Gracias al desarollo de la cibernética en los últimos cincuenta años, cada día tienen lugar cientos de miles de transacciones comerciales entre las bolsas de Tokyo , Nueva York o Madrid. Ingentes cantidades de dinero cambian de manos en milésimas de segundo a través de redes cibernéticas. Gran parte de la explicación de lo que ocurre en el mundo se esconde en esas misteriosas conexiones entre los centros del poder económico de la Tierra. Sin embargo, el sistema que da soporte a ese mercado mundial, se basa en unas reglas, aceptadas por todos, que establecen basicamente una previsión ante comportamentos indeseados que de una parte asegura el daño previsible y de otra expulsa del sistema al infractor. Dentro de ese mecanismo no hay tiempo para discutir sobre culpabilidades o inocencias, para buscar equilibrios imposibles, o para entretenerse con esa idea inaprehensible de la Justicia. Es un modo de organización superior, más allá de la idea del castigo o la condena.
Para extender los criterios fundamentales de esa forma eficaz y distinta de organizarse a nuestras sociedades tendríamos para empezar tendriamos que estar de acuerdo en la abolición del sistema vigente para castigar al infractor a las reglas establecidas. No parece difícil aceptar que en realidad las sanciones ahora recaen en el más débil, no en el más infractor, y que en última instancia, la prisión satisface una atávica necesidad de chivo espiatorio, pero resulta practicamente inútil para los fines que dice perseguir. Es decir, el sistema vigente no consigue las finalidades que lo justifican y provoca un dolor innecesario en sus destinatarios habituales deslegitimandose progresivamente.
Ya, todo eso es muy interesante, incluso ingenioso, pero ¿ qué hacemos con el tipo que te quita la cartera a punta de navaja ?
Hay respuestas. Es obvio que ha quebrantado una regla acordada y que el sistema debe prever una respuesta para esa situación.Pudiera ser en primer lugar devolver al afectado el dinero que perdió por un defectuoso funcionamiento del sistema que paga con sus impuestos y que debe proteger su integridad física y patrimonial.
Después, identificando el autor de forma técnicamente rigurosa y cierta, pueden imaginarse distintas reacciones: trabajar para el afectado por el valor de daño ingringido ( lo que une en un acto sanción y reparación), implicar a un tercero en su cambio de comportamiento ( lo que refuerza relaciones de colaboración y corresponsabilidad entre cercanos) o ponerle una pulsera que con un simple chip dejará constancia cierta de sus movimentos( lo que le identifica en sus nuevas infracciones para disuadirle de posteriores intentos). Están ya descritas y son objeto de estudio otras muchas respuestas.
Lo que ahora ocurre es que el afectado no sólo no es compensado sino el sistema le infringe nuevos perjuicios añadidos. Por su parte el autor, identificado mediante un sistema lento y altamente inseguro atascado en disfunciones que incrementan cada día el riesgo de error, es introducido, tras un proceso costosísimo y aparatoso, en un circulo crimonógeno que le inducirá a nuevos y perfeccionados quebrantamientos de las reglas, procurando aumentar las posibilidades de de impunidad, hasta convertir éstos en una forma de vida.
Superando la idea de culpa y castigo aparece un horizonte nuevo en las formas de organización social, capaz de marcar el inicio de una nueva etapa en la historia del hombre.