letrero con el nombre del ilustre lugareño que da nombre al estadio. Un poco más abajo otro letrero grande y colorido, de letras más elaboradas identifica una cadena de grandes superficies de alimentación. El supermercado ocupa gran parte de la planta baja con escaparates a través de los que se adivinan las líneas de cajas. En medio de esas grandes lunas puedes ver una puerta pequeña y sobre ella, un círculo verde recuerda el logotipo de las instituciones de la Comunidad Autónoma. Así es, lo confirmas al acercarte. Es aquí, en la pared lateral de la puerta de acceso, en un folio sujeto con un celo y con letras mayúsculas aumentadas por el ordenador puede leerse: JUZGADOS. Están situados en la planta segunda y el pasillo principal, donde los testigos, acusados, abogados y funcionarios se agolpan, sin ventanas y con el techo inclinado te sientes en una buhardilla y recuerdas que estás debajo de las gradas del gran estadio de fútbol.
El tamaño de los tres letreros, la situación de la sede judicial y las condiciones penosas de sus recién estrenadas instalaciones expresan de forma clara, simple e indiscutible el papel que a principios del nuevo siglo atribuimos los tribunales de justicia.
Así es.
3 Comments:
Bien visto, JMCaleroMa.
Ni la educación, ni la salud ni la justicia les importa a los poderosos una mierda, y menos aun en nuestracomunidad autónoma, que ya se sabe que es de las del norte. Pero de las del norte de África.
La educación mejor no tocarla, no vayan a salir las criaturas pensando y se nos acabe el chollo.
La salud... que les pique un pollo, que hagan deporte y que no se pongan tanto malos, que son unos delicaos...
y la justicia....ay, la justicia... por el mero hecho de ser lo lenta que es aquí ya está desvirtuada. Pero es que encima de lenta es...es...en fin, qué te voy a contar que tú no sepas y que no te haya hecho ya llorar...
y lo mejor es que ahora tienes la visión desde los dos lados
como dice Joni Mitchell, I've seem the clouds from both sides now
COMPENSACION.
Para compensarte de la realidad absurda y burocrática de nuestro querido sistema estatal, autonómico, local..etc; aquí te remito un partido de fútbol que ví este verano. Me apetecía remitírtelo, no sé si tiene mucho que ver con tu entrada, pero me recuerda uno que escribimos una vez para mi amiga de Murcia, aquel del autopase que sorprendía al jugador, al equipo contrario y a ambas directivas..¿te acuerdas?.
LA GLORIA.
Cuando tenía doce años, se rompió la cadena de mi bicicleta.
Fui al único taller de coches que había en mi pueblo, para que me la arreglaran.
Mientras el mecánico hacía su trabajo, me quedé absorto, curioseándolo todo: bujías, llaves inglesas, fresadoras, amoladoras.
En la parte posterior del taller, un descampado albergaba una montaña de chatarra. Coches, motocarros, camionetas.
Me quedé un rato mirando aquella montaña de acero. Era fea. El óxido y la mugre campaban a sus anchas. Y de pronto un destello. Junto a un pino piñonero, había un coche que llamó mi atención.
El Ferrari. Un italiano se había pegado un leñazo con su deportivo, el coche salió volando sobre la curva de la estación, y tras dar más de veinte vueltas de campana en el sembrao de D. Julián, quedó tendido sobre su costado izquierdo. Eternamente tendido.
Aquella imagen, por alguna razón, quedó para siempre grabada en mi cerebro. El montón de chatarra, el desorden, la destrucción, el tendido eterno, y sin embargo, conservaba algo del álito vital que , su diseñador, le había regalado. Tenía el sabor de la gloria.
Antes de ser camionero, me busqué la vida de diversas formas. El verano de 1988 trabajé en Mallorca, en un chiringuito de la playa de Alcudia, de camarero.
El viernes 14 de agosto libré, y como no tenía mucho que hacer, me fui a la playa a pasar el día.
Junto al chiringuito donde trabajaba, estaba el hotel Meliá Alcudia. Me tumbé en mi toalla y vi pasar el mundo mundial. En el hotel se hospedaba un grupo de alemanes, que en aquel momento estaban jugando al fútbol en la arena.
A las dos de la tarde, apareció un grupo de albañiles, inmigrantes en su mayoría, que vestidos con sus monos de trabajo, acababa de terminar de trabajar. Se quedaron en bañador, y se apoyaron en el murete de piedra del paseo.
Cuando ves al personal en bañador en la playa, desde lejos, es muy difícil distinguir si pertenecen al primer mundo o al mundo real.
Me limitaré a contar lo que pasó. Abdhel El Mushain, hijo de Bramin y nieto de Mustafá, original de Tánger, se levantó por su cuenta, sin contar con nadie; se dirigió al grupo de alemanes y les retó a un partido de fútbol en la arena. Le siguió Carlitos, hijo de Carlos do Gama y nieto del mítico Carliños, originario de Rio de Janeiro; José Sánchez, de padre desconocido, nacido en Barbate; Victor Jastropech, hijo de los caminos de Europa, nacido en Budapest y Pepe, que nadie sabía de dónde era. En total cinco personas, todas con nombre y algunas con apellido. Peones de la Ferrovial en las obras del desvío.
