Enorme, herido, con los huesos llenos de nudos, como la rama de un árbol centenario. Su silueta encorvada y sus túnicas desgastadas, entran despacio en este blog, deteniéndose cada poco, para tomar aliento, para escudriñar detalles.
Debe tener más de ochenta años y sin embargo sus ojos miran asobrados y atentos a cada rincón.
- Bienvenido Maestro.
Hace un leve gesto, inclinando levemente la cabeza y me mira de frente, dispuesto a esucharme, a dialogar, concentrado, de pronto y completamente, en la que será mi siguiente palabra.
- Cúal el su nombre en estos momentos...
Sus ojos buscan en los míos el sentido de mi pregunta, se hace el silencio y no dice nada.
- Si, es que, creo que cambió continuamente de nombre...y por eso...
- Cada cosa tiene su nombre y, por desgracia, demasiada veces, sentí que dejaba de ser lo que el día anterior había sido. Murio a quien más quería, y quien yo era, murió con ella. Solo podría volver a sonreir siendo otro. Luego ocurrieron otras muchas cosas...
Mira a ningún sitio y sus ojos se llenan de recuerdos.
- Apredió muy joven a hacer grabados.
- Me sorprendió comprobar que podía reproducir lo que veía. Toda mi vida he estado sujeto a aquella impresión que me dejó asombrado. Pero siempre que terminé un dibujo me sentí muy decepcionado por la distancia entre lo que quería hacer y lo que finalmente hacía. Por eso lo intenté de nuevo, compulsivamente una y otra vez... a los setenta y tres finalmente aprendí algo sobre la calidad verdadera de las cosas, pájaros, animales, insectos, peces, hierbas o los árboles.
Palpa como ansioso por descubrir el alma escondida en el interior de la piel del sillón donde se sentó, mientras me explica su tragedia cotidiana, toda una vida intentando atrapar en su trazo meticuloso la verdad de las cosas.
- Has tenido más de noventa domicilios ¿qué buscabas?
Me mira sintiéndose otra vez inquieto por la pregunta.
- Todo ocurrió muy deprisa y nunca tuve la dirección de lo que estaba pasando. Tuve necesidad de dibujar cada día, desde muy temprano hasta que no había suficiente luz. Mi cuerpo encorvado da fe de esa dedicación incansable. Lo demás que ocurrió alrededor no puedo explicarlo. Ocurrió por sí mismo. No tuve intervención en esos acontecimiento que usted refiere.
Noto que su respiración es cada vez más fatigosa y me doy cuenta que no caben más preguntas en esta visita. Repaso algunas de las que tenía preparadas (¿cómo le surgió la idea de diujar una ola?) y al lado de aquel hombre enorme, con la frente llena de arrugas y mirada profunda, aquellas preguntas suenan a nada.
- Gracias Hokusai, ha sido un honor tenerle aquí.
Hace un gesto con la cabeza y sus ojos descubren al pasar por sus manos venosas algún detalle en el que se quedan atrapados.
Le dejo ensimismado.
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