viernes, febrero 16, 2007

Capítulo 26. Sarajevo, Julio 2002.



Un olor a caucho quemado impregnaba las calles de Sarajevo cuando en las horas del medio día la temperartura superaba los treinta grados. Ricardo y Colleen se habían quedado solos durante el mes de Julio y por fin tuvieron tiempo para llegar al final de tantos caminos abiertos con una mirada o con mil mensajes cruzados en el ordenador. La ciudad estaba verde y las riveras del rio se llenaron de veladores en donde al caer la tarde encontraban un poco de fresco. En septiembre ella terminaba su compromiso con Médicos por la Paz, una ONG francesa con la que llevaba varios años trabajando y con la que trabó contacto hacía seis años, cuando llegó a París, buscando salir del mundo aburrido y cerrado de Bellharbour, un pequeño pueblo en la costa oeste de Irlanda, en el condado de Galway al que tenía que volver si no encontraba alguna salida distinta, después de terminar sus estudios en medicina. Aunque probablemente le prorrogarían el contrato dos años más, la idea de que se pronto se separarían para para siempre, les sirvió para acercarse intensamente por ahora. Ella ,desde que lo conocío, adoraba su gesto ingenuo y noble. El vio en sus ojos negros un abismo al que sabía que tarde o temprano se tendría que enfrentar. Ella supo que empezaba a quererlo mirando su nuca fuerte y recien pelada, mientras pedía una hamburguesa. Su piel de color era un poco más aspera, pero sus labios cuando él cerró los ojos para besarla la primera le parecieron infinitos. Fue un mes de julio muy caluroso.

Ricardo que durante todo ese mes mantuvo el fuego sagrado, haciéndose pasar por quien se hacía pasar por el Pirata, tuvo que utilizar en varias ocasiones los mejores recursos de su imaginación para tranquilizar a sus jefes dentro de la ficción en la que vivián hacía un año, que le reclamaban impacientes algún plan concreto para la ejecución de las órdenes que le habían remitido. Inventó excusas y pidió calma. En cualquier caso fue la bien ganada fama de outsider del viejo militante fallecido hacía un años en un tiroteo, el factor decisivo para que pudiera forzar un compas de espera hasta la llegada de su amigo Quijares. Aunque tenía previsto su regreso el día 25, no llegó la confirmción que había prometido y , por otra parte él tenía ya sus billetes de avión para salir rumbo a la Costa del Sol con Colleen el día treinta. Así que tenían poco tiempo para intercambiar información y fijar el plan de actuación para el mes de agosto. Por eso empezó a impacientarse. Fue un mes agitado y no solo para su corazón. También la Embajada estuvo revuelta.
Un Estado vecino había provocado un curioso incidente al “conquistar” con unos cuantos soldados a un pequeño islote de soberanía española. A pesar del tamaño de aquel territorio, se había provocado una alarma general en todas las cancillerías que a Ricardo se le antojaba un poco exagerada. “Parieron los montes y salió un ratón”, como había comentado el Embajador molesto por ser obligado desde Madrid a suspender una visita a China a la que había sido invitado por el agregado comercial y que le hacía especial ilusión, pues hacía diecisiete años que había estado en aquel inmenso e interesante país y quería comprobar esos cambios a los que cada vez que se hablaba de la evolución del mundo alguien se refería. Días después, cuando Quijares le contó todos los movimientos estratégicos de altísimo nivel diplomático que convergían en aquella minúscula isla se quedó asombrado. Incluso, para encontrar una salida a la situación fue necesaria la participación de las más altas instancias de la diplomacia norteamericana. Aquello demostraba que era cierto lo que su amigo le contaba: aquella maniobra pudo provocar una grave desestabilización de la zona. Y no podía olvidarse que precisamente por allí pasaba la línea caliente y de mayor tensión entre dos mundos, el norte y el sur, que a sus diferencias sociales y económicas, habían añadido un día de septiembre en Nueva York un factor que podía actuar como detonante: un componente religioso fanatizado conectado con el petroleo. Por eso un conflicto en aquella zona corría el riesgo de extenderse a gran escala alterando gravemente el actual reparto de poderes en el mundo. Entonces entendió la alerta en las cacillerías. Y aunque la salida de la crisis había sido satisfactoria, dejó una secuela: la humillación de la monarquía islámica alahuita y sobre todo la peligrosa frustración de las facciones políticas más radicales de aquel complejo país, con quienes el monarca estaba obligado a mantener contínuos e imposibles equilibrios. Porque aquel monarca medieval, había demostrado en otras ocasiones que sabía traducir a dolares el precio de su consuelo por el menosprecio a su pueblo y no faltarían inversores en muy buena disposición para ofrecerle sillones en importantes consejos de adminstración para que los añadiera a su ya extensa colección. El problema era restañar la herida de los partidos radicales que habían sentido de una menera mucho más sangrante la humillación por esa reacción inmediata y demoledora del gobierno español, que había apostado, desde el primer momento por una respuesta militar fulminante.
Aunque no llegara a confirmarlo previamente, Quijares regresó el día 25 muy moreno, algo más delgado y con un ordenador portátil pequeño y como de acero con el que podía comunicarse con su amiga rusa a traves de un satélite alquilado por ella para asegurarse un poco de intimidad en sus comunciaciones: “ si tu no tienes un satélite hoy en día, eres un donnadie chaval”, le decía mientras le enseñaba la cámara web incorporada y los últimos dispositivos de GPS con que estaba equipada aquella pequeña maravilla . Lo que Ricardo encontró especialmente útil para ellos, fue el dispositivo que tenía conectado al super-reloj de Quijares, que también le había regalado ella y que le permitía estar siempre localizado. Combinando los dos dispositivos podían mantenerse más conectados. Quien tuviera el ordenador podía localizar en cualquier momento las coordenadas del lugar donde el otro estuviera y desde donde el reloj lanzaba su señal.

“Compañeros, después de algunas gestiones he conseguido encontrar un lugar seguro, que se ajusta a nuestras posibilidades económicas y cumple todos los requisitos que me especificasteis, para la celebración del encuentro con los del turbante. Podemos elegir cualquier fecha dentro de las dos semanas finales de septiembre. En ésta ocasión he conseguido incluir en el presupuesto la seguridad del lugar, lo que hace innecesario el desplazamiento de los compañeros encargados de protección de la delegación. Quedo a la espera de vuestras noticias. Someto a vuestra consideración la posibilidad de revisar la regla referida a que todas las comunicaciones con ellos se canalicen a través de vosotros por razones de estricta seguridad. En mi opinión se trata de una duplicación absurda de las comunicaciones y, atendidos los últimos acontecimientos, deberíamos evitar determinados circuitos que pudieran ser inseguros.”


La comunicación terminaba con los vivas habituales a la patria y a la revolución y trataba de tranquilizar los ánimos un poco revueltos después de importantes detenciones que habían hecho de nuevo correr el escalafón en el sur de Francia. El Pirata siempre demostraba una eficacia indiscutible un segundo antes de que la dirección perdiera defintivamente la confianza en aquel militante anárquico, políglota y viajero.

- Y ese anillo.
- Es por Colleen.
- No me lo puedo creer.
- ¿ Qué pasa ?¿ Solo tu puedes veranear en la playa bien acompañado, chaval?
- Te juro que me lo esperaba.
- Vaya mérito…
- Espero que no le hayas contado nada.
- Aún no, pero se lo contaré. Ahora es mi novia.
- Tenemos que hablar de eso. Bueno cuándo quedamos. Tengo mucho que contarte, por cierto ¿ no te da olor como a caucho quemado?.


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