Los alemanes pertenecían a un club deportivo, lo que se traducía en que contaban con una larga historia de entrenamientos, tácticas, preparación física y motivación nórdica.
Los peones, por no tener, no tenían ni número de la Seguridad Social. Eran la viva imagen de los desheredados, la chatarra humana del primer mundo. En teoría.
Abdhel El Mushain, hijo de Bramin y nieto de Mustafá, original de Tánger, capitaneba a los desheredados. Los alemanes les encasquetaron diez goles hasta las cuatro de la tarde. A esa hora se hizo un descanso de media hora.
Simplemente ocurría lo que siempre ocurre, ganan los guapos, pierden los feos, y la belleza y la gloria se van a tomar viento.
Los alemanes comieron yogures, bebidas isotónicas y tenían un masajista que relajó sus músculos.
Los desheredados un bocata de chopek.
Así que el destino me hizo intervenir. Me fui al chiringuito, me pillé seis birras de litro de la Cruzcampo, una para cada desheredado y otra para mí, barrita de mojama, tomatitos y cuatro latas de navajas.
La chatarra humana del primer mundo, incluyéndome entre ellos, nos lo tomamos todo. Entonces , Abdhel El Mushain, hijo de Bramin y nieto de Mustafá, original de Tánger, miró pausadamente al cielo, vió que no había ni una nube , que caía un sol de justicia, que los alemanes comían a la sombra y que ellos comían al sol, y comprendió. No sé exactamente qué, pero tenía cara de haberlo comprendido.
Los alemanes juegan al fútbol, con la meticulosidad con la que fabrican coches. Son tan precisos, que a veces se les olvida lo más simple.
Lo más simple es que nunca se puede menospreciar la capacidad de lucha de un ser eterno.
Cascarás, te convertirás en polvo orgánico, nadie se acordará de ti. Pero si un día te miras al espejo y ves el brillo de la belleza reflejado en tu pupila, ese día sabrás que en ese brillo, y en el que reflejen las pupilas de tus descendientes, está condensado el sabor del orgullo. El sonido del heroísmo. La esencia de la eternidad.
………………………………..
La Cruzcampo empezó a actuar, junto a la mojama y el sol. Las ideas futbolísticas de los peones se empezaron a desarrollar de forma ordenada. Diez, dos. El sonido de Tánger se escuchaba a lo lejos mezclado con la bruma de las olas. Diez, cuatro. El ritmo brasileño encontró su acomodo en una playa de Mallorca. Diez, seis. La Semana Santa de Barbate aportó el latido de la tambores. Diez, ocho. Pepe, el hombre del que nadie sabía de dónde era, encontró sus raíces en aquella playa, diez, diez.
Siete de la tarde. El partido empatado. Yo no sé si estaba un poco afectado por la cerveza, pero me parecía que aquella gente marcaba los goles de dos en dos.
Entonces ocurrió algo que nunca olvidaré en mi vida.
Me vino a la cabeza la imagen del Ferrari eternamente tendido. Aquella imagen que me perseguía desde los doce años. La mezcla de la destrucción, de lo cotidiano, de la desigualdad, encerrando en su estructura la belleza eterna. Aquella mezcla que me despertaba con preguntas muchas noches.
Conforme la imagen se me hacía nítida, Abdhel El Mushain, hijo de Bramin y nieto de Mustafá, original de Tánger, cogió la pelota, corrió la banda, se hizo varios autopases, y acabó sólo frente a la portería alemana, el guardameta mortalmente abatido.
Lo siguiente es muy difícil de describir con palabras. No encuentro las apropiadas. Pero tengo que decirlo.
Abdhel, cuando tenía en sus pies la oportunidad de ganar aquella batalla, cuando a los alemanes se les materializaba la peor de sus pesadillas, cuando yo estaba abriendo la octava Cruzcampo. Abdhel hizo otra cosa.
En vez de marcar el gol de la victoria, hizo algo extraño. Cogió la pelota con ambas manos, se la puso encima de la cabeza, y se puso a caminar lentamente hacia la orilla. Se metió en el mar y se bañó tranquilamente.
Se daba por satisfecho, no necesitaba más.
Y yo ví reflejada en sus pupilas la esencia de la belleza.
Cascarás, te convertirás en polvo orgánico, nadie se acordará de ti. Pero si un día te miras al espejo y ves el brillo de la belleza reflejado en tu pupila, ese día sabrás que en ese brillo, y en el que reflejen las pupilas de tus descendientes, está condensado el sabor del orgullo. El sonido del heroísmo. La esencia de la eternidad.
ATENTAMENTE : DRIVER.
No digamos ya cualquier cosa que tenga que ver con el "arte";
Yo vivo en una comunidad, que por lo que veo y oigo algunas cosas funcionan un poco mejor,solo un poco,y quizás sea solo en cuestión de la salud,lo demás, igualmente de pena.
Me ha encantado tu relato, Driver, en el comentario "la gloria"
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