Miguel de Cervantes conoció a Alonso Quijano en el año 1588 en uno de sus viajes desde Madrid a Sevilla, siendo comisario de provisiones de la Armada Invencible, en una venta situada un poco antes del paso de Despeñaperros. Al verlo, lo reconoció. Estaba sentado en un rincón con un vaso de vino y un trozo de queso que saboreaba poco a poco, en parte por su desvencijada dentadura y en parte porque sabía que aquella sería toda su cena. Se acercó a aquel viejo enjuto y solitario para preguntarle si él era aquel hombre que su padre había defendido en los tribunales, hacia treinta años, cuando fue acusado de usar armas de guerra y amenazar a un cacique del pueblo a quien todos odiaban y temían. Desde unos ojos acuosos y sorprendidos, aquel viejo le miró y también le reconoció. " Tu eres Miguelín", le dijo esbozando una sonrisa que le rejuveneció de pronto y le devolvió su gesto más característico, pícaro e inteligente.
Después de aquel encuentro se sucedieron muchos más. Miguel contaba los días que faltaban para que alguno de sus viajes le diera ocasión para hacer noche en aquella parada. Alonso, el viejo que vivía en aquella posada regentada por su hija menor y su buen marido, se asomaba cada tarde al camino para ver si aquel muchacho que acompañaba a su padre abogado cuando le juzgaron por echar del pueblo manchego donde vivía a un rico, que luego le desterró a él, cuando le condenaron, aparecía con su carruaje real y quería que le siguiera contando sus aventuras.
Miguel, que había recorrido media Italia y lo había visto todo, escuchaba asombrado a aquel ser excepcional, divertido y sabio, hasta bien entrada la madrugada. Luego, al día siguiente, en el aburrido camino, sentado en su carruaje , anotaba las disparatadas historias que aquel anciano entrañable le había contado la noche anterior. Juntos reían, lloraban y se ensimismaban con cada suceso, que Alonso narraba con nombres y detalles. Hasta que en uno de los viajes, el yerno de Alonso le dio la noticia de que había fallecido y Miguel aquella noche tuvo que saborear el vaso de vino y el trozo de queso solo.
Años después, Miguel fue acusado de quedarse con dinero de los tributos y, aunque en realidad la mayoría del desfalco era responsabilidad de unos hidalgos sevillanos de apellido y sin posibles, las relaciones de estos con los magistrados le incrementaron injustamente la cantidad, su responsabilidad y la condena.
En la fría celda de Algamasilla de Alba Miguel pidió papel y pluma para sobrevivir al aburrimiento. El recuerdo de las andanzas del entrañable Alonso le ayudaron a pasar los tediosos días de la condena.
Don Quijote de La Mancha: ¿realidad o ficción?
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