Educar.
La construcción de la personalidad sobre la afirmación de la existencia de realidades imaginadas, cuya conciencia de certeza es obtenida mediante la amenaza de gravísimos e interminables perjuicios de toda índole, da lugar a la aparición de formas de ser inseguras, asustadas y, por ello mismo, desconfiadas y violentas.
Si alguien nos fabricó, habría que suponer que no improvisó y que lo hizo a partir de un diseño. En el mismo, ha atribuido un papel decisivo a una facultad peculiar que, hasta donde sabemos, nos distingue de otras especies: la Palabra. Y a partir de ese don exclusivo, la posibilidad de comunicarnos con nosotros mismos, es decir, la inteligencia. Tenemos la capacidad de preguntarnos, abrir una herida en la realidad para ver que hay detrás, advertir la presencia de una puerta cerrada, que nos impide y nos muestra por donde seguir avanzando. Esa potencia se vuelve descomunal cuando interactúa, cuand se hace común, se desarrolla entre varios sujetos. En términos informáticos, nuestro cerebro es un potentísimo ordenador, dotado de una enorme capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos de muy diferentes texturas (datos escritos, imágenes, olores, sensaciones, recuerdos, anhelos), capaz de reconocerse en un espejo y con un sistema wireless, permanentemente activado de trasmisión y recepción de archivos de todas las clases y texturas con otros dispositivos similares.
Quién nos diseñó, si es que alguien lo hizo, nos dotó de un sistema operativo que funciona alrededor de la capacidad de pensar y compartir pensamientos. Si somos fruto de una recombinación de elementos químicos y de una larga y cruel selección de especies, hemos llegado hasta aquí por nuestra potencial capacidad de prevenirnos, de conectar causas y efectos, promoviendo los mejores efectos a partir de la activación de sus respectivas causas y evitando las causas de las que se derivan efectos no deseados.
Todo un complicado sistema de relaciones neuronales se ha desarrollado a lo largo de millones de años para llegar a conclusiones sencillas: si tocas el fuego te quemas, si no te alimentas te debilitas y mueres, si otro te ayuda, abres la mano, si agrede, cierras el puño, y finalmente, si naciste, algún día, más o menos lejano, morirás. Innumerables asociaciones elementales, componen la estructura elemental del nuestro cerebro.
Por eso, la educación de nuestras crías, a partir del principio de renuncia o el miedo a pensar, a afrontar las certezas y las dudas que surgen de concordancias incompletas, de la imposición de realidades incompatibles con reglas elementales de la física y de la experiencia, provoca distorsiones en el funcionamiento de su “sistema operativo” creado precisamente para lo contrario: la búsqueda de la verdad en libertad, el librepensamiento.
El miedo a pensar y a aceptar las honestas y limitadas certezas que pudieran alcanzarse, desnaturaliza nuestra esencia, los mecanismos más primarios y nucleares de nuestro funcionamiento. Interrumpe el dialogo con nosotros mismos, sitúa en nuestra más recondita intimidad un vigilante de seguridad, impertinente y desalmado que nos impide hablar de según que cosas, con la cínica coartada de hacerlo “por nuestro bien”. Se trata de un personaje de la peor calaña, que ha vestido distintos uniformes, y últimamente se hace pasar por periodista. Esta ahí porque tú le has dejado pasar, porque si tuviste miedo, en algún momento te dio seguridad. Si consigues hacerlo marchar, educadamente, cuando cierres la puerta después de que haya salido, sentirás el infinito placer, que alguna vez todos hemos sentido, cuando la visita inoportuna e interminable, por fin abandona tu casa.
Educar es prevenir la presencia de ese vigilante impertinente y, aprender a hacerle marchar de tu casa, con cierto estilo